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P. Juan

5 min

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TODO ES GRACIA

El fariseo piensa que será justificado por sus obras pero no acude a la misericordia de Dios, como sí hace el publicano en su humildad.

CRÓNICA MARCIANAS

Cuenta una de las Crónicas Marcianas de Bradbury que llegaron los humanos a Marte (una segunda expedición, después de una que fracasó y esta en cambio fue exitosa) y se acercaban el capitán Williams con su tripulación -otros cuatro astronautas.

Encuentran una casa y van con mucha emoción a tocar la puerta, al encuentro de dos civilizaciones. Y resulta que los atiende una señora, aparentemente una ama de casa que estaba muy ocupada y con un poco de mal humor.

-¿Qué quieren? -les dice- ¿qué necesitan? Éste con mucho entusiasmo empieza a decirle: -Venimos de la Tierra y es la primera vez que se da esto. Usted es la primera persona que encontramos.

Y la verdad es que el recibimiento es bastante seco, no le interesa demasiado a esta mujer. De hecho, les cierra la puerta porque dice que tiene cosas que hacer. Vuelven a intentar hablarle, que se diera cuenta de que esto era un evento histórico.

Pero poco a poco, cada vez con más desilusión, se van dando cuenta de que nadie les va a hacer una fiesta, que nadie reconoce la proeza que con tanto esfuerzo consiguieron.

LA PARÁBOLA DEL FARISEO Y EL PUBLICANO

Me acordaba de este cuento porque la parábola que nos relata el Señor en el Evangelio de la Misa de hoy, es aquella del fariseo que está en el templo de pie enumerando todas sus obras buenas, todos sus méritos, lo que él reza, el ayuno que hace, el diezmo que da, las cosas malas que evita…

Y quizá pensaba que, si se hubiera presentado así al Cielo ante Dios, encontraría una respuesta también un poco fría porque él en realidad, si bien se sentía satisfecho por todas sus obras, por todos esos méritos, resulta que no estaba tocando el corazón de Dios.

“Lo decís Vos, Señor, que éste no volvió a su casa justificado”. Cosa que, me imagino yo, se sorprendería de escuchar que con todo lo que hace que no está justificado.

rezar con humildad
EL PUBLICANO QUE REZA CON HUMILDAD

En cambio, hay otro personaje que de entrada no es un fariseo -que es alguien que está como bien posicionado, que tiene un prestigio en la sociedad-, sino que es todo lo contrario, Un publicano -de entrada mal visto- que en el fondo, golpeándose el pecho, rezaba con humildad, acudiendo a la misericordia de Dios.

Y de éste dice el Señor que “sí volvió a su casa justificado” (Lc 18, 14).

Éste, si hubiera podido ver la reacción en el Cielo de sus obras, de sus oraciones, de su actitud, vería que es bienvenido, lo reconocerían en el Cielo. “Adelante -le dirían- muy bien; tenés acá tu lugar”. Estaría justificado.

Y cuando escuchamos esta historia que Jesús nos cuenta, la verdad es que nos gustaría ser más como el publicano.

EL FARISEO QUE SE BASTA A SÍ MISMO

El otro, aún con tantos méritos que son innegables, porque la verdad, dar el diezmo de todo lo que tenía, hacer ayuno, no ser ladrón, portarse bien, es difícil. Hace todo eso y, sin embargo, nos causa como un poco de rechazo por esa soberbia, esa altanería. Porque en el fondo no fue el templo a buscar a Dios, sino que ya él se basta a sí mismo con sus cumplimientos, con todo lo que él hace que le da seguridad, que lo hace sentirse justo… Por eso no nos es atractivo.

“Nos da mucha claridad, Jesús, esta parábola que nos relatas porque no querríamos ser así”. Querríamos ser como el otro: humildes, que van a buscar la ayuda de Dios, que se saben necesitados.

EL PELIGRO DEL VOLUNTARISMO

Pero es un peligro –“y por eso Vos, Jesús, haces esta enseñanza”-, es un peligro que tenemos todos de caer un poco en el voluntarismo, que es centrarnos mucho en nuestros esfuerzos, que es encontrar nuestra seguridad en que yo cumplo, en que yo hago lo que tengo que hacer, en que a mí nadie me puede reprochar nada.

Es como sentirnos también ya satisfechos con una imagen que damos. Y sería una pena que hiciéramos el bien o evitáramos el mal con una intención que al final no sale de uno mismo. No llega al corazón de Dios porque se basta uno a sí mismo con sus reglas, que es lo que les pasaba a veces a los fariseos: se preocupaban más de esos reglamentos que habían armado, a veces complejos, que de tener el corazón cerca de Dios, de tener caridad con el prójimo.

DÓNDE TENGO MI SEGURIDAD

donde tengo mi Seguridad

“Es un peligro y podemos ahora, hablando con Vos, Jesús, en nuestra oración, pensar: ¿A mí esto me pasa, Señor? ¿Cuándo soy yo como este fariseo? Como que me agarro demasiado a mis cumplimientos, mis éxitos, mi imagen. Le doy más importancia a si saco las cosas adelante o no, que quizás a la caridad, a mirarte a Vos, Señor, a mirar también el bien de los demás”.

Y podemos pensar también, para fomentarlo, en qué ocasiones somos como ese publicano que es humilde, que tiene su seguridad, no está tanto en sí mismo como en que Dios es bueno, Dios es cercano, Dios me quiere, Dios me conoce, Dios me va a cuidar, Dios me perdona siempre.

ESTAR CERCANOS A DIOS

¿Tengo esa actitud, tengo mi seguridad en el Señor? La tenemos en, por ejemplo, cuando uno pide perdón con sencillez, cuando uno busca hacer las cosas no tanto para quedar bien, sino para agradar a Dios, para darle un gusto a su Padre Dios. Cuando si de entrada me enoja o si me molesta que no me hayan reconocido algo, si después rectifico esa intención y no quiero quedarme yo con reconocimientos de los demás, sino hacer el bien porque es lo bueno, porque es lo que nos une a Dios.

Hoy pensaba que quizás podemos como repetirnos ahora en la oración y en el transcurso del día, acordarnos: a mí quién me va a salvar es Cristo. “Si yo me voy a ir al Cielo es porque Vos, Jesús, moriste en la Cruz por mí; porque Vos me querés, no tanto por lo que yo haga”.

ACTUAR POR AMOR

Después, es verdad, como Dios es tan bueno trataremos de vivir una vida buena para corresponder. Y ojalá que más hiciéramos por el amor, porque nos mueve el amor que Dios nos tiene y queremos corresponder, que por un simple voluntarismo, que porque hay que hacerlo, hay que esforzarse.

Vamos a pedirle a nuestra Madre, a María.

¿Cuántos méritos tenía la Virgen? Todos. No le faltaba nada. ¿Y para qué? ¿Para gloriarse Ella? No, Ella se gloría en Dios, su Salvador, el Salvador.

La Virgen se da cuenta de algo que decía Santa Teresita, que al final todo es gracia.

“Todo lo bueno, Señor, viene de Vos y queremos reconocerlo, y acogernos, y gozarnos, y descansar en esa bondad y ese poder tuyo que, si nos acercamos y dejamos actuar ese poder y esa gracia en nosotros, nos harás también buenos a cada uno”.


Citas Utilizadas

Os 6, 1-6

Sal 50

Lc 18, 9-14

 

Reflexiones

Señor, si yo llego al Cielo es porque Tú moriste en la Cruz por mi. Que sepa corresponder a ese amor con todos los que me rodean.

Predicado por:

P. Juan

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