LA VIRTUD DE LA CASTIDAD
“Las alas -también las de esas aves majestuosas que se remontan donde no alcanzan las nubes- pesan, y mucho. Pero si faltasen, no habría vuelo”
(Amigos de Dios, 177).
Estas palabras de san Josemaría recuerdan algo evidente: que las aves sin sus alas no pueden volar. Y esta consideración, él la hacía en referencia en concreto a la virtud de la castidad, que por temporadas puede llegar a costar algo más.
En medio del ambiente actual, una tentación frecuente es la de pensar que además de ser una virtud demasiado exigente, tal vez, no es tan necesaria. Bueno, porque no le hace daño a nadie; eso es lo que piensa uno.
Por eso, la advertencia de san Josemaría es la de no cometer esta torpeza, como la de un ave que dijese: “estas alas me pesan demasiado, me las quitaré para volar más ligero”.
Ya Tú, Señor, nos habías hablado de la importancia de esta virtud en una de las enseñanzas del sermón de la montaña:
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios”
(Mt 5,8).
Aquí vemos la importancia, quien no cuida de esta virtud, se le hará muy difícil apreciar las cosas de Dios en su vida.
UN NUEVO REINO
Pero hoy no nos toca considerar la virtud de la santa pureza, (como le gustaba llamarla a san Josemaría). Aunque sí, vamos a aprovechar y vamos a quedarnos con esta imagen de las alas, que son pesadas, pero imprescindibles.
Porque vamos a considerar esta escena del Evangelio de hoy, como un personaje más y la verdad Señor, es que estamos muy a gusto escuchándote.
“Estamos sentados en la hierba, a lo alto de una montaña, no muy alta y te oímos cómo nos presentas ese panorama de un nuevo Reino, donde vamos a hallar consuelo de nuestras lágrimas, donde nada escapa de la amabilísima justicia, dónde la ley que todo lo gobierna es la del amor.”
“Bienaventurados los que lloran, los misericordiosos, los mansos, los pobres, etc., su recompensa será grande en el cielo”
(cfr. Mt 5,3-12).
¡Qué bien se está aquí escuchándote, Señor! Finalmente ha llegado el consuelo a nuestras vidas. Ya no estaremos oprimidos bajo el peso de esta carga que nos agobia.
Y en esas estamos Señor, escuchándote, más contentos que perro con dos colas, cuando nos dices algo que nos cae como un balde de agua fría: “No piensen que he venido a quitarles las alas. No vine a quitárselas sino a hacerlas más grandes”.
EL SEÑOR ES NUESTRO FABRICANTE
¡Caray…! Algunos de ustedes dirán: ¿qué Biblia está leyendo este pobre cura, porque en la mía no sale nada eso? Y es verdad, esta no es la cita textual del Nuevo Testamento, esto no es el Evangelio de hoy textual. Pero dicho así, ¡qué maravilla!
La cita textual es esta:
“No piensen que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud”
(Mt 5,17).
Siendo sinceros, lo primero, lo de las alas, la verdad es que tiene sentido, mucho sentido. “Porque Señor, nosotros deseamos que nos quites esta Ley; porque la Ley de por sí era difícil de cumplir. Ya sabes que, además, los fariseos y escribas, fueron añadiendo preceptos meramente humanos y por eso se ganaron tus más duros reproches:
“¡Ay de ustedes, fariseos y escribas hipócritas, insensatos y ciegos, camada de víboras!”
(cfr. Mt 23,13-36).
Pero incluso, si nosotros quisiéramos quitar todo eso que añadieron los fariseos y los escribas, si solamente nos quedamos con los mandamientos de Moisés, ¡qué difícil es cumplirla!
¿Quién puede decir -por ejemplo- que cumple siempre, siempre todos los diez mandamientos? Y, además, por si eso no fuere suficiente, encima vienes Tú, Señor, a decirnos que no vienes a quitarnos ese peso de la Ley, sino a completarlo. Malas noticias.
Malas noticias…porque fácilmente se nos olvida que Tú, Señor, eres nuestro fabricante. Tú, Señor, conoces mejor que nosotros lo que hace falta, lo que nos hace falta para que funcionemos bien, para que seamos felices.
A veces parece más sencillo no tener que cumplir con tus mandatos, que la vida ya es demasiado complicada como para encima tener que ir contracorriente.
CUMPLIR LOS MANDAMIENTOS
¿No sería más fácil no tener que poner la otra mejilla cuando nos ofenden? ¿Por qué nos pides que perdonemos hasta setenta veces siete a aquellos que parece que nacieron y que viven sólo para hacernos sufrir? ¿Qué daño le puede hacer a los demás, el que yo admita una crítica, una crítica interna, una crítica de pensamiento?
Ni si quiera es una calumnia, porque lo que estoy pensando, lo que veo, lo que juzgo es verdad. Y sobre todo si es un pensamiento solamente, o sea, que nunca va a salir de mí esa crítica.
O, ¿por qué el desear a una mujer ya es pecado, si de todos modos no me creo capaz de hacer nada indebido con ella? ¿Quién se ha muerto por una “mentirilla blanca”?
Y así, Señor, me lamento que, tal vez, sea verdad eso que dicen por ahí: “todo lo que me gusta o engorda o es pecado”, o eso que dice y piensa mucha gente, de que: “ser cristiano coherente es ser un reprimido”.
DIOS ME QUIERE FELIZ
Y de nuevo, es que, a veces, se me olvida que quien me quiere me exige. Por ejemplo, mis papás – esto se lo sé ya al cabo de los años, la perspectiva que siempre da el tiempo- me regañaban y me corregían más que al hijo de la vecina. Claro, evidentemente me querían más que al hijo de la vecina.
Y del mismo modo, Dios, que es mi padre, me da una ley más plena porque ese es mi manual de instrucciones. Él es mi fabricante, y además, más importante que eso, es que me ama con locura, me quiere feliz.
Tengo que reconocer que, incluso, hay algunas de esas instrucciones de ese manual que Dios nos da, que yo no entiendo, no las entiendo completamente; y hay otras que pueden llegar a parecer demasiado dolorosas.
QUIEN ME QUIERE, ME EXIGE
Pero creo, también, que el amor de unos padres me puede ayudar a entender más por qué Dios se porta así conmigo. ¿Porqué, qué clase de madre sería la que no le exigiese a su hijo porque no quiere verlo sufrir? ¿Qué hijo saldría de una formación así?
Yo creo, me imagino que ni siquiera podría caminar porque sus padres no quisieron que sufriera el dolor de las caídas o de los raspones.
O me imagino, por ejemplo, que tendría todos los dientes llenos de caries porque a él lo que le gustaba desayunar eran galletas con Nutella y, además, le daba pereza enorme cepillarse varias veces al día. Por supuesto que no saldrá un niño especialmente fuerte, ¿no? Y lo mismo pasa con el dolor.
Ahora mismo no lo recuerdo, pero estoy segurísimo de que cuando yo era bebé, lloré muchísimo. Porque me dolieron, también, todas esas inyecciones en el brazo. Si mis papás me hubiesen ahorrado ese dolor por no verme sufrir, tal vez, ahora mismo, ni siquiera estaría vivo.
Porque me hubiese quedado en el camino por el tétano, el sarampión o la hepatitis. El dolor hubiese sido mucho mayor. Ahora mismo, de hecho, esa inyección – de bebé- no me duele, lo único que quedó fue una marca en el brazo que, de hecho, ni siquiera me molesta cómo se ve. Y por eso sé que quien me quiere, me exige.
VISION SOBRENATURAL
Ese “no he venido a abolir la ley sino a perfeccionarla” no debería sino alegrarnos. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Por eso, en estos 10 minutos contigo, Señor, te pedimos más visión sobrenatural para poder ver detrás de Tú Ley, no una camisa de fuerza que me impide ser libre, sino unas alas con las que quieres que yo vuele alto…
Que no desee quitármelas de encima porque me parezcan muy pesadas, sino que confíe en que, si Tú me las has puesto, es porque en ellas ves un medio, un instrumento para que yo sea feliz…
Que aborrezca incluso el pecado venial y no tanto por temor a que venga el policía a llevarme a la cárcel por no cumplir con la ley o me vengan a regañar por haber desobedecido, sino que sea porque con ellos, ofendo a un Dios tan bueno, que me ha dado unas leyes de vida para que pueda ser feliz.
Que no me quede en el mero cumplimiento para sentirme que soy mejor que los demás, que no tenga miedo a ir a contracorriente. Sobre todo en esta sociedad que lamentablemente no quiere saber de la ley de Dios, tal vez porque no sabe la paz que da al alma. Que no se me ocurra jamás la idea de quitarme las alas o de molestarme contigo, Señor, porque me las pusiste.