Hay una escena muy repetida (los días que tenemos labor de club) aquí en el centro donde vivo. Y es que cuando van viniendo los muchachos para las actividades que tenemos aquí, empieza algo así como un call center.
Porque muchas madres -sobre todo para los escolares más jóvenes- empiezan a mandar muchos mensajes o empiezan a llamar por teléfono a los que vivimos aquí en la casa y atendemos las labores preguntando: ¿Ha llegado ya mi hijo? ¿Está allí con ustedes? ¿Ya llegó el taxi? es que le he mandado en taxi… puede pasármelo por favor, un momento para verificar que está allí…
Y es que las madres se preocupan mucho. También no falta algún padre, pero sobre todo las madres se preocupan muchísimo. Es lógico y es muy bueno que sea así.
Después, pasan los años y el cariño no decrece, pero sí quizá esa preocupación, más bien vienen otras inquietudes. Para los chicos un poco más jóvenes, las llamadas de mamá no son para preguntar si ya llegó, sino para pedir: -Padre, por favor, hable con mi hijo, está un poco inquieto. Se ha portado mal o quizá me parece que puede entrar en malos pasos, aconséjelo por favor.
Los padres siempre están muy pendientes de dónde están sus hijos, a dónde van. No solo el lugar físico de donde estén, sino también en su vida, en su corazón: ¿hacia dónde van? ¿Están yendo hacia Dios o no?
EL PROFETA ELÍAS
Esto es un marco para hablar de la primera lectura de la santa misa de hoy. ¿Qué escena nos presenta? Pues es un pasaje del primer Libro de los Reyes, el Profeta Elías está siendo perseguido por la Reina Jezabel que se ha enterado de las cosas que ha hecho con los profetas.
Entonces ocurre que jura la Reina Jezabel acabar con la vida de Elías, en venganza por lo que ha hecho a los profetas de Baal. Elías, lleno de temor y de miedo, se fue corriendo, huyendo para que no lo maten. Es ahí donde se da esa escena que quizá has escuchado y has rezado más de una vez: de Elías en medio del desierto agotado, a punto de morir y que es alimentado por un ángel de Dios.
Pero la escena que escuchamos hoy en la santa misa, en la primera lectura, es inmediatamente después de esto que te he comentado. Porque finalmente, después de ese largo caminar por el desierto, agotado y hambriento, Elías llega a una cueva donde pasa la noche.
Allí, en ese momento de tanta debilidad y agotamiento, de inseguridad, de miedo por su vida… allí le llega la palabra del Señor. Le dice el Señor a Elías:
“¿Qué haces aquí, Elías?”
(1R 19,9)
Fíjate, se parece un poco a esa otra escena que te digo de las madres preguntando por sus hijos: ¿Qué haces aquí…? Podríamos entender la pregunta del Señor, no solo en un sentido literal, es decir: ¿qué haces aquí Elías en esta cueva fría y oscura? Si no, una pregunta a su corazón: ¿qué haces aquí Elías? ¿Así? ¿Por qué está así tu corazón, lleno de turbación, de temor, de angustia…?
Bien sabía el Señor las circunstancias con la Reina Jezabel. Al mismo tiempo, Elías estaba dejando atrás lo que Dios le había encomendado.
ESTAR VIGILANTES
Pensemos ahora un poquito en nuestra vida. Porque sabes, a veces, puede pasar que también a nosotros, en nuestra vida cristiana se presenten dificultades o por nuestra misma debilidad haga que estemos un poco inseguros, temerosos, ofuscados. Y que nuestro corazón, casi sin darse cuenta, se aleje un poco de ese dialogo, de esa presencia y de esa confianza en el Señor.
De esto nos habló recientemente el Papa Francisco, precisamente, en su homilía en la misa de Pentecostés de este último domingo. El Papa nos decía que teníamos que estar muy vigilantes, porque los malos pensamientos: la amargura, el pesimismo, la negatividad vienen del mal; nos vuelven nerviosos, desconfiados y quejosos.
Y claro, eso se puede extender a nuestro trato con Dios. Fíjate, es un buen punto de examen: “¿Señor, en qué puntos de mi vida yo, quizá, he dejado entrar un poco esto: la desconfianza, los nervios y las quejas?”
Porque seguro que ahí el Señor, quiere entrar un poco más en nuestro corazón para curarlo, para devolverle la confianza, para devolverle la alegría.
Vamos a pedirle al final de nuestra oración a María santísima: Madre nuestra ayúdanos…
Y un poquito más adelante de la primera lectura, la historia de Elías continúa cuando Dios le anima a salir de la cueva. ¿Y qué ocurre? Viene de pronto un huracán.
“Pero, aunque fuese un huracán violento que quebraba las rocas y hendía las montañas, no estaba el Señor allí. Luego vino un terremoto; pero tampoco en el terremoto estaba el Señor y después del terremoto, fuego, pero tampoco estaba allí. Hasta que vino, dice la escritura, una brisa suave”
(1R19, 11-13)
Y allí es donde estaba, finalmente, el Señor.
¿Qué nos quiere decir esto? Que el modo en el que el Señor nos habla, se preocupa por nosotros y nos transmite su cercanía, no es a través de grandes encuentros extraordinarios o maravillas (que de pronto nos hacen caer al suelo como un gran terremoto o nos llenan de terror); en vez de gritos o grandes ruidos y estruendos lo hace con susurros, en la brisa suave.
DIOS ESTA CERCA DE NOSOTROS
“Susurros…” ¿a quien tú susurras? Pues le susurras a alguien que quizá tienes muy cerca (no hace falta gritar cuando estás muy cerca de una persona); o cuando es algo, un mensaje que le quieres transmitir sumamente importante, sumamente privado o solo para la otra persona; o cuando quieres hablarle al fondo de su corazón: “susurros”.
Todo esto se cumple en nuestro trato con Dios. Realmente Dios está sumamente cerca, está en nuestro mismo corazón. Nadie está más cerca de nosotros que Dios, aunque lo tengamos al lado, a Dios lo llevamos dentro nuestro, en nuestra alma en gracia.
Y también lo que nos transmite son cosas sumamente importantes, nos transmite la verdad de nuestra vida, que es la verdad de su amor para nosotros. Y nos dice cómo mantener un corazón firme, confiado, alegre y generoso, libre, como es propio de la vida de los hijos de Dios.
Vamos a pedirle a la Virgen santísima que nos ayude. Madre nuestra ayúdanos, siempre nos ayudas, pero no está de más que te lo pidamos. Madre nuestra líbranos de esos ruidos en nuestro corazón para tener siempre la vida centrada en el amor de Dios y en la presencia de tu Hijo.