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P. Rafael

7 min

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LA TRAGEDIA DEL ACOSTUMBRAMIENTO

Triste condición humana: Si bebemos el más fino champagne todos los días terminará sabiendo igual que la Coca Cola. Es la tragedia del acostumbramiento, que nos dificulta apreciar la grandeza delante de nosotros, también para la grandeza de Dios en muestras vidas.

Cuarenta años pasó el pueblo judío en el desierto. Fueron cuarenta años de caminar esperando en esas promesas de tierras mejores, algo que evidentemente no fue nada fácil, pero siempre contaron con esa presencia de Dios en sus vidas.

Y esto a través de signos: unas veces de modo de una nube que avanzaba delante del campamento de día y otras veces en forma de esa columna de fuego en la noche.

Dice el libro del Éxodo que:

“Nunca se apartó del pueblo la columna de nube durante el día, ni la columna de fuego durante la noche”

(Ex 13, 21-22).

Y además de esto, muchos prodigios puntuales en su caminar, que eran esa muestra de que Dios tenía planes mejores para ellos: el milagro del paso del Mar Rojo al inicio de ese éxodo, la curación de los que morían al mirar esa serpiente de bronce, el maná que caía del cielo, el agua que brotó de la roca de Meriba…

ACOSTUMBRAMIENTO A TODO

Es decir, Dios siempre estuvo con ellos. Y es verdad que ese pueblo que Dios había elegido para sí, nunca pudo verlo cara a cara, porque este privilegio de mirar a Dios cara a cara y permanecer con vida estuvo reservado solo para Moisés.

Pero sería injusto decir que Dios no les proporcionó signos más que suficientes para estar seguros de esa presencia suya en medio de ellos.

Y es que tristemente parece ser parte de esta condición humana nuestra el acostumbrarnos a todo, incluso a lo más espectacular.

Le sucedió al pueblo judío en el desierto. Cuarenta años y la nube y la columna de fuego terminaron por ser un fenómeno normal como la lluvia o el amanecer y el atardecer de cada día, algo que sucedía siempre y, por lo tanto, se dejó de ver lo maravilloso que había detrás de ese fenómeno.

la tragedia del acostumbramiento
que tantas veces es la nuestra- tiene su culmen justamente al pie del Monte Sinaí. Leemos también en el libro del Éxodo:

“Subió pues Moisés a la montaña; la nube cubría la montaña. La gloria del Señor descansaba sobre la montaña del Sinaí y la nube cubrió la montaña durante seis días. Al séptimo día llamó a Moisés desde la nube.Y el aspecto de la gloria del Señor era para los hijos de Israel como un fuego voraz sobre la cumbre de la montaña”

(Ex 24, 12-17).

Bueno, yo no sé tú, pero yo todavía no he visto la primera montaña con un fuego voraz y estoy seguro de que me impresionaría mucho verla. Yo sé que hay lugares de Latinoamérica en los que vivir al lado de un volcán activo es el pan diario y no hay mayor problema con eso, pero yo no.  Yo creo que si viese un volcán en erupción o si viviese esto que estaban viviendo los israelitas en el Monte Sinaí… ¡por supuesto! creo que me asombraría.

Es que había muchos signos y esta vez más espectaculares. Es que en ese Monte Sinaí ellos podían estar seguros de que Dios está a pocos metros y se nota.

Pero no olvidemos de que somos capaces de acostumbrarnos con una rapidez impresionante.
Y esta vez ya ni siquiera hicieron falta cuarenta años, como sucedió con la nube o con la columna de fuego. Sino que la Biblia nos dice que:

“Moisés estuvo […] en la montaña cuarenta días y cuarenta noches”

(Ex 34, 28).

Y el acostumbramiento le hizo la alfombra a la impaciencia. Continúa el libro del Éxodo, esta vez en el capítulo 32:

“Viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar de la montaña”

(recuerda que ya ha pasado cuarenta días),

“se reunió en torno a Aarón y le dijo: Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado”

(Ex 32, 1).

¡Qué poco dura el agradecimiento! Y qué poco dura esa capacidad de asombro, de que han visto signos hasta el cansancio. Y esta historia de Israel es la historia nuestra, no lo olvides.

Como te decía, lo trágico de este episodio es que tuvo lugar justo en el momento en el que Dios les estaba más cerca, en la teofanía del Sinaí.

Y no es que fuese un Dios totalmente invisible, porque había signos -algunos de ellos eran asombrosos-, pero pudo más el acostumbramiento, la impaciencia, el deseo de lo inmediato, la visión meramente humana. No se daban cuenta -tristemente- de lo glorioso que tenían delante.

MEMORIA DE PEZ

la tragedia del acostumbramiento

Dios pasó a ser para ellos como un mayordomo, alguien que debía estar siempre a su servicio y esto inmediatamente. Era un siervo para complacer los propios gustos, las propias necesidades. Era más como un empleado del que podrían prescindir, porque era sumamente fácil conseguirse otro, aunque fuese de oro.

Y prefirieron, justamente, el brillo del oro de ese becerro que ellos mismos habían visto de dónde venía. Y prefirieron ese brillo del oro al resplandor de la gloria de Dios. ¡Vaya negocio!
“Señor ¿y acaso esta no es nuestra misma historia?

Tenemos la memoria de pez, una memoria corta y se nos olvida lo cerca que estás de nosotros.  De continuo nos falla la memoria de lo mucho que has hecho por nosotros y por eso, no te somos tan agradecidos como podríamos.

“Nos falta agradecimiento y por eso no somos tan confiados en Ti como podríamos. Y preferimos confiar en becerros de oro teniendo al Dios mismo a pocos metros”.

¿Con qué fe, reverencia, agradecimiento, temor, me acerco a lo sagrado? Y esto lo digo primero por mí, porque como sacerdote tengo acceso directo todos los días a las cosas de Dios, pero creo que aplica también a todos nosotros.

¿Me estoy acostumbrando a la Eucaristía, a la comunión, a la confesión y por eso estoy buscando otras compensaciones, otros becerros brillantes, pero incomparables con la gloria de Dios?

¿Por qué tan poca fe?

¿Cuánta poca visión sobrenatural?

¿Qué me hace perder de vista la grandeza de Dios en mi vida?

MIRAR CON OJOS NUEVOS, OJOS QUE SE ASOMBRAN

Se cuenta que una vez estaba en la sala de maternidad un padre que jubiloso, contentísimo, tomaba fotos y fotos de su bebé que estaba recién nacido. La enfermera, al ver el espectáculo, enternecida le pregunta: -Es su primer hijo ¿verdad? Contesta el padre: -No, señora, ya tengo otros tres… Este es mi cuarto hijo ¡pero sucede que la cámara es nueva!

“Ojalá pudieses Tú, Señor, decir lo mismo de nosotros. Sigues haciendo milagros, favores en nuestras vidas y nosotros, lejos de acostumbrarnos, ojalá las viéramos siempre “con occhi nuovi”, como dicen los italianos, con ojos nuevos.

“Ojalá acudiésemos a la Eucaristía, ojalá te recibiéramos en la comunión con la maravilla y el asombro de aquella primera vez hace tantos años.

“Con la pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos”,

como nos enseñó San Josemaría”.

Ojalá nos asombrara la misericordia y la paciencia de Dios en cada confesión, aunque no tengamos en conciencia más que pecados veniales y faltas leves. Y, por supuesto, con mayor razón si tenemos que pedirle perdón a Dios cuanto antes por haber perdido el estado de gracia por nuestros pecados mortales.

“Ojalá no nos acostumbremos a estos ratos de oración contigo, Señor. Eso sí que sería triste”.

“La grandeza delante de nosotros y ser incapaces de asombrarnos de un Dios a quien no vemos cara a cara como Moisés, pero con quien sí podemos hablar de tú a tú como a un amigo”

(Ex 33, 11).

OJOS NUEVOS

Un Dios con quien tenemos varias citas a lo largo del día y todos los días, eso que solemos llamar el plan de vida, nuestras normas de piedad. Ese Dios que nos espera con las ansias del zorro que le dice al principito:

“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo empezaría a ser feliz”.

Bueno, ya quedan pocos días de este mes de mayo y por eso yo creo que de los favores más grandes y de hecho más bonitos que le podemos pedir a nuestra Madre, es este:

“Madre nuestra, concédenos la gracia de unos ojos nuevos, unos ojos que sean lentos al acostumbramiento y rápidos a la maravilla y, por lo tanto, que sean también rápidos al agradecimiento.

Regálanos algo que no te digo ya que sea una visión nocturna, sino algo que es muchísimo más útil para un alma que quiere vivir pegada a Dios, que quiere vivir enamorada de Dios.»

Te pedimos una visión cada vez más sobrenatural. Tú, Madre nuestra, por supuesto que no te acostumbraste a tener al Hijo de Dios en tu vida.

Es verdad que era tu Hijo, pero una madre no se acostumbra a sus hijos y menos todavía sabiendo que su hijo es nada más y nada menos que el Hijo de Dios.

Por eso, en esta petición que te hacemos el día de hoy, tú tienes muchísimo que enseñarnos y como estamos en el mes en el que te glorificamos, en el que te adornamos con los mayores dones que tenemos, pues te pedimos ese favor.

“Unos ojos rápidos a lo sobrenatural, unos ojos lentos al acostumbramiento. Los ojos en el fondo de quien está enamorado”.


Citas Utilizadas

He 18, 1-8

Sal 97

Jn 16, 16-20

 

Reflexiones

María, ayúdame a ver con ojos nuevos todo a mi alrededor, para no dejar de asombrarme nunca de tu presencia

Predicado por:

P. Rafael

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