En este viernes de la octava semana del Tiempo Ordinario, escuchamos un Evangelio que es sorprendente.
Estamos en los últimos días de la vida terrena de Jesús; hace poco tiempo que ha hecho su entrada triunfal en Jerusalén, un episodio que marca el comienzo de los acontecimientos que van a llegar de la Pasión, la Muerte y la Resurrección.
Estamos en el capítulo 11 de san Marcos, los versículos 11 al 26. Se huele al final de la vida de Jesús y este contexto nos ayuda a comprender este fragmento de hoy que, como decía, es un poco extraño.
Hay un episodio central que está constituido por la expulsión de los vendedores del Templo, y esto aparece como en un bocadillo; como entre dos cosas que tienen que ver con: una higuera que es estéril (que no da fruto) y que es maldecida por Jesús, y luego los discípulos se la encuentran seca.
NO ERA TIEMPO DE HIGOS
A esto le siguen otras consideraciones sobre la confianza, pero el punto de partida es el hambre que siente Jesús. Al ver, a lo lejos, una higuera llena de hojas, se acerca para buscar algún fruto y se queda decepcionado porque sólo tiene hojas.
Pero hay un inciso en que el evangelista dice:
“Pues no era tiempo de higos”.
(Mc 11, 13)
Por lo tanto, es lógico que nos suene -por lo menos- extraña esa maldición de Jesús; «no era tiempo de higos».
SI JESÚS TRATASE DE SACIAR EL HAMBRE
Ese gesto de maldecir una higuera, encolerizarse contra un árbol porque no encuentra frutos, cuando no es la estación…No es en este nivel material que hay que encontrar el sentido.
Lo que Jesús ha querido hacer es un gesto enigmático, y Marcos subraya que los apóstoles estaban extrañados; oyen, pero no quieren creerlo. Pero se van a quedar muy sorprendidos. Al día siguiente, al ver que la maldición se ha realizado.
Esto es como un enigma y la solución la vamos a encontrar más tarde; y no será por casualidad el hecho de que la purificación del Templo está en medio de estas dos mitades del episodio de la higuera maldita.
EL TEMPLO
Llegan al Templo, Jesús entra y se pone a expulsar a los que vendían y compraban; derriba las mesas de los cambistas y los asientos de los vendedores. Y les enseñaba diciendo:
“¿No está escrito: Mi Casa será Casa de oración para todas las naciones y ustedes la han convertido en una cueva de ladrones?”
(Mc 11, 17)
En el Templo, Jesús encuentra una degradación grande. Se ha reducido a un lugar de comercio: ahí están las oficinas de cambio para permitir a los judíos (que llegaban desde las distintas partes del mundo), que cambiasen su plata por moneda local (porque no estaba permitido ofrecer monedas que llevaran la efigie pagana).
Estaban también los puestos de los vendedores de palomas (las palomas eran una de las ofrendas más frecuentes porque era la de los pobres).
PARA TODOS LOS PUEBLOS
Jesús vuelca las mesas y las sillas, denuncia que ese comercio ha contaminado el sentido del Templo y cita a Isaías reivindicando el carácter sagrado de ese lugar que tiene que estar destinado a la oración y no a los negocios.
Y Marcos prolonga la cita de Isaías diciendo:
“Para todos los pueblos”;
es decir, en apertura el Templo tiene que ser también para todos como hijos de Dios, de manera que esa purificación del Templo tenga un valor universal.
ES LA CASA COMÚN
Y todos pueden acceder a ella, pero a condición de que respeten su carácter sagrado y, luego, añade una cita de Jeremías 7-11, confirmando que ese estado de degradación ha convertido al Templo en una cueva de ladrones.
Obviamente, esa intervención de Jesús no le agrada a la autoridad constituida: los sumos sacerdotes, los maestros de la ley, que quieren eliminar a este profeta desconocido. Pero que, por otro lado, les da miedo porque van a tener que enfrentarse al pueblo que se siente admirado por la enseñanza de Jesús.
Este episodio -que repito- está englobado en el asunto de la higuera, que no produce frutos, tiene que ser leído de esta manera: la parte más sagrada de Jerusalén -el Templo- ha dejado de dar frutos, ofrece sólo las hojas de una religiosidad formal.
HIGUERA SIN FRUTOS
No hay frutos y hay que darle un vuelco a esta situación, precisamente, como ha hecho Jesús al volcar las mesas y las sillas de los cambistas y de los vendedores.
El constatar que la higuera se ha secado, muestra que, sin dar frutos no es posible seguir existiendo y ocupar inútilmente un terreno, como dice Jesús en la parábola de Lucas 13 de otra higuera.
En este punto podría entrar un cierto desánimo, pero Jesús nos señala un camino de novedad. La fe, la conversión, son siempre posibles y pueden dar un vuelco a la situación.
DAR FRUTOS TANGIBLES
A esa falta de fruto de la higuera, se opone la abundancia de frutos de la comunidad que está llamada a dar frutos tangibles y esto llega a través de un sereno abandono en las manos de Dios.
Encontramos una queja de Jesús, pero estemos atentos porque no podemos quedarnos sólo diciendo: era el Templo de Jerusalén que no daba frutos… esto a nosotros ni nos toca.
El Señor podría estar defraudado también de nosotros, de nuestra esterilidad o por el clima de nuestras celebraciones litúrgicas. Porque quizás se podría decir también de nosotros, de cada uno y de la comunidad cristiana de la que formamos parte, que somos una higuera estéril.
DEJARNOS INTERPELAR POR EL SEÑOR
Yo creo que sería bueno que hiciéramos un alto en el camino, y nos dejáramos interpelar por el Señor Jesús, porque sería triste defraudar a Dios y no dar los frutos, o dar frutos de poca calidad.
Si leemos la continuación de este Evangelio, Jesús en los días sucesivos -por ejemplo- con la parábola de los viñadores, que no hacen producir el campo que se les ha arrendado, nos va a ir advirtiendo: no podemos contentarnos con pensar que los acusados aquí son sólo los israelitas; somos también nosotros, en la medida en que no damos los frutos que Dios puede esperar de nosotros.
Por eso, hacer un examen de conciencia nos vendría bien. Y también nos vendría bien pensar en cómo es nuestro culto. ¿Mereceríamos nosotros un gesto profético parecido al de Jesús, purificando nuestras iglesias también de toda apariencia de mercantilismo, de acepción de personas?
TEMPLO, CASA DE ORACIÓN
Jesús quería que el Templo fuera casa de oración para todos y, que no se contaminara con intereses, ni negocios, ni supusiera una barrera para otras personas de otras culturas o mentalidades.
El Evangelio de hoy termina no sólo invitando a la oración (una oración llena de fe), sino también invitando a la caridad fraterna; sobretodo, al perdón de las ofensas.
Cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también su Padre del Cielo les perdone sus culpas.
Esto, hermanos, es lo que cada día decimos en el Padre Nuestro, pero es también una de las peticiones más comprometedoras que nos ha enseñado Jesús y nos ha dicho que, si no perdonamos de corazón al hermano, Dios no nos perdonará.
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