EPIFANÍA
Hoy es Epifanía. Los últimos días hemos visto como nace el Señor. Empieza su paso por la tierra y el único testigo es una estrella, que comienza a brillar en Oriente.
Habían transcurrido siglos de espera, profecías que se acumulaban… Y la creación, ante la llegada de su Creador no se inmuta. No hay espectáculo… Sí, en cambio, hay trabajo: observar las estrellas, estudiarlas. De allí vino el ver La Estrella.
Como cuando tú y yo nos encontramos por primera vez con Dios. No me refiero al hecho de haber sido bautizado, o que nos enseñaran a rezar desde pequeños si no se cae en la cuenta, ver, sentir, su cercanía: el auténtico encuentro con Dios, el descubrir en carne propia la relación íntima y personal con Jesús.
EL ENCUENTRO
Ese momento especial en que le descubrimos, en que sentimos su llamada. Y no hablo de cosas raras: en la vida ordinaria, en nuestro trabajo, estudiando tal vez. Sin espectáculo, en todo caso la conmoción fue por dentro, porque Dios toca el alma.
Vimos esa estrella y nos decidimos a seguir a Jesús, o a seguirle más de cerca. Pero no está todo resuelto con ver la estrella. Queda un trayecto por delante. Hay que pasar desiertos. Pasan los años y, por momentos, las dunas de arena nos parecen exactamente iguales. Hay que luchar, pero con la convicción de contar con toda la ayuda de Dios nuestro Señor.
Es una buena ocasión para agradecerle:
“Gracias Señor por presentarte en mi vida. Gracias por seguirme acompañando”.
MI CAMINO
Ahora, tampoco está demás preguntarnos: ¿Cómo recorro mi camino de relación con Dios? ¿Lo agradezco o he dejado que se oxide por acostumbramiento?
A veces lo que hace falta es fe. Esa fe cotidiana que es la que nos lleva a seguir caminando. Hemos visto una estrella, nos ha llamado Jesús y queremos adorarle.
Pero hace falta fe. Porque nos encontramos con muchas cosas por el camino: desiertos, dificultades, cansancio, visión humana. Y se nos puede olvidar dónde se esconde Dios.
Puede suceder que, por las mismas vueltas de la vida, perdemos de vista la estrella. Perdemos la ilusión, el entusiasmo, el impulso. Nos acostumbramos y por allí, por el acostumbramiento, se nos escapan las ganas y con ellas las fuerzas. Puede ser que incluso volteemos a ver a otro lado, apartamos nuestra mirada de la estrella y nos refugiamos en otras cosas.
RECONDUCIR
Entonces pretendemos buscar al Señor donde no está. En Palacios, lujo, descanso, distracciones. La pura visión humana de las cosas; aún con la excusa de venir a adorarle.
“unos Magos llegaron del Oriente a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle”.
(Mt 2, 1-2)
Aún, así el Señor se puede servirse de nuestros errores y reconducirnos:
“Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías. En Belén de Judá, le dijeron, pues así está escrito por medio del Profeta”.
(Mt 2, 3-5)
Dios se puede servir hasta de eso, pero ¿para qué vamos a dar rodeos si nos basta con ver la estrella, con acudir a los medios ordinarios: los sacramentos, la dirección espiritual, la oración que alimentan nuestra alma?
AGRADECER
“Gracias Dios mío por haberme salvado de tantos descaminos, por haberte aprovechado hasta de mis defectos, por permitirme contar un año más cerca de Ti.
Gracias por que aquí estoy haciendo oración y vuelvo a hacer el propósito y tomarme mi vocación cristiana en serio, a no dejarte, a siempre buscarte”.
SENTIDO SOBRENATURAL
“Se pusieron en marcha. Y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”.
(Mt 2, 9-11)
No nos dejemos llevar por una visión humana, chata, miope, de las cosas. No perdamos el sentido sobrenatural de lo que hacemos, miremos la estrella.
EL VERDADERO TESORO
No nos llenemos de esa superficialidad que nos lleva a conformarnos con poco, creyendo que es mucho. Esa que nos lleva a aferrarnos a la supuesta seguridad de mis cosas, mi gusto, mi placer, ni comodidad. Nos quedaríamos con “nuestros tesoros” que no tienen comparación con “El Tesoro” que descansa en esa cuna en Belén.
A propósito de esto, te comparto un relato de un amigo chileno. Que se sitúa dentro del Evangelio de esta fiesta que celebramos, justo entre el Palacio de Herodes y Belén. El protagonista es un judío que deambula por allí.
EL RELATO
«Qué buen día el de ayer. Iba llegando a Jerusalén cuando vi venir por el camino una comitiva del todo extraña. Tres hombres principales, a lomos de sus camellos, acompañados por cuatro o cinco de sus servidores.
Se notaba a la distancia que venían de muy lejos porque no vestían ni se movían como nosotros. Sus ropas eran amplias, abundaban los dorados y sus movimientos eran particularmente solemnes.
Íbamos a cruzarnos, cuando me preguntaron si entendía el griego. Cuando les dije que sí, se pusieron muy contentos. Me preguntaron si quería ganarme unos dineros.
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EL TRATO
Todo depende de cuántos y de cuál sea el trabajo, les dije.
Queremos ir a Belén, ¿conoces el camino?
De allá vengo, contesté
Es muy simple. Queremos que nos lleves.
¿Cuánto?
Veinticinco.
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LA PAGA
Yo pensé que se referían a cuadrantes, pero el hombre que hablaba me mostró nada menos que un estater. Tuve que hacer esfuerzos para que no se notara mi sorpresa.
De acuerdo, respondí. ¿Alguna otra indicación?
Que nos acompañes en silencio. No hables, salvo que te preguntemos algo.
Eso no es problema, le dije, mientras pensaba en la gigantesca suma que estaba ganando por hacer casi nada. Di media vuelta con mi burro y enfilamos hacia Belén. Ya se había oscurecido, en el breve tiempo que llevamos conversando.
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LOS TRES HOMBRES
Los hombres hablaban una lengua que yo no conocía, probablemente el caldeo. Se veían muy excitados. Solo pude entender, de vez en cuando, la palabra “Herodes”. No parecían asustados, como nos ocurre a los judíos cuando mencionamos a nuestro rey, pero algo sucedía que no estaban tranquilos.
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LA ESTRELLA
En eso pasó algo increíble, porque apareció una estrella enorme, que se asentó como indicando un lugar al lado sur de Belén. Los tres hombres, que se veían tan solemnes, perdieron la compostura.
Empezaron a dar gritos de alegría en su lengua, como si fueran niños, e incluso intentaban abrazarse, lo que no resulta fácil cuando uno viaja sobre las jorobas de un camello.
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EL LUGAR INDICADO
Uno de piel oscura me dijo que probablemente no necesitaríamos buscar mucho, pues se encaminarían directamente hacia el lugar que marcaba la estrella.
Así fue, nos dirigimos hacia el sitio marcado por la estrella y llegamos a una casa pequeña y pobre. Los tres hombres estaban tan felices que parecía que se encaminaban a un palacio.
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EL OFRECIMIENTO
Cuando faltaban unos cien pasos, uno me ofreció acompañarlos: «te conviene», me dijo.
No gracias, le responde con amabilidad. A mí sólo me convienen mis veinticinco estater».
(Joaquín Gracía-Huidobro, “y los suyos no lo recibieron”, pro manuscrito)
Ahí termina el relato.
Que triste que por falta de fe o por falta de visión sobrenatural, cambiáramos a Dios por nuestro veinticinco estater…
FE
Pidamos fe. Fe en que Dios es ese Niño que está envuelto en pañales. En que no hay espectáculo, en que por momentos, como en la escena de hoy, hasta “huele a camello”. Pero que es un Niño, que es Dios, y que no se deja ganar en generosidad.
Podemos aprovechar para pedirle a nuestra Madre, que nos ayude a acercarnos al Niño, que nos ayude a presentarle nuestros regalos de fidelidad y perseverancia; de nunca abandonarle, siempre buscarle.
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