Qué alegría rezar hoy, celebrar esta fiesta de la Sagrada Familia. Cada uno tendrá alguna oración breve, alguna exclamación del corazón, alguna oración que podamos hacer ahora mismo que estamos estos diez minutos con Jesús.
Alguna oración, alguna jaculatoria, como un flechazo de cariño. Alguna oración, por ejemplo:
“Jesús, María y José, que esté siempre con los tres”
(San Josemaría).
Alguna otra oración, alguna exclamación que nos viene ahora mismo al corazón, a la imaginación, que rime o no rime, ¡pero con cariño!
Hace unos años tuve la suerte de estar en el sur de España, cerca de Sevilla -un poquito más al sur incluso que Sevilla, más al oeste- para ver a la Virgen del Rocío, un santuario muy bonito.
A la vuelta, veníamos con unos amigos en un auto -uno había comprado un disco y lo puso, con canciones de ahí, canciones a la Virgen, canciones bonitas, de cariño a María.
Y una de ellas, cantaban los rocieros (que así les llaman ahí), me acuerdo tenía esta frase, -era cantado, era con un traqueteo, un ritmo bonito… nos sirve también para rezar:
“¡Qué guapa es María! ¡Qué bueno es José! ¡Qué bonito el Niño que nació en Belén!”
¡QUÉ GUAPA ES MARÍA!
Lo iban repitiendo una y otra vez con un tamborcito de fondo:
“¡Qué guapa es María! ¡Qué bueno es José! ¡Qué bonito el Niño que nació en Belén!”
Y lo iban repitiendo y repitiendo…
Y es como nos pasa a nosotros cuando rezamos el rosario o cuando miramos a Jesús en el Sagrario o ahora que hacemos oración… Tantas veces que hacemos oración, tantas veces que rezamos el rosario, tantas veces que estamos junto a Jesús en la Eucaristía y decimos, una y otra vez, muchas veces, las mismas cosas.
Así también, en aquella ocasión, le cantaban a la Virgen, a José, al Niño
“¡Qué guapa es María! ¡Qué bueno es José! ¡Qué bonito el Niño que nació en Belén!”
Una y otra vez… Nos puede servir ahora mismo para hacer oración.
Se lo estamos diciendo a ella, se lo estamos diciendo a san José y al Niño.
“¡Qué guapa es María! ¡Qué bueno es José! ¡Qué bonito el Niño que nació en Belén!”
En un texto -en una homilía fantástica, muy bonita- de san Josemaría, él se metía en la vida del Señor, como queremos hacer nosotros, “como queremos conversar contigo ahora Jesús”.
San Josemaría decía:
“Me gusta volver, con la imaginación, a aquellos años en los que Jesús permaneció junto a su Madre, que abarcan casi toda la vida de nuestro Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene”
(San Josemaría. Amigos de Dios, 281).
NACIMIENTO
Sobretodo, estos días de Navidad, estas palabras de san Josemaría nos pueden ayudar mucho hoy, en esta fiesta grande de la Sagrada Familia. Se fijaba en Jesús y decía:
“Verle pequeño, cuando María lo cuida y lo besa y lo entretiene”.
¡Qué fácil es imaginarlo! Es bonito que, en nuestra casa, seguramente tendremos algún pesebre, algún Belén o algún nacimiento (según como le dice cada uno en su país -aquí en Chile: pesebre), mirar a la Sagrada Familia.
Los ojos se van, como cuando los pastores llegaron allí, los ojos se van de inmediato al Niño que está recostado en un pesebre, con unos pañales. Pero luego, enseguida nos encontramos también con la Virgen.
Y cómo ella lo mira y lo cuida, lo besa y lo entretiene. Y san José también, ahí muy próximo… la Sagrada Familia. ¡Qué bonito estos días mirarlos, a Jesús, a María, a José… a la Sagrada Familia!
Decía san Josemaría en otro momento:
“Son tres corazones, pero un mismo amor”.
Y podemos continuar nuestra oración, decirle ahora al Señor -tú dile lo que quieras, yo también estoy haciendo mi oración estando estando estos 10 minutos con Jesús.
Cada uno de nosotros le dice lo que quiera al Señor, cada uno de nosotros escucha lo que el Señor nos quiere decir, lo que te dice a ti ahora. Pero quizá podemos decirle esto: “Señor, que mi familia sea así también como en la tuya: tres corazones, pero un mismo amor”.
COMO LA SAGRADA FAMILIA
¡Qué bonito pedírselo al Señor! Para nuestra familia, para la tuya, para la mía… “Señor, también por todas las familias del mundo, que cada familia se parezca, hoy un poco más a la Sagrada Familia, a la familia de Jesús, de María y de José”. Esa es nuestra familia, queremos que sea nuestra familia, lo es.
“Señor, quiero que mi familia se meta en Tu Sagrada Familia, en el Evangelio de hoy”, que es como unos años después -a veces, como en las películas que saltan hacia atrás, saltan hacia adelante….
Estamos en Navidad, pero la película salta hacia adelante, unos años después, cuando el Niño no tiene unos pocos días de nacido, sino unos años, doce dice san Lucas.
Subió la familia, Jesús, María, José, suben (Suben porque es un poquito más alto en altura, Nazaret estaba un poco más al norte. Bajan hacia el sur, pero en verdad es un bajar que es un subir porque van al sur, pero suben en altura) a Jerusalén, están ahí, en el templo para la fiesta de la Pascua y dice san Lucas que luego volvieron.
Pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Y cuenta san Lucas:
“Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo”
(Lc 2, 44-45).
Preocupados, seguramente.
LA ANGUSTIA DE SAN JOSÉ Y MARÍA
Imagínate para una madre, que pasa la noche sin encontrar a su hijo… Jesús era muy responsable, era muy vivo, muy inteligente y todo, pero, ¡doce años solamente!
Y aquella primera noche, cuando llega la noche, ¡qué congoja en el corazón de la Virgen! Porque había un amor muy verdadero, muy vivo. ¡Qué preocupación en san José!
San Josemaría, cuando se imagina esta escena, (quizás has visto alguna vez en ese librito “Santo Rosario”), se fija en nosotros también ahora en la oración -ver con dolor, con congoja a la Virgen, triste, preocupada…. ¿Dónde estará el Niño? La primera noche y una segunda noche…
Dice san Lucas:
“Sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas”
El Niño tranquilo, contento, muy seguro…
“Todos los que le oían”,
dice San Lucas,
“quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba”
(Lc 2, 46-47).
Pero luego, san Lucas, el Evangelista (y nos sirve ahora con la imaginación, poniendo empeño, nos imaginamos también la escena) como si fuera un director de cine, cambia la cámara y ya no se fija en Jesús y en los doctores que están ahí, sino en María y José, que han recién llegado y se han encontrado con Jesús.
Y dice:
“Al verlo se quedaron atónitos y le dijo Su madre: ‘Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados”
(Lc 2, 48).
La Virgen le abre el corazón a Jesús, le pregunta de verdad.
LA VIRGEN PREGUNTA ABIERTAMENTE
Te acuerdas tú en la Anunciación, hacía doce años y nueve meses (por decirlo así), cuando el ángel Gabriel le dice aquello que Dios espera de ella, ella también pregunta abiertamente lo que no entiende. La Virgen es así.
Nosotros también en nuestra oración, quizás tú ahora al Señor le quieras preguntar alguna cosa. “Señor, ¿por qué está pasando esto en mi vida? Señor, ¿por qué este amigo, este familiar, reacciona de esta manera? Señor, ¿por qué permites esto en mi país…?”
Ábrele el corazón al Señor. Es bueno que en nuestra oración, ahora, mientras estamos estos minutos con el Señor, se lo preguntemos así.
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