En estos días estamos siguiendo el pasaje del Evangelio de san Juan, en el que se cuenta la multiplicación de los panes y después de este milagro nos dice san Juan que una multitud siguió a Jesús hasta Cafarnaúm.
Esto ya nos ayuda a hacer este rato oración; «este diálogo contigo Señor, porque vemos a esa multitud que te sigue y que también nos recuerda la necesidad del corazón humano: esa necesidad de Dios.
Aunque a veces, por momentos, parece que se aleja de Ti; pero tenemos necesidad de Ti Señor, necesidad de hacer estos 10 minutos con Jesús.”
JESÚS EL ENVIADO DEL PADRE
Y en efecto, la multitud le sigue y le preguntan qué acciones debían realizar para unirse a las obras de Dios, porque Jesús empieza un discurso largo y entonces el Señor les responde que la clave era creer en Él como el Enviado del Padre.
Y ese es un punto importante, porque nos hace ver que Jesús no es un Hombre “muy bueno” -como encontramos en la historia de humanidad, hombres que han hecho cosas extraordinarias, que han movido la historia, han hecho tanto bien…
Jesús no es únicamente eso, es mucho más, es verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre. Y por eso, al decirles esto: que tienen que creer en Él como en el enviado del Padre, está manifestando su Divinidad.
RETAN A JESÚS
¿Qué sucede a continuación? Pues el diálogo se vuelve un poquito más tenso, porque los que escuchaban al Señor, le exigen un milagro para confirmar Sus palabras.
“Esto es muy sorprendente Señor, porque acaban de ver, de presenciar y, si quieres, de probar un milagro: la multiplicación de los panes y parece que eso no era suficiente para ellos”.
Replicaron:
“-¿Y qué signo haces Tú para que veamos y creamos en Ti? ¿Cuál es Tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: pan del cielo les dio de comer.”
(Jn 6, 30-31)
“¡Que paciencia la Tuya Señor!, porque acabas de hacer un milagro y otros muchos más y ellos dicen:
“¿Qué signo haces Tú?»
Es como que, al Señor, lo ponen en un aprieto. Le dicen, mira, Moisés hizo esto: nos dio el maná, paso por el mar rojo y ¿Tú qué haces?
Y entonces, nos apena un poco la falta de fe, el atrevimiento; en cambio, notamos la mansedumbre de Jesús. Ellos no saben que Jesús es mucho más que Moisés.
Aquella muchedumbre reta al Señor para que les demostrara si podía hacer algo parecido a las grandes obras que hizo Moisés, que se leen en el Antiguo Testamento.
“Entonces Tú Señor, que comprendes esas inquietudes -les explicas con paciencia, con calma-, cuál es el verdadero sentido del maná”. No es únicamente una comida que los salvó de esas circunstancias en el desierto: que no tenían agua, no tenían comida…
SANTA MISA
Les enseñas que, más importante que el milagro de que caiga maná del cielo, era lo que ese maná anunciaba, esa imagen, esa figura que es: el pan para la vida eterna, el pan de la vida eterna, “que eres Tú”, el verdadero Pan del Cielo.
Jesús les replicó:
“En verdad os digo no fue Moisés quien nos dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero Pan del Cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del Cielo y da vida al mundo”.
(Jn 6, 32-33)
De esta manera Jesús se presenta como el nuevo Moisés que lleva a plenitud todos esos anuncios de los profetas. Por eso, entendemos mejor, que en el evento de la Transfiguración aparezcan junto a Jesús, Moisés y Elías.
Es como que ellos dos, que representan la antigua alianza, el Antiguo Testamento, señalan a Jesucristo. Es como si dijeran: nosotros anunciábamos este momento.
Pero el Señor, comprendiendo que tal vez su fe es muy pequeñita, les explica, que Él es superior, Él es superior porque puede no únicamente multiplicar el pan; sino porque Él mismo se va a dar, el mismo se va a entregar y esa es la “santa misa”.
En cierto modo, también, ese episodio de Jesús que camina por las aguas, unas pocas horas antes, es un modo de decir: Yo soy, incluso, superior a Moisés; Moisés les hizo pasar por el Mar Rojo, Yo puedo caminar sobre el mar.
Jesús va mucho más allá de eso. Él es el Mesías, es aquel Ciervo de Yahveh que sufre, que carga con los pecados de la humanidad. Y al anunciar esto, qué Él les puede dar ese pan que baja del cielo, ellos le dicen:
“Señor, danos siempre de este pan.”.
(Jn 6, 34)
Esto es muy bonito también, porque se emocionan y esa es la idea: que no se queden únicamente con ese pan que perece. Hay panes que son deliciosos y está muy bien, pero al final perecen.
LA EUCARISTÍA
El Señor les dice: no se queden únicamente con el pan que acabo de multiplicar o ese maná que les Moisés, que realmente lo dio Mi Padre, ¡no! Hay algo más, los hace mirar al cielo, que no se queden únicamente en lo terreno.
Y ellos, una muestra de lo que llevan en el corazón, ese deseo de Dios, de las cosas más grandes le dicen:
“Señor, danos siempre de este pan”,
es una reacción natural. Es como esa samaritana que le dice: dame también de esa agua, yo también quiero beber de esa agua que salta para la vida eterna.
Esto también nos interpela a ti y a mí. Tú y yo, ¿cómo buscamos a Dios? Por supuesto, en los sacramentos. “Señor, que no nos falten los sacramentos, que no nos faltes Tú”.
¡Cómo has querido quedarte en la Eucaristía! Y arriesgándote a que haya esas profanaciones que, a veces leemos en las noticias: que se profanan templos, se profana la Eucaristía… ¡qué cosas tan terribles! Pero, aun así, Dios nos ama tanto que dice: «Yo estoy dispuesto a pasar por eso».
“La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la comunión eucarística; si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos”.
(Papa Francisco, audiencia 2015)
EL BUEN OLOR DE CRISTO
«Ser don» y, de ese modo, tú y yo que tocamos al Señor, que comemos al Señor en la Eucaristía, nos endiosamos. Y allí, donde estemos, allá donde vayamos, vamos a divinizar todas las cosas, de volver a este mundo su verdadera dignidad: que es bueno, que es hermoso, pero que el pecado lo hace feo.
San Josemaría aconsejaba que debemos ser como el rey Midas: que todo lo que tocaba, lo convertía en oro; pero no para nosotros, es tu y yo, hijos de Dios en la iglesia, divinizados.
Aunque seamos poca cosa, unos pecadores, pero que el Señor se nos entrega a nosotros y vivimos esa vida sobrenatural; pues, allí donde vayamos dejemos ese buen olor de Cristo; con nuestros gestos, con esas palabras, con esas acciones… y vamos a santificar el mundo.
Vamos a terminar nuestro rato de oración acudiendo a María Santísima para que nos acompañe cada día, que podamos tratar al Señor en la oración, en los sacramentos… Y que avive en nosotros ese deseo de no separarnos de Cristo y lo que nos separa es justamente el pecado. Ella, inmaculada, nos puede ayudar.
Que nos ayudes, Madre mía, cuando haya algo que nos pueda alejar de Cristo, que tengamos esa valentía de huir.
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