HISTORIA DE PLUMAS
Te voy a contar una historia: Un hombre se encontró un huevo de águila, y en un acto de buena voluntad, se lo llevó e hizo ¡una tortilla de papas!
¡No! Perdona. En un acto de buena voluntad, se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. Allí fue adoptado y recibido como uno de los propios. El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Lógicamente, pues él pensaba que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso sacudía las alas y volaba unos metros por el aire, al igual que los pollos.
¿Es que acaso no es así como vuelan los pollos? El espectáculo debía ser alucinante, un águila que se cree pollo.
REY DE LAS AVES
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día, divisó en lo alto del cielo una magnífica ave que parecía flotar. Apenas movía sus alas, que eran de gran envergadura y sus elegantes movimientos dejaban hipnotizados a todos los que la miraban.
Por supuesto que nuestra ya vieja águila también se admiraba del espectáculo y preguntó a una gallina que estaba junto a ella: “¿qué es eso?”. Le respondió la gallina: “es el águila, el rey de las aves”. Y el águila suspiraba mientras decía: “ojalá pudiera yo volar así”. “Ni lo sueñes.” -le contestó la gallina- “Tú y yo somos diferentes de él”.
Este comentario devolvió al águila a la realidad: era un pollo y los pollos no pueden volar así. De modo que no volvió a pensar en ello y murió creyendo que era una gallina de corral. Fin de la historia.
ESCARMENTAR EN CABEZA AJENA
Como ves, comenzamos este rato de oración con una historia sin final feliz. Es el final alternativo a la historia del patito feo. No es que sea muy edificante, pero te la cuento por aquello de escarmentar en cabeza ajena, porque, aunque esta sería la típica historia que te contarían en una clase de motivación al éxito o una de superación personal, creo que tiene una moraleja similar a la que nos cuenta hoy san Marcos en su Evangelio.
Señor, hoy nos metemos como siempre en el Evangelio como un personaje más y no estamos solos. En esta orilla del mar de Galilea tantos se han enterado de que estás por estos lados, que no cabe ni un alfiler más.
Lógicamente todos queremos escucharte en primera fila, pero este buen deseo corre el riesgo de transformarse en avalancha, así que no te queda de otra que subirte a una barca, a una distancia segura, y desde allí seguir hablándonos de ese gran panorama del reino de los cielos.
TIERRA BUENA
Y Tú, Señor, que sabes que tenemos graves problemas de entendederas –¡Qué paciencia la tuya, Señor! – nos explicas lo complicado a través de imágenes. Y te oímos decir esta parábola:
“Salió el sembrador a sembrar… Y las semillas: unas entre piedras, otras al borde del camino y por último las de la tierra buena”.
Aunque al inicio no captamos la indirecta, ya sabemos que la cosa va con nosotros. Queremos ser esa tierra buena donde se da una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.
Esta parábola fomenta en nosotros buenos deseos y por eso creo que tiene mucho que ver con la historia del águila. Nosotros queremos dar el máximo en la santidad, pero a veces en la lucha por ser santos no damos el ciento por uno, porque no nos creemos capaces.
RECHAZAR EFECTO ÁGUILA-POLLO
Estamos como el águila-pollo, queriendo seguir a Cristo, admirando las vidas de tantos santos, viendo cómo personas a nuestro alrededor son tan buenas, tan piadosas, tan virtuosas. “¡Ojalá pudiera volar así!”- piensas en tu oración personal, pero inmediatamente nuestras miserias nos dicen: “Ni lo sueñes. Tú eres diferente. Conténtate con dar el treinta por ciento, que ya es mucho”.
No me negarás que es una tragedia que quien podía volar alto y mirar de frente al sol, pase su vida con la cabeza bajo la oscuridad de la tierra, como el avestruz. Tú, Señor, has venido a la tierra para elevarnos, para que seamos libres, para que volemos alto.
Si el águila-pollo, desconocía su condición y se perdió lo mejor de su vida, nosotros, en cambio, queremos que Tú, Jesús, nos lo recuerdes una y mil veces: estamos hechos para mejores cosas
Ayúdanos a no perder esta dignidad que nos has ganado con la cruz. Que al momento de la tentación, no nos dejes dialogar con ella. Que no nos interesa el treinta o el sesenta: ¡No nos conformaremos con menos del ciento por uno en la santidad! Y cuando nuestras faltas y nuestras miserias nos quieran hundir diciéndonos: “esto de la santidad no es lo tuyo, ¿para qué te vas a seguir complicando la vida”, que sepamos decir: “Yo soy un hijo de Dios y estoy hecho para cosas mejores”.
Hace un tiempo, un alma cristiana atribulada por sus faltas, en su diálogo contigo, Señor, te decía: “Jesús, por favor, mira que malo, malo, no soy”. Un poco, para tranquilizar su conciencia, más inmediatamente sintió en su alma tu respuesta, clara como el cristal: “Es que no me interesa que seas bueno, quiero que seas santo”.
QUERER, QUERER
Tú, Señor, con esta parábola del sembrador quieres animarnos, quieres que aspiremos a cosas superiores, que no desperdiciemos nuestra vida por desconocer nuestra identidad más profunda.
Somos hijos de Dios, y por eso no podemos conformarnos con menos del ciento por uno en la santidad. Tú, Señor, eres un Dios tan bueno que quieres transformar nuestra historia de águilas que se conforman con vivir como aves de corral en la historia del patito feo, con un final feliz.
Es verdad que en la vida nos encontraremos con personas o situaciones que nos harán pensar que el ser santos no es con nosotros. Pues recuerda qué bien le hubiese venido al águila-pollo que alguien le explicara aquello que el Señor nos dijo:
“La verdad os hará libres”
(Jn 8,32).
Hubiera sido libre si alguien le hubiese revelado su verdad y con la parábola del sembrador, Dios quiere que conozcamos esa verdad que nos hace rendir una cosecha del 100%.
HIJOS DE DIOS – VERDAD MÁS INTIMA
“¿Qué verdad es ésta, que inicia y consuma en toda nuestra vida el camino de la libertad? -decía san Josemaría- (…)
Saber que hemos salido de las manos de Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos hijos de tan gran Padre.
Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres.
No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas la cosas” (Amigos de Dios, 26).
Esto, lo dice san Josemaría, y yo me atrevería a añadir: “Quien no se sabe hijo de Dios, lamentablemente pasará su vida picoteando el suelo y volando bajo, pudiendo recorrer las alturas con la tranquilidad de un águila.
He escuchado muchas veces la parábola del sembrador, pero nunca la había entendido tan bien cómo lo estoy haciendo ahora gracias a esta meditación que empieza divertida , sigue con una historia con un final no feliz y que luego nos explica claramente que debemos dar el ciento por uno para comportarnos como nuestra verdadera naturaleza. Nuestra naturaleza es de hijos de Dios. Gracias por recordarnos quienes verdaderamente somos. Seremos muy felices permitiendo que la gracia de Dios nos lleve a comportarnos como los hijos de Dios que somos.
He escuchado muchas veces la parábola del sembrador, pero nunca la había entendido tan bien cómo lo estoy haciendo ahora gracias a esta meditación que empieza divertida , sigue con una historia con un final no feliz y que luego nos explica claramente que debemos dar el ciento por uno para comportarnos como nuestra verdadera naturaleza. Nuestra naturaleza es de hijos de Dios. Gracias por recordarnos quienes verdaderamente somos. Seremos muy felices permitiendo que la gracia de Dios nos lleve a comportarnos como los hijos de Dios que somos.