Nuestro Señor no estuvo libre de situaciones complicadas cuando predicaba, porque muchas veces lo vemos rodeado de un grupo de personas, gente que le escucha, ¡pero no todos están de acuerdo con Él!
¿Qué nos cuenta San Juan en una ocasión?… cómo, ante “ese discurso”, esas palabras del Señor sobre “el Pan de Vida”, después de haber multiplicado los panes y de hacerles ver que Él nos va a dar un Pan que dura para siempre, que es un pan para la vida eterna y haciendo por tanto referencia a la Eucaristía… al final ¡hay gente que no cree en Él! y que se separa del grupo de los discípulos.
Y en otras ocasiones, también nos encontramos que hay gente que lo pone a prueba; encontramos a ese grupo llamado “los fariseos”, esa secta, esa facción del judaísmo que es más observante, que quiere cumplir todo lo que manda Moisés; ¡Incluso más! Una lista de cosas que ellos han hecho, para cumplir la ley a la perfección.
Y también hay otro grupo, que es el grupo de los “saduceos”, que diríamos que es la clase sacerdotal, que podríamos llamarlos como un poco más descreídos. Y hay otro grupo… ¡Bueno, hay más! Pero hay otro grupo, que es el que nos interesa ahora, en nuestro rato de oración, que es: el de los “herodianos”.
San Mateo, nos cuenta en el Evangelio de hoy, que los “fariseos” se retiraron y se pusieron de acuerdo para ver ¿Cómo podían cazar al Señor, en alguna pregunta, en alguna palabra? – Porque ya previamente Nuestro Señor los ha puesto en su lugar, con esas preguntas tramposas -.
Y entonces deciden mandar a algunos de sus discípulos, a algunos de los “herodianos”, estos que son partidarios de que Herodes, [- que es el rey de los Judíos, uno de los tetrarcas -] pague parte del tributo al pueblo romano. Y estos también son un poquito descreídos, semejantes a los “saduceos”.
Entonces… “es llamativo”, porque los fariseos que son los más observantes de la ley, se unen con un grupo que es menos observante, menos cumplidor de la ley de Dios, e incluso menos piadosos. Y que se unen para poner al Señor en aprietos. Le tienden una trampa, es decir; dejan de lado sus diferencias, sus ideas, su modo de vivir la religión, ¡Para tender una trampa a Nuestro Señor!
A partir de aquí podemos sacar una consideración; porque Nuestro Señor es ¡El Justo!, ¡Nuestro Señor es Dios, por supuesto! Pero es ¡El Justo!, quien representa lo que debemos ser nosotros, es el Hijo de Dios que quiere seguir la voluntad de su Padre, que quiere complacer le. Y ese Padre que quiere ¡Que tú y yo seamos felices!, Y entonces “el Justo” es puesto en aprietos, esa es una imagen que encontramos muchas veces en el Antiguo Testamento.
Como aquel hombre justo, como Job; o el caso de Tobit que es alguien cumplidor de la ley, que es grato ante los ojos de Dios. Pero de pronto ¡Cae en desgracia!.
Y aquí a Nuestro Señor lo encontramos en un aprieto,
¿Por qué?… Porque le hacen la siguiente pregunta:
– ¿Maestro sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas?,
– No sé , ( – pero yo – ) , en este primer momento, les diría:
¡Dejen de alabarme!, ¡Dejen de decir esas cosas y vayan directamente al grano!
Bueno, es que – ya desde allí -, vemos esa “doble intención”, ¡no son sinceros!.
Y entonces viene la pregunta, que es como un disparo fulminante:
- Dinos por tanto qué te parece, ¿Es lícito dar tributo al César o no?
Si nos metemos en la escena en ese momento, imaginamos que la gente que estaba alrededor, se quedaron sorprendidos, tal vez un pequeño murmullo, o unas voces diciendo:
¡Huy esa es una pregunta difícil! A ver que dice…
Porque si Nuestro Señor decía:
– ¡No es lícito dar el tributo al César!
Inmediatamente lo denunciaron y entonces estaría Nuestro Señor, poniendo al pueblo en contra de los romanos.
En cambio si Nuestro Señor dice:
- ¡Sí, es lícito!
Pues lo acusarán delante del pueblo, diciendo que Jesús avala la ocupación y el yugo romano.
Tú, Jesús estás entre la espada y la pared. ¡Qué difícil situación de Nuestro Señor!
Y entonces el Señor, tu, Jesús ¡Das una respuesta extraordinaria!
¿Por qué? ¡Porque el Señor es la verdad!,
Conociendo Jesús su malicia respondió:
- ¿Por qué me tentáis hipócritas? Estas son palabras duras, pero vemos como Jesús conoce lo que está en el corazón, ¡y no se calla!. Les dice ¡hipócritas!
Enseñadme la moneda del tributo, en efecto en esa moneda pues encontraron el rostro, la imagen del César, de Tiberio César Augusto,
Y entonces, Jesús al ver la imagen, les pregunta:
- ¿De quién es esta imagen y esta inscripción?
Del César, – contestaron –
Entonces les dijo:
- “Dad pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. (Mt 22, 21)
Con esta respuesta Nuestro Señor deja claro, que por justicia debemos cumplir con lo que nos manda la ley, con lo que nos mandan las autoridades. Bajo ese principio de racionalidad, de justicia, del bien común, y al mismo tiempo… sin ponerlo por debajo; Nuestro Señor dice que tenemos que dar a Dios lo que es de Dios. Es decir, que no mezclemos esos dos ámbitos, lo que es ese poder terrenal, ese poder civil y ese poder, que es de Dios.
Porque tu Reino Señor, no es de este mundo, y eso lo has dicho a Poncio Pilato; no es de este mundo. Y tú y yo estamos en el mundo, vivimos en el mundo y al mismo tiempo, esperamos esa vida futura.
Es aquí donde nos debemos santificar, es aquí donde tenemos la oportunidad para pedir perdón, para una y otra vez comenzar y recomenzar, para arrepentirnos de esos pecados, para hacer esos propósitos “de cambiar”.
Por tanto, el Señor con esta respuesta también nos plantea a ti y a mí una pregunta:
¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas?
¿Le estamos dando a Dios lo que es de Dios?
¿Qué lugar ocupa el Señor en mi día a día?
Bueno, ya podemos decir que ocupas un buen lugar, Señor, porque ahora estamos haciendo este rato de oración, estos 10 minutos, y ¿Sólo eso?, ¿Qué más?… también le ofrecemos a Dios; nuestro trabajo, nuestro estudio, como también esas contrariedades, esas molestias, también esos ratos de descanso, o esos ratos de familia, ¿Qué lugar ocupa el Señor?
Sobre todo en algunos países en los que todavía continúa la pandemia, que continúa la cuarentena y a lo mejor no se abren las Iglesias y corremos el riesgo de que nos hayamos acostumbrado a estar sin el Señor, sin el Señor Sacramentado, sin los Sacramentos; como la confesión.
Señor, ¡No queremos eso! ¡Queremos estar a tu lado!
Por eso en estos días, cada día, nos esforzamos por buscar al Señor, en su palabra, en la oración, también escuchando la Santa Misa, sea por los medios informáticos o por la televisión, o a lo mejor eres uno de esos afortunados que ya puede ir a la Santa Misa, pues ¡Que lo aprovechemos al máximo! Que hagamos ese propósito, de en efecto dar al César lo que es del César, que vivamos esa virtud de la justicia y que al mismo tiempo vivamos a esa justicia con Dios, que es la “Virtud de la Religión”, esa piedad, ese amor, que solamente se lo debemos a Dios Nuestro Señor.
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