REBELDES
Hoy vamos a hacer nuestro rato de oración con el evangelio de San Lucas de la misa de hoy.
Al preparar esta meditación para a hablar contigo, Señor, me quedé un poco sorprendido y no sé si un poco desanimado, o más bien con un reto, porque el evangelio de San Lucas es brevísimo. Prácticamente -al menos aquí en mi pantalla- son cinco líneas, y pensé: -Uy, ¡cómo vamos a hacer una meditación con cinco líneas!
“Y realmente podrían bastar cinco palabras para hacer un rato de oración contigo. En primer lugar, porque lo más importante es lo que Tú tienes que decirnos, y también eso se acompaña con ese diálogo, con eso que tenemos en el corazón”.
Al leer este pasaje nos encontramos con que nuestro Señor está rodeado de muchas personas y le habla a la gente como nos habla a ti y a mí. Por eso nos hemos dispuesto, al comenzar este rato de oración, haciendo un acto de fe.
Creemos que allí donde estás ahora -yo al menos estoy aquí en mi habitación y tú seguramente estás en tu casa, o a lo mejor estás en una capilla o en la calle-, pues al hacer ese acto de fe (Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí) nos sabemos y nos sentimos acompañados por Dios.
No es que de pronto son unas palabras mágicas y Dios aparece de la nada a nuestro lado, sino que es que es cierto: Dios está con nosotros.
BIENAVENTURADA MARÍA
En ese caso, Dios estaba allí con esas personas en ese momento concreto, en ese tiempo concreto, en esa tierra concreta en Palestina. Entonces nos imaginamos que la gente escucha al Señor con mucha atención. Y serían tan bonitas las cosas que el Señor les decía, cómo los tiraba para arriba, cómo les explicaba sobre el Reino de Dios, sobre su Padre Dios.
Y en ese momento de entusiasmo, de fervor
una mujer de entre el gentío, levantando la voz le dijo: Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron” (Lc 11, 27).
Estas palabras, en un primer momento, son un piropo a la Virgen Santísima, a Santa María. Al menos es lo primero que se nos viene a la cabeza. Y si lo pensamos un poquito más o detenidamente, realmente es un piropo al Señor. Porque al decir “Bienaventurado el vientre que te llevó”, está diciendo: Tú eres tan grande que la mujer que te llevó en su vientre es dichosa.
Y por eso el Señor, que es humilde, aprovecha y digamos como que pasa el balón, por así decirlo,
a “aquellos que escuchen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28).
De esta manera el Señor aprovecha y también le hace un piropo a su Madre, a Santa María No únicamente por ese privilegio de ser la Madre de Dios, sino porque es María la que mejor escuchaba la Palabra de Dios y quien mejor la ha cumplido. Por eso la llamarán bienaventurada todas las naciones, por eso le llamamos bienaventurada; por eso la queremos tanto.
Sin embargo, no podemos dejar de pensar que Jesús es grande. Y es que Jesús, que es el Hijo que nos enseña qué es ser hijos, en todo momento va a querer cumplir esa voluntad de Dios que es nuestra salvación; la salvación para que podamos ser santos, para que podamos ser felices.
EL DON DE LA LIBERTAD
Entonces allí se nos acaba nuestro evangelio aparentemente. Pero eso no quiere decir que nuestra oración se acabe, porque “pensaba, Señor, que en este pasaje nos estás hablando realmente sobre la libertad, la libertad de los hijos de Dios”.
Por eso San Pablo en la primera lectura, que es la Carta a los Gálatas, nos cuenta cómo, antes de que llegara la fe, éramos prisioneros y estábamos custodiados bajo la ley hasta que se revelase la fe.
Y así pone como ejemplo o compara la ley, es decir, los Diez mandamientos, como un pedagogo que los llevaba, como justamente hacía un pedagogo -es decir, no un maestro, un profesor que es como se suele entender hoy en día pedagogo-, sino como aquel esclavo que llevaba al niño a la escuela donde justamente se formaba. O sea, necesitaba alguien que lo ayudara, que lo condujera.
Así, en efecto, la ley tenía esa función, pero era insuficiente, porque faltaba justamente la gracia de Dios con la que hemos sido revestidos en el bautismo, por la cual pasamos a ser hijos, ya no esclavos. Somos hijos.
REBELDES LIBREMENTE
“Y esto nos hace pensar, Señor, en lo maravilloso que es el don de la libertad. Una libertad que podemos usar mal, que nos puede llevar a hacer cosas que no están bien. Incluso tú, Señor, cuentas con eso. Es decir, sabes que podemos utilizar mal nuestra libertad y has querido darnos ese don tan grande, tan extraordinario”.
“Sin embargo, Señor, nuestro corazón nos dice que la libertad no está en simplemente elegir una cosa u otra”. Nuestro corazón que aspira a cosas mayores, no se queda satisfecho, y eso es algo que debe caracterizar a los hijos de Dios, a los cristianos: es no conformarnos con las cosas de este mundo.
Por supuesto, las cosas malas, rechazarlas, por supuesto, Señor, pero también las cosas buenas. Es decir, que no pensemos, Señor, que lo de este mundo es lo único que importa.
A veces nos podemos entretener con las cosas de este mundo, con las comodidades -que es una maravilla todo lo que tenemos hoy en día. Yo siempre digo, Señor, que soy feliz viviendo en el siglo XXI. No me imagino viviendo hace cien años, 200 años, cuando no había Internet, no había luz eléctrica, no había los medios de transportes que tenemos hoy en día. ¡Es maravilloso!
Sin embargo, eso nos lleva a olvidarnos de lo más importante: Tú, Señor. Tú, mi Dios. Y por eso, Tú que nos has hecho hijos tuyos, nos enseñas a vivir en este mundo como si no viviésemos en este mundo.
LUCHAR CON VALENTÍA POR LAS COSAS BUENAS
Y para eso está esa libertad, esa libertad de decir: yo no me voy a dejar llevar por la concupiscencia, por ejemplo, por ese buscar únicamente lo material, por ese buscar la gloria personal, la gloria humana, que me alaben, dejarme llevar por esa vanidad, por ese orgullo; ni mucho menos por esa sensualidad que abunda, que está muy presente en nuestro día a día, en las conversaciones, en la música, en el streaming, en el cine, en el modo de vestir, en los comportamientos… y a veces parece que nos van a sepultar.
“Y nosotros, Señor, nos rebelamos y nos debemos rebelar. Ayúdanos a tener esa valentía, a hacer esa lucha, esa lucha de santidad, y es no conformarnos con todas esas cosas. No conformarnos con aquellas modas que a veces nos imponen, que a veces a los católicos nos pueden tildar de tontos, de mojigatos porque queremos vivir como hijos de Dios. Pues ayúdanos a tener esa valentía de decir no, yo eso no lo hago, eso no va conmigo, porque yo no soy así”.
Y no tengamos vergüenza de decírselo a aquellos que nos pueden proponer hacer una cosa que esté mal. En una fiesta, en una reunión, de ver algo, de hacer algo, pues decir: No, esto no está bien, perdóname. Con mucho cariño, pero también con firmeza. Luego esa amistad nos llevará a explicarle que esto no está bien; fumar marihuana no está bien y yo no fumo marihuana; o hacer ese tipo de acciones o actos no van conmigo. No lo voy a hacer porque eso me ofende a mí, ofende a Dios. Y le explicamos por qué. Así tú y yo seremos realmente libres, libres para amar.
BIENAVENTURADOS
Y por eso en el Evangelio el Señor dice:
“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 28).
Pues busquemos a ese Dios que nos dice cuál es su palabra, cuál es su voluntad, qué es lo que quiere de nosotros, especialmente en la oración. Allí le encontramos. Por supuesto, también en otros momentos y en otras circunstancias: en la Santa Misa, en el Evangelio….
Pero vamos a buscarle, vamos a buscarle en todo momento, vamos a mantener esa presencia de Dios, vamos a cuidar esos ratos de oración como lo hemos hecho ahora. Y si tú quieres, quédate hablando con el Señor, el tiempo que tú deseas y vamos a esforzarnos por cumplir esa voluntad de Dios, y así ser libres y así ser felices.