Bueno, pues poco a poco vamos volviendo a la normalidad y estamos también, digamos, “litúrgicamente” ya empezando a meditar la vida pública de Jesús después de haber meditado sus grandes misterios de su nacimiento, de la adoración de los pastores y de los reyes.
Después de haber gozado de esta temporada navideña, ahora el Evangelio comienza de nuevo como el recorrido de la vida pública de Jesús y nos presenta una curación de Jesús a un leproso. Una curación, digamos que muy sencilla, pero que es tan cortita que podríamos pasar por alto cosas muy importantes que suceden allí.
Dice el Evangelio que mientras Jesús iba de camino de un pueblo a otro,
“se le acercó un leproso y le suplicó de rodillas: Si quieres, puedes curarme”
y dice simplemente, el Evangelio que
“Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio. Y la lepra le desapareció al instante y quedó curado”.
(Lc 5, 12-13)
JESÚS SIEMPRE QUIERE
Uno dice, bueno, pues algo así como tan sencillo, pero vamos a tratar de ir un poquito más a fondo en cómo el leproso logró, digamos, que el corazón de Jesús diera un respiro: ¿Cómo que si quieres? Muchas veces tú y yo en la oración nos estamos preguntando ¿quién es Jesús para mí? Pero que no se nos olvide que también hay que preguntarnos ¿Quién soy yo para Jesús? Que Jesús muchas veces nos mira y nos dice: ¡¿Cómo que si quieres?, claro que quiero!
Fíjate cómo este leproso era un hombre que sufría, no solamente una enfermedad física tremenda, sino moral. Un aislamiento tremendo, estar separado de la sociedad y de la gente con una enfermedad terrible que hacía que vivieras toda tu vida segregado de la comunidad y oye hablar de Jesús, oye hablar de sus milagros a ciegos, a paralíticos y esto le despierta la esperanza de que quizá Jesús le ayude a salir de esta situación en la que se encuentra y se lanza.
Fíjate cómo tiene que vencer el miedo para acercarse a Jesús, el miedo a que quizá los desaprensivos lo apedrearan porque no te podías acercar a nadie, era leproso. Sin embargo, él logra, digamos que colarse y ponerse frente a Jesús y Jesús lo toca. Es también muy bonito cómo el Señor tiene esa compasión con todos. Y este hombre le dice:
“Si quieres, puedes”,
(Mt 8, 2)
una petición muy indirecta, no como otras del Evangelio que son como más directas: Jesús cúrame,
“Señor que vea, le dice Bartimeo”,
(Mc 10, 51)
el cieguito, ¿te acuerdas? En cambio, el leproso es sutil:
“Si Tú quieres, puedes”.
(Mc 1, 40)
NO TENGAMOS MIEDO DE PEDIR
Fíjate cómo cuando tú y yo hablamos de esta misma forma, lo hacemos como para no sufrir o para no hacer sufrir. Por ejemplo, una persona que está sufriendo, pero no quieres ser inoportuno, le dices: si quieres hablar me dices, como diciendo: oye, yo estoy deseoso de hablar contigo, pero respeto tu libertad y, al mismo tiempo, como que me respeto a mí para que no me tengas que dar una negativa directa.
Quizás este hombre ya le han hecho sufrir mucho cerrándole la puerta en las narices, ya le han dicho mucho que no y por eso va con Jesús, como sutilmente. Pero mira, antes de aplicarnos esta historia, fíjate de nuevo en la razón por la que Jesús se mueve a compasión. O sea, no solamente es que Jesús no quiere el sufrimiento físico ni moral, sino también que Jesús tiene un gran deseo de curar a este hombre:
“Si quieres, puedes”.
En otras palabras, pensaría el leproso: porque quizá no quieras y aquí uno diría ¿oye esto qué es psicología inversa? pero no. Jesús que conoce los corazones de los hombres, sabe de la rectitud de estas palabras, pero efectivamente, hay como una sutil afirmación implícita de que “es que quizá no quieras” y entonces ahí es donde Jesús, su corazón, da un respingo ¡¿Cómo que no voy a querer?! Y por eso la respuesta de Jesús, que no es totalmente literal del griego, en realidad significa algo así todavía como más fuerte. Algo así como: por supuesto que quiero, claro que quiero, ¿cómo no voy a querer?
CONFIAR EN EL SEÑOR
Lo que el leproso, de forma indirecta está diciendo, “es que quizá yo no soy digno de recibir Tu atención”. Lo que Jesús está diciendo es lo contrario: ¡Claro que sí eres digno de recibir toda Mi atención y todo Mi cariño: “queda limpio”!
Y ¿qué hay de ti y de mí y de la confianza que tenemos cuando acudimos a Jesús, cuando rezamos? También le podemos expresar esto mismo: “Señor, si Tú quieres…” vamos a hacer un poquito de memoria de los propósitos que hemos hecho este año nuevo, pero no pongas la fuerza en ti, ponla en el Señor.
“Señor, si Tú quieres, este año puedes conseguir que yo cambie este mal hábito. Si Tú quieres, puedes hacerme más dedicado al estudio, al trabajo. Si Tú quieres, puedes ayudarme a vencer en esa flojera que muchas veces me deja tumbado en el sofá”. Vamos a identificar como esta confianza a la hora de rezar, a no solamente creer que Dios está allí, no digamos en el Sagrario, sino que está allí para mí.
Digamos que una cosa es creer de manera teórica y otra cosa es tener fe y confianza de que Jesús se ha hecho Hombre y está en el Sagrario y se ha hecho pan para mí.
¿CUÁL ES MI ACTITUD?
No solamente cuál es mi actitud respecto a Dios, sino cuál es la actitud de Dios respecto a mí. Le importo, se preocupa de mí y es cuando el Señor nos va a decir: “Por supuesto que me importas, por supuesto que me preocupo de ti”. Pues es una gran verdad que Jesús es Dios y que está en el Sagrario para mí, que Dios quiere escucharme, que Dios quiere estar conmigo, que Dios me ha llamado desde toda la eternidad para tener la más grande e íntima amistad que se puede tener en esta tierra conmigo, no porque soy uno más de muchos, sino porque he sido elegido, he sido llamado, porque he sido deseado por Dios, no para vivir digamos una fe de afirmaciones, sino una fe viva de relación de amor.
“Jesús, te pido ahora en mi oración, que me envíes Tu aliento de vida, dame Tu Espíritu Santo para que pueda superar la resistencia, el miedo o a la duda de que Tú quieres vivir conmigo. De que Tú quieres tener conmigo amor como ninguno: único, exclusivo y total. Así como un enamorado tiene tan presente a su amada que le lleva a pensar todo el tiempo en ella”: ¿Qué estará haciendo ahora? Y piensa en ella, se le va la cabeza en ella y espero volver a verla y hablar con ella y todo le recuerda a ella, pues así Jesús piensa en ti, así Jesús se ha hecho Hombre para que pueda existir esa relación cercana entre tú y Él.
Sin embargo, es frecuente que no sintamos esa intimidad con Jesús y por eso necesitamos como leprosito, rendirnos de nuevo y confiar de nuevo en Dios y decir: “Señor, me vuelvo a poner en Tus manos, creo que estás en mí, confío en Ti”.
“Si quieres, puedes”.
BUSCAR LA CONFIANZA EN EL SEÑOR
“Pensé que podía hacerlo mejor”, decía Tiger Woods cuando tuvo que cambiar su swing. Declaraba: “Pensé que podía hacerlo mejor, siempre he asumido riesgos para ser mejor golfista, por eso he llegado tan lejos”. Y, efectivamente, al cambiar su swing tenía que hacerlo todo de nuevo, como intentar volver a caminar.
Nosotros tenemos la confianza que en nuestra oración hay mucho más dinamismo que en el golf y que cualquier deporte. Por eso, hay que lanzarse a hacerla mejor, hay que lanzarse, como a desafiar los miedos, hay buscar de nuevo esa confianza en el Señor y menos en nosotros.
“Señor, si quieres, puedes”.
Vamos a terminar nuestra oración con esa confianza de que ya no tenemos que preguntarle al Señor: “Si quieres” porque sabemos que quiere, si no, simplemente pedírselo: “Señor, auméntame la fe, porque sé que Tú eres mi íntimo amigo, que eres mi Padre y sé también que María es mi madre a quien acudo también al terminar esta oración.
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