CON EL ESPÍRITU SANTO SOMOS UNO
Jesús está haciendo oración en voz alta. Nosotros, tú y yo, que estamos a su lado, escuchamos cómo se dirige a Dios Padre. Y nos impacta comprobar que el contenido de su oración, somos nosotros, cada uno de nosotros.
La oración de Jesús está llena de rostros y de nombres. De nuestros rostros, de nuestros nombres. ¡Qué suerte constatar que Jesús me lleva en su corazón! Ahí siempre hay espacio para mí. ¡Gracias Jesús!
Jesús levantó los ojos al cielo y oró diciendo:
“Padre Santo cuida en tu nombre a aquellos que me diste para que sean uno como nosotros”.
(Jn 17, 11)
Escucho estas palabras y caigo en cuenta, que no es que ocupe un rinconcito del corazón de Jesús, sino que estoy unido a Él. Todo yo. Es como si viviera dentro de Él o como si Él viviera dentro de mí…
A ver, cómo se explica esto… Pues tenemos la suerte de estar en este decenario del Espíritu Santo, días previos a la fiesta de Pentecostés. Y es una suerte, porque ahí está la respuesta.
Es a través del Espíritu Santo que Jesús y yo, tú y Jesús, estamos unidos. (Ojo, que no hablamos de espíritu, como cuando alguien comenta de otro: Éste tiene espíritu aventurero). No, no es un feeling, no es un estilo. No. Es mucho más que eso. Como dice Jesús:
“Que sean uno como nosotros”.
El espíritu cristiano existe él solo. Es una persona y es solo uno, el mismo en Jesús, que en mí. Y es Él, el que me hace cómo Jesús. O incluso me hace el mismo Jesús. Porque tenemos ese único espíritu los dos. Ese espíritu me define, me hace cristiano. ¿Hasta qué punto tú y yo somos conscientes de esto?
¿SOY CONSCIENTE DE ESTAR UNIDO A JESÚS?
Me acordaba cómo contaba uno, que trabajó en una acerera de un puerto aquí en Centroamérica, en una ciudad pequeña, más bien un pueblito. Y ahí vivió por un tiempo él y su familia. Y contaba que, no se sabe cómo, -tal vez con el paso de un circo o algo así-, se había quedado en ese pueblo una cría de león, una leona. Pero que nunca se enteró que era leona, ella pensaba que era un gato. La paseaban incluso en carro por el pueblito, y al menor ladrido de un perro, ¡se escondía en una esquina, con miedo!
Bueno, ser cristiano es algo fuerte. Pero ¿será que yo me entero de que soy cristiano? Ser cristiano y no moverme, no comportarme como tal, da más pena que una leona que se cree gato. Está hecha para dominar la selva, y resulta que no puede plantarle cara a un perrito callejero…
Pues el cristiano, que no es consciente de estar unido a Jesús a través del Espíritu Santo, se corre ese riesgo. Es como que baja el listón. Como que vive denigrado, como tirando a medio gas, como empujando, pero sin fuerza.
NOS DÁ SU ESPÍRITU
Nuestro Señor me comparte algo muy grande, algo muy fuerte. No es egoísta, comparte todo lo que tiene. Llega a compartir el mismo amor con mayúscula que tiene con Dios Padre. Y me lo regala.
Jesús no se reserva el secreto, nos da su Espíritu. Y es mucho más que la fórmula secreta de cualquier cosa que la gente anda queriendo descubrir o encontrar por ahí. ¡Gracias, Jesús! Y te lo agradezco porque también me doy cuenta de que lo necesito, y mucho.
Tú mismo lo dices:
“Yo les comuniqué tu palabra y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”
(Jn 17, 15-26).
A ver, tenemos batallas que librar. Necesitamos un punto de apoyo firme. Y ahí está Dios mismo. Soy hijo de Dios, hijo como Jesús, y comparto su mismo Espíritu. Olvidarme de esto es sentirme expuesto, verme débil. Es no tener donde refugiarme, no saber luchar. Me lleva a rendirme sin presentar batalla.
VOLAR COMO LAS ÁGUILAS
Fue en un colegio de Valladolid, donde san Josemaría en una ocasión, platicando con algunos que habían asistido a un curso de retiro predicado por él, vio una jaula en la que había un águila vieja y medio desplumada.
Él sacó consecuencias de aquello, que luego les transmitió:
“Os he contado ya otras veces la triste impresión que me produjo ver un águila dentro de una jaula de hierro, con un pedazo de carroña entre sus garras. Aquel animal, que en las alturas es toda majestad, dueño de los aires, y mira de hito en hito al sol, ahora encerrado en la jaula, daba asco y pena a la vez, por las mil diabluras que le gastaban los niños. Pensé en lo que sería de mí, si abandonara la vocación recibida de Dios”.
Así lo pensaba él. Y yo pienso: ¿Qué será de tu vocación cristiana y de la mía, esa que has recibido por el bautismo, si te alejas de Dios, si le expulsas de tu interior, si no te sabes unir a Él, a su Espíritu que habita en ti?…
No somos del mundo. No estamos para revolcarnos, para achicarnos, achicopalarnos o andar con complejos y conformándonos con un pedazo de carroña… Somos águilas, espiritualmente hablando. No somos “gallina de corral”.
Pues entonces, no vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas. Esta es nuestra verdad. Esa es la verdad. Estamos hechos para cosas grandes. El mismo Dios quiere actuar en nosotros, a través de nosotros.
SER VERDADEROS HIJOS DE DIOS
Te escucho Jesús, mientras te diriges a Dios Padre: ¡Conságranos en la verdad, Tu palabra es la verdad!
“Así como Tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo, por ellos me consagro para que también ellos sean consagrados en la verdad”
(Jn 17, 15-23).
Y te pido, ayúdame a vivir de acuerdo con esta verdad, la de ser Hijo de Dios y templo del Espíritu Santo, ¡que no me conforme con menos!
Como dice el dicho: “El mundo es de Dios y se lo alquila a los valientes”. Esto algo tiene de verdad. Pero hay una verdad más de fondo, y es aquella que también viene a decir -más o menos- el Salmo 2:
“Pídeme, y te daré las naciones en herencia”.
O sea, no es alquilado, es herencia.
El camino por excelencia para que un cristiano se percate de su dignidad, pasa por la conciencia de su filiación divina en Cristo. Si Dios es el gran Rey del Universo, sus hijos somos príncipes. Y no se trata de un mero título nobiliario u honorífico, sino de una gozosa realidad. No somos huérfanos. El mundo es de Dios y se lo alquila a los valientes. Más bien el mundo es de Dios, y yo soy su hijo.
VIVIR EN EL MUNDO QUE HA SALIDO DE LAS MANOS DE DIOS
Pero no ese mundo mundano, el del carrerismo o el de la diversión hueca, vacía, sin sentido. No ese pedazo de carroña. El mundo, el que ha salido de las manos de Dios, y es bueno con toda su gozosa realidad, con toda su grandeza. El mundo de las relaciones que llenan el corazón, el de las verdaderas amistades, el de las auténticas diversiones, el del trabajo santificado y santificador, que se redime por nuestra unión con Dios cuando somos uno con Él, como Jesús y el Padre son uno.
Acudimos a nuestra madre, que está inseparablemente unida a Dios, a la Santísima Trinidad: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo.
Pues Madre, tú también eres Madre mía, ayúdame a unirme por el Espíritu Santo con Dios y a nunca alejarme viviendo de acuerdo con mi dignidad.
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