JESÚS NOS PREPARA UN LUGAR EN SU CASA
Estamos sentados a la mesa con Jesús y los apóstoles. Jesús ha empezado a comentar varias cosas, y la conversación tiene un tono de despedida. Todos intentamos afinar el oído y conseguir, como asimilar cada una de sus palabras. Y como aquello parece un discurso, justo antes de decirse adiós, los ánimos no es que estén muy altos: las despedidas son duras.
Entonces nos dice Jesús:
“No se turbe su corazón; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones, si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes; yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes”
(Jn 14, 1-3).
“¡Gracias Jesús, gracias! La verdad es que consuela saber que, si te pierdo, no te voy a perder para siempre; que nos vamos a volver a ver. También me alegra saber que allí donde vas, donde estés, estarás pensando en mí; porque me lo aseguras. Tanto vas a estar pensando en mí, que para mientras vas a estarme preparando un lugar”.
Y eso, resulta que también me ilusiona: que me prepares un lugar. O sea, Tú siendo Dios, me vas a preparar un lugar. Y me ilusiona también porque no hay nada como saberse bienvenido, como saberse esperado…
JESÚS NOS ESPERA
A todos nos habrá ocurrido alguna vez, que no aparece tu nombre cuando pasan listas en el aula, o que no apareces en la lista de los registrados en un congreso o en una convención a la que te inscribiste, o que llegas al aeropuerto y no hay nadie esperando. Es una sensación fea.
Pero aquí todo lo contrario: Jesús nos espera y nos tiene preparado un lugar. Es como para soñar con el momento ese en que lleguemos y nos reciba, nos dé un abrazo y nos diga: —¡Bienvenido! ¡Cuánto tiempo te he esperado! ¡Qué gusto que hayas venido!
Sueño con ese momento, Jesús; sueño con que me recibas”.
Ahora, si a uno le entra una sensación fea cuando no lo esperan, no digamos cuando uno ha preparado algo para otro y resulta que esa otra persona no se presenta… El gran montaje, todo arreglado, y resulta que nos dejan plantados. Pues eso nos da una idea de cómo se quedaría Jesús si nosotros no llegáramos.
EL CAMINO PARA LLEGAR
“Pues no quiero darte ese disgusto, Señor, pero para no dártelo la verdad es que necesito que me des la dirección, así pongo Waze o algo parecido y no me pierdo en el camino, porque quiero llegar”.
“Ya conocen el camino del lugar a donde voy. Pero entonces, Tomás dice: —Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?” (Jn 14, 4-5).
¡Grande Tomás! ¡Grande! Yo estaba a punto de hacer la misma pregunta, pero no me atrevía. Y entonces viene esa respuesta impresionante: “Jesús le responde: “—Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6). Ese es el camino, esa es la dirección. ¡Qué Waze, ni qué Google Maps, ni qué nada! ¡Ahí está! Resulta que ahí tenemos la respuesta, y ahí la tenemos desde hace siglos. Pero es curioso cómo los hombres nos seguimos equivocando de camino; y cómo no nos damos cuenta del dolor que le supone a Jesús cuando ve que no llegamos o que nos desviamos. ¿Por qué seremos tan necios?… A veces pensamos que nosotros sabemos por dónde ir y que ya nos la arreglamos solos. En una excursión del club juvenil del que soy capellán, nos pasó que fuimos a escalar un volcán, pero había dudas sobre la ruta que teníamos que seguir. Empezamos a caminar en un camino bastante claro, y de repente aparece una especie de vereda con un pequeño muro de piedra que aparentaba llevar a la cima. Y justo en ese momento, pasa un lugareño por ahí, entonces uno de los que iba en la pregunta: —Señor, ¿por aquí se llega a la cumbre? Y responde: —Sí, por ahí se puede llegar. Y entonces empezamos a subir. Costó muchísimo, la vereda se terminaba y tocaba abrirse paso, como fuera, entre la maleza y los desniveles… La cosa duró mucho más tiempo del esperado y todos acabaron agotados. ¡Claro! Por ahí se podía, pero ese no era el camino. “Jesús, que no ande yo buscando otras rutas, que no ande probando tirar por mi cuenta; que te siga a Ti de cerca, y que en caso de duda te pregunte qué hago o por dónde. Pero que te pregunte a Ti o a alguien que verdaderamente te conoce, no a cualquiera que se cruce por mi camino”. El camino está claro, o que pasa que no es tan fácil, o a veces se nos antoja que podemos hacer un pequeño desvío. Se despiertan nuestras pasiones, nuestras malas inclinaciones, viene la tentación o el cansancio, y entonces, todas esas cosas nos sugieren detenernos o desviarnos. Son esos momentos en los que uno está, prácticamente, buscando una excusa para dejar de hacer las cosas bien como se deben. Uno anda buscando cualquier justificación. Pues a mí se me venía a la cabeza lo que pasó en mi familia, -y no sé si ya te lo conté, pero a mí me causa mucha gracia- y es que siempre que podemos le hacemos broma con algo que le pasó a mi abuela, cuando estaba recién graduada del colegio. Pues mi bisabuelo consideró que era importante que aprendiera inglés y por eso la mandó a Inglaterra. Allá iba, en vuelo trasatlántico hacia Inglaterra, pero en ese vuelo, que es bastante largo, estaba sentada al lado de una española y rápido empezaron a hablar, y hablaron de todo. Y al final de la plática, vino la sugerencia de esta recién conocida que le dice: —¿Qué vas a ir a hacer a Inglaterra? Vente a España y allí te inscribes en clase de inglés. Pues resulta, que mi abuela llamó a mi bisabuelo cuando ya estaba instalada en España. ¡Y a la fecha no sabe inglés! Todos nos metemos con ella y ella se ríe. Esto puede ser un recuerdo divertido en la vida de alguien, que tuvo sus consecuencias, pero tampoco es nada del otro mundo. Ahora, en nuestra vida, hay un camino del que no vale la pena desviarnos. No hay que dejarnos vencer por el cansancio o la tentación; no vale la pena buscar excusas. Hay que saber recorrerlo, porque allí sí, toda la vida depende de si lo conseguimos recorrer. Y en esto no tenemos excusa alguna, porque es cierto que lo normal es que uno busque el camino para dirigirse a donde quiere. Pero en este caso, el Camino -con mayúscula- nos busca constantemente a nosotros. Es como si en todo lo que hacemos tuviéramos siempre delante una bifurcación, pero siempre sabemos cuál es la dirección correcta. Y si dudamos, podemos preguntar, ¡y sabemos dónde preguntar! “Jesús, gracias por esperarme, gracias por prepararme un lugar. Prometo luchar con todas mis fuerzas por llegar, por no dejarte plantado. Pero, lo acepto: a veces pienso que no puedo solo, me doy cuenta de que no puedo solo. Pero en esos momentos, invoco a tu Madre que, como un niño pequeño, me toma de la mano y me ayuda a dar los primeros pasos, aunque sean pasos torpes en la dirección correcta”.
NO BUSCAR OTROS CAMINOS
SEGUIR EL CAMINO SIN DESVÍOS
NUNCA DESVIARNOS
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