¡VANIDAD DE VANIDADES!
¡Vanidad de vanidades! – dice Qohélet – ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
Imagínate la siguiente escena: Una persona que muere; Joven, unos 40 años. Hay que recoger sus pertenencias; su familia recoge sus pertenencias.
¿Qué tal que se descubra que tenía un mundo de cosas escondidas? En el colchón, entre los calcetines, en el armario. Platas por ahí enrolladas, guardadas, tesoritos… Qué pena, qué vergüenza …
A mí me daría una pena morirme y que me encuentren por ahí cosas guardadas; dulces, chocolates …
El Evangelio de hoy:
“Jesús les propuso al gentío una parábola: Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: «¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha».
Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente»”.
Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?». Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios”
(Lc 12, 16-21).
INSTA A COMPARTIR
¿Y por qué Jesús dice esta parábola? Porque una persona de la multitud le pidió que instara a su hermano a compartir la herencia con él.
Jesús, cuántas historias de hermanos peleando por herencias…
Es que se quedó con más. Yo merecía más. A mí me querían más. Yo fui el que más tiempo les dediqué. Familias enteras peleadas, que no se hablan. Se acabó la riqueza de la familia…
Bueno, está bien que se reclamen parte de la herencia. Hay una familia de varios hermanos y los papas dejaron una herencia, que se reclame la herencia y la parte de cada uno, está bien.
Pero con lo que Jesús no puede, es cuando detrás se descubre la avaricia. ¿Te gustaría que pensáramos de ti que eres un avaro, que eres una avara? La avaricia; busqué en el Diccionario, dice así: Afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie.
Todo pa´ mi y solo pa´mi, que nadie me mire, que nadie me moleste y guardo… ¿Tú eres así? ¿Tú eres avaro, avara?
Y es verdad Jesús. El afán de seguridad humana nos lleva a almacenar y acumular cosas y bienes por si acaso, pero en realidad muchas veces no los usamos. Voy a guardar estas bolsitas, este cauchito, este lapicerito, este trompo, este yoyo…
¿QUÉ TE LLEVAS?
El otro día escuché: El que guarda siempre tiene… Puede ser verdad. ¿Y cuándo se muera? ¿Qué se lleva? Nada. Pa´ que guardó… Use las cosas. Póngalas al servicio de quien pueda necesitarlas. Ahí, de la familia.
Señor, Tú podrías pedirnos ponerlas a disposición de alguna fundación o de familias pobres, pero de la familia, de las personas que tenemos ahí delante de nosotros.
El otro escuché que en un grupo de amigos había uno que sólo barría pa´ dentro. Solo pensaba en él. Que cuando se le presentaba un negocio, al final contaba: hice este negocio y me fue muy bien.
Pero lo otros, precisamente porque eran buenos amigos, cuando querían hacer un negocio, en lo primero que pensaban era en involucrar a sus otros amigos. Podemos pensarlo en este momento. ¿Yo pienso en los demás?.
ORIENTAR LAS RIQUEZAS AL CIELO
Jesús exhorta a todos los presentes a guardarse de la avaricia, porque ni el afán de bienes ni su posesión garantizan la vida eterna, el bien más excelso de la vida.
En una ocasión el papa Francisco dijo:
“La codicia es un escalón, abre la puerta; después viene la vanidad —creerse importante, creerse potente— y, al final, el orgullo. Y de ahí vienen todos los vicios, todos: son escalones, pero el primero es la codicia, el deseo de amontonar riquezas.
Precisamente esta es la lucha de cada día: cómo administrar bien las riquezas de la tierra para que se orienten al cielo y se conviertan en riquezas del cielo”.
¿Las riquezas dónde están? Nos dice San Pablo hoy en la segunda lectura:
«Buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra»
(Col 3, 1-2).
¿EN DÓNDE ESTÁ MI RIQUEZA?
¿En dónde está mi riqueza? ¿Estoy atesorando para el cielo? Porque los bienes de este mundo no garantizan nada, no nos garantizan la salvación; es más, podrían incluso ponerla seriamente en peligro los bienes de esta tierra. Si los bienes de esta tierra me garantizan la vida eterna, bien, vamos bien, si no pa´que…
Hay que vivir la pobreza, hay que vivir el desprendimiento. Hay un libro que se llama “Memorias del Beato Josemaría”. Es una entrevista que le hacen a Monseñor Álvaro del Portillo, su primer sucesor y le van preguntando todo tipo de cosas.
Él va contando muchas cosas, anécdotas e imágenes. En una de esas respuestas, don Álvaro dice:
En 1951, le escuché algunas de las exigencias de esta virtud: (hablando de la pobreza) vamos a concretar algunas señales de la verdadera pobreza.
¿CÓMO SOY Y CÓMO LO VIVO?
Enumera las siguientes: (Nos pueden servir estas preguntas para hacer examen, para que nosotros nos preguntemos en este rato de oración ¿Yo vivo esto, yo soy así?)
No tener ninguna cosa como propia; no tener cosa alguna superflua; no quejarse cuando falta lo necesario; cuando se trata de elegir, escoger lo más pobre, lo menos simpático; no maltratar nada de nuestro uso, ni en nuestros casas, ni en los lugares donde trabajamos, ni en cualquier sitio donde nos encontremos; aprovechar el tiempo.
“Señor, yo no quiero ser avaro, yo quiero ser desprendido de las cosas que utilizo. Y si las personas lo pueden utilizar y lo necesitan ¡adelante! Pero yo no voy a guardar nada. No quiero pelearme con nadie para generar más riqueza y para yo tener más y solo pa´ mi ¡No! Eso es lo que nos previene hoy el Señor”.
¿Qué madre no quiere que su hijo posea lo mejor? ¡Todas!
Pedimos a nuestra Madre, Santa María, que interceda por nosotros para que nos demos cuenta de los bienes que hemos de poseer y atesorar para ganar la vida eterna.