Al estilo de san Felipe Neri
Otra vez hablar de un santo, y sí, porque son los santos los que nos muestran el camino, y nos animan. San Felipe Neri… ¡Qué poco lo conocemos! Y, sin embargo, ha sido uno de los más grandes santos de la Iglesia. En una época de gran crisis: la contrarreforma.
Había dos alternativas: “pegar el portazo” y comenzar a criticar a la Iglesia desde la vereda de enfrente, o comenzar la reforma desde su interior.
La primera fue la respuesta de Lutero y compañía; y a la enfermedad, en vez de aplicarle un remedio, se la quiso curar con el veneno de la herejía. Había una segunda manera de responder y fue la de los grandes santos como Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús, Isidro y Francisco Javier, que no por casualidad fueron canonizados en la misma ceremonia.
Allí encontramos la extraordinaria vida de san Felipe Neri: un hombre que, como todos los santos, mostró una de las tantas caras de Dios. Porque si hay una característica que puede destacarse a lo largo de su vida, es que supo que esta vida es una simple “escena que pasa”.
Reírse de uno mismo
Pero, ¿en qué faceta pudo haberse destacado más este hombre, que no se privaba del vino ni de los juegos, no dejaba de cantar y aborrecía las caras largas y tristes? Sin lugar a dudas en la alegría de Dios, “alegría de nuestra juventud” (Ps. 42).
San Felipe sabía reírse de sí mismo y sabía corregir con la risa, sabía ver la comedia en la tragedia, cosa que hoy hemos perdido porque el mundo en el que vivimos se ha olvidado de Dios y del humor de Dios.
Su carácter afable y bondadoso, hizo que un pariente rico decidiera hacerlo heredero de su fortuna. Trabajó como comerciante con su tío. Pronto decidió alejarse de las riquezas y los bienes materiales para irse en 1533 a Roma a servir a Dios.
Felipe fue el mejor catequista de Roma durante 40 años, y logró transformar la ciudad. Su activa misión comenzó con la visita a hospitales, después empezó a frecuentar las tiendas, almacenes, bancos y lugares públicos, llamando a todos a acercarse a Dios.
Como era tan simpático en su modo de tratar a la gente, se hacía fácilmente amigo de todo tipo de gente: príncipes, cardenales, obreros y niños de la calle.
Una de sus preguntas más frecuentes era: «¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?». Si le demostraban interés, solía explicar la forma sencilla para llegar a ser más cercanos a Dios.
Fue amigo de muchos santos, entre ellos, san Ignacio, que decía:
“El Padre Felipe es como una campana que llama a otros a la Iglesia, pero que permanece siempre en el campanario: manda a los otros a la vida religiosa”.
Este era uno de sus aspectos más notables que bien podría llamarse: “despertador de vocaciones”. Con su amabilidad, alegría y buen humor atraía con el buen olor de Cristo.
Tanto que podemos aprender de él. San Felipe, enséñanos a convertirnos en despertadores de vocaciones, y tener alma universal: “de cien almas nos interesan las cien”.