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P. Daniel

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ARMA PODEROSA

Que la confianza filial en la poderosa intercesión de Santa María, por cada uno de quienes somos sus hijos, nos llene de paz y optimismo. El rezo del santo Rosario vence al enemigo.

BATALLA NAVAL DE LEPANTO

Hoy, 7 de octubre, celebramos Nuestra Señora la Virgen del Rosario. Una fiesta instituida por el Papa San Pío V, en el aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto en 1571.

Una victoria atribuida a la Virgen santísima, que fue invocada en la oración del Rosario por los cristianos combatientes.

Cuenta la historia de que la flota cristiana, comandada por Juan de Austria era bastante más débil, numéricamente, que la flota enemiga de los musulmanes.

Y, sin embargo, los cristianos, esa noche anterior a la entrada en batalla confiaron plenamente en la poderosa intervención de la Virgen y rezaron en todos los barcos de la flota cristiana el Santo Rosario.

De allí el nombre “Nuestra Señora de la Victoria, Auxilio de los Cristianos”.

Qué poderosa oración es esta, que la han rezado, nuestros hermanos en la fe, durante siglos. Y que, en esa colección de fórmulas, desde el Padre Nuestro enseñado por nuestro Señor Jesucristo, y el Ave María con la voz de los Ángeles y santa Isabel, la Iglesia se sabe y siente: hija de María.

Somos hijos de Dios, hijos de santa María, una madre que nos quiere con locura, con un amor que no podemos ni siquiera de lejos imaginar; intercede por nosotros; esta atentísima a todas nuestras necesidades, la de todos los hombres son, pero en particular de quienes somos discípulos de su Hijo.

Piensan que la Virgen está siempre pendiente de ti; y como las madres, incluso, adelantándose a tus necesidades, ya sabe lo que necesitas y te lo conseguirá, siempre puntualmente.

¡Qué buena es María, que bueno es Dios y qué grande es su amor! Qué alegría sabernos y sentirnos hijos de esta madre, que lo puede todo, como en Caná ante el Señor.

MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

ARMA PODEROSA

Podemos imaginar en nuestra oración a la Virgen hablándole al oído a Dios o si queremos a su Hijo Jesucristo; hablándole de cada uno de nosotros, hablándole de ti, fulanito, fulanita necesita esto, dáselo… y Jesús, la escucha atentísimamente, la mira con ternura y nos bendice.

Llenémonos de confianza del amor y, por lo tanto, en la intersección atenta de María por cada uno de nosotros. Madre de Dios y Madre nuestra, Madre mía y llamémosla así, con total confianza:

“Madre, Mamá ayúdame, hazme fuerte, hazme fiel.”

Que los demás puedan ver en ti una hija de Dios, un hijo de Dios; que los demás puedan ver en mí un auténtico cristiano. No porque seamos personas especiales, porque gocemos de unas virtudes, labradísimas, sino que desde nuestra fragilidad Dios triunfa.

María Santísima está en el centro -podríamos decir- de ese triunfo de Dios en cada uno de nosotros. Para que así también, seas tú, sea yo, un hombre, una mujer de fe.

María, mujer de fe. Qué manera de creer, qué manera de confiar, qué manera de captar siempre y en todo, la voluntad amorosa de su padre Dios y dejarse llevar… La Virgen fue como en un ascenso progresivo en la fe.

Dios siempre le ha pedido más, hasta llegar a esa coronación de su fe, que es el calvario, para luego pasar al gozo inefable de la Resurrección de su Hijo y de ella misma.

ORACIÓN DE SAN BERNARDO

Pidámosle entonces, hoy, 7 de octubre, a nuestra Madre que nos ayude a actuar así.

Sobre todo, cuando nos veamos en el peligro, rodeados de enemigos -podríamos decir- los que sean, superiores a nosotros, más fuertes, con mayor capacidad de medios.

Y como esos hermanos nuestros, en el siglo XVI, supieron confiar en este recurso maternal, también nosotros hoy rezamos el Rosario con fe:

“Ten compasión de nosotros; intercede por tu Iglesia tan necesitada; ayúdanos a mantenernos firmes en la fe.»

Les leo esta oración preciosa de san Bernardo, un santo muy especialmente mariano:

“En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No la apartes de tu boca, no la apartes de tu corazón y, para conseguir la ayuda de su oración, no te separes del ejemplo de su vida.

Si la sigues, no te extraviarás; si le suplicas, no te desesperarás; si piensas en ella, no te equivocarás; si te coges a ella, no te derrumbarás; si te protege, no tendrás miedo; si te guía, no te cansarás; si te es favorable, alcanzarás la meta, y así experimentarás que con razón se dijo:

«El nombre de la Virgen era María».”

Una preciosa oración que nos invita a suplicar, pensar, acogernos, dejarnos proteger por este amor maternal y así no nos extraviaremos, no nos desesperaremos, no nos desanimaremos… Hay que tener el ánimo arriba, alto, llenos de optimismo, porque Dios no pierde batallas, llenos de seguridad.

El pecado ya ha sido vencido por Cristo. Hemos de subirnos a este carro de la victoria del amor de Cristo por nosotros en la Cruz y también nosotros con María resucitar.

REZAR EL SANTO ROSARIO

ARMA PODEROSA

Pensando en el rezo del Rosario, qué bueno es renovarnos en la piedad y hacer un propósito de rezarlo bien, con cariño, con atención, lo mejor que podamos. Es una práctica tan buena ponerle intenciones a cada uno de los misterios y así todos los cristianos estamos rezando por lo mismo, podríamos decir.

Piensa que es un arma poderosa y cuando uno tiene en su poder algo de gran eficacia, uno calcula bien el blanco, hacia donde apunta.

Apuntemos bien y digamos esta maravillosa arma de bendición Divina a las mayores necesidades del mundo, de la Iglesia y de cada uno de nosotros; sin preocuparnos de que a veces nos distraigamos o las cosas nos cuesten más.

Terminó con un texto de Teresita de Lisieux, que hace poco celebrábamos su fiesta, en una de sus cartas escribe:

“Lo que me cuesta en gran manera, más que ponerme un instrumento de penitencia (me da vergüenza confesarlo) es el rezo del rosario…

¡Reconozco que lo rezo tan mal! En vano me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención. Durante mucho tiempo estuve desolada ante esta falta de devoción, que me sorprendía, pues amando tanto a la Santísima Virgen María, debiera resultarme fácil rezar en su honor, oraciones que tanto le agradan.

Ahora me desconsuelo menos, pues pienso que la Reina de los Cielos, siendo mi MADRE, Ha de ver mi buena voluntad y contentarse con ella.”


Citas Utilizadas

Is 61, 9-11

Hch 1, 12-14

Lc 1, 26-38

San Bernardo

Santa Teresita de Lisieux

Reflexiones

¡Gracias María por ser nuestra Madre! Te pedimos que nos ayudes a rezar esta maravillosa arma de bendición Divina por las necesidades del mundo, de la Iglesia y las de cada uno de nosotros.

Predicado por:

P. Daniel

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