ENTRE DIOS Y YO
Dice en Camino p.662:
«¿No hay alegría? Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás».
Este punto que a mí me conmueve, me ayuda a darme cuenta de cómo es mi vida. ¿He perdido tal vez la alegría? ¿Cómo pierdo la alegría? Porque dejo entrar la tristeza. ¿Por qué entra la tristeza? Porque hay algo que no me termina de satisfacer, porque hay un obstáculo entre Dios y yo.
Se ve que este tema, era un tema de larga data en la vida de san Josemaría. De hecho, se encuentra en un cuaderno escrito en enero de 1932, y la idea parece que la tomó de una mujer, una religiosa del Patronato de Enfermos donde trabajaba san Josemaría, que se llamaba Mercedes Reina O´Farrill.
Y cuando murió esta religiosa, san Josemaría hizo la estampa de la devoción privada. Y ahí se leen dos o tres frases de Mercedes Reina, entre ellas ésta:
“Me moriría de pena, si me enterase que alguien o algo, se interpone entre Dios y yo”
(Mercedes Reyna, Carta, 1928).
Si entre Dios y yo se interpone algo…
El tema en la tradición de las relaciones del alma con Dios, es casi un clásico. La profundización de san Josemaría en el tema, aparece sobre todo en la alegría, entendida siempre como un resultado del abandono en Dios.
Se transforma, por así decir, en un test. Es un test de la unión con Dios, y claro, cuando no hay alegría, su ausencia refleja la presencia de obstáculos.
Pero, piensa: ¿qué se interpone entre tú y Dios? ¿Se interpone algo? ¿Tal vez tu comodidad, tu miedo, tu orgullo o algo o alguien? (…) ¿El teléfono, tus pertenencias y el estatus? (…) ¿Cómo es que no dejamos entrar a Dios?
Es un tema de examen de cada uno y que tiene que hacer, saber hasta dónde realmente está el Señor.
LA ORACIÓN: GENERA RELACIÓN CON DIOS
Y por eso me parece que el Evangelio que nos propone la Iglesia hoy es genial para pensarlo más a fondo.
Dice:
«Se reunieron miles de personas hasta el punto de tropezar unos a otros».
Ya hemos comentado esto. Pero el éxito de Jesús
«…miles de personas».
Y sin embargo, el Señor cuando les habla, les habla a todos, uno por uno. Porque con su con su voz toca los corazones de todos.
Y ahí empieza a decir:
«Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía».
O sea, hacer cosas y no sentirlas en el corazón. Y luego sigue, pero ahora no nos vamos a meter en el resto del texto, sino al final del Evangelio, donde vuelve a decir:
«—¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Y sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos.
A estos pájaros ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman, porque valen más que muchos pájaros»
(Lc 12, 1-17).
El Señor hace referencia, a que nos conoce hasta el último de los cabellos y que están contados. El Señor habla a todos, en esos miles de personas que les escuchan, y sin embargo, cada uno tiene una relación personal, íntima e intransferible con el Señor.
Podríamos pensar: ¿Dónde? ¿Dónde tenemos esa relación? ¿Cómo la generamos? La respuesta es fácil. La respuesta es que la generamos en la oración.
Es en la oración donde nos ponemos delante del Señor. Es este instante en el que estamos escuchando este audio, en que le dices al Señor de corazón que quieres escucharle…
Decirle que quieres quitar todas las cosas que se interponen entre tú y Él, que que tu comodidad, que tu miedo, que que tu orgullo pase siempre a segundo plano.
QUITAR LO QUE NOS ESTORBA
“Señor Jesús, hoy que hacemos este rato de oración, queremos abrirte nuestra alma, decirte realmente con el corazón que necesitamos de Ti, que no queremos que nada se interponga entre Tú y cada uno de nosotros”.
Que sea realmente una forma de recuperar la alegría plena. Una alegría que se basa en el convencimiento de que todo lo que nos sucede, es para el bien, es para el bien de los que aman a Dios. Es para el bien de los que nosotros queremos ser, de los que aman a Dios.
Para que cada uno de nuestros actos, aunque no sean tan rectos, terminen rectificandose para volver a Ti.
Y eso sabemos que tenemos que encontrarlo, Señor, en la oración. Una oración cada vez más profunda, una oración cada vez más sincera, debería ser la palabra “sincera”.
Díselo, porque a veces nos podemos quedar en simplemente escuchar estos audios y decir: —¡Ah, sí, qué bonito! ¡Ah, sí, a mí me parece muy bien! Pero en realidad, estos audios están hechos para enseñarte a cómo tratar al Señor.
Por eso hoy, desde tu corazón, dile: “Señor, quiero quitar todos los obstáculos que hay entre Tú y yo. Quiero quitar todas las cosas que me separan de Ti, Señor, porque sé que eso me quita la alegría.
Una de las cosas más típicas que nos quitan la alegría, es justamente el orgullo. El orgullo de pensar que nosotros estamos por encima de los demás, que las cosas se tienen que hacer según nuestro punto de vista; y que la alegría sólo es posible cuando cuando las cosas salen como las hemos planeado, y no.
GANARNOS EL CIELO
Justamente el ponernos en manos de Dios, el darnos cuenta de que Él lleva el control de nuestra vida, nos tiene que llevar a tener esa ‘convicción profunda’ de que todo lo que nos pasa es para el bien. Que todo lo que nos pasa termina uniéndonos más con Jesús.
Porque no podemos estar alegres solo cuando tenemos salud, o sólo cuando tenemos comodidad, o solamente en la diversión…
Es preocuparse a veces demasiado de las cosas terrenas, y nos olvidamos de que estamos en la Tierra por un verdadero motivo que es: ganarnos del Cielo, la esperanza del Cielo. ¡Increíble!
Recuerdas cuando Jesús les dice a los discípulos, que acaban de volver de enviar, de expulsar demonios y de curar enfermedades. Y Jesús les dice:
«No se alegren de que los espíritus se les sometan. Alégrense de que sus nombres están escritos en el Cielo»
(Lc 1, 20).
“Señor, y esto me lleva a pensar: ¿en qué pongo yo mis ilusiones? ¿En qué tengo la cabeza? ¿La tengo en Dios? ¿La tengo en Ti, Señor? ¿Cuál es mi ilusión más grande? ¡Mi pasión es la santidad!
¡Señor, quiero que esto sea así y quiero quitar las cosas que a veces me distraen de esto!
Por eso, cuando estoy triste, hay que hacer examen, porque si se mete el orgullo ese de que no me han hecho caso, de que no se cumple mi voluntad, de que Dios no me escucha y no me hace las cosas que le pido…
Y es que tantas veces escucho estas palabras, en bocas de personas que deberían tener una visión sobrenatural más grande. Y claro, el fin de esta Tierra es llegar al Cielo.
Cuando nosotros cambiamos ‘ese fin’ por cosas intermedias, por que te vaya bien en los negocios, porque no tengas enfermedades, porque tus hijos funcionan mejor, no sé, entonces las cosas no están bien en tu corazón; y hay un obstáculo entre Dios y tú, que claramente es poner las cosas en desorden.
ALEGRÍA Y OLVIDO DE NOSOTROS MISMOS
¿Cuántas veces tendremos que rectificar? ¡Pues muchísimas! Tener la convicción de que Dios no nos niega lo más importante para nuestra alma, que es prepararla para el Cielo.
Lo que si nos niega, son las cosas que nos pueden separar más de Él. Y por eso, para nosotros vivir con más humildad y entender las cosas de Dios, hay que agradecer la vida, hay que ser pacientes, pedirle que nos ayude a entender lo que nos envía.
No pensar de manera terrena, buscando solo la gloria de aquí abajo, ni compararse, porque eso hace mucho daño. No nos comparemos con nadie, ni ambicionar. Es que no venimos aquí para ganarnos el Cielo.
Y eso significa darse del todo, fomentar el espíritu de servicio, porque sin alegría no se puede servir, porque lo haríamos de mala gana, con caras largas.
Que nos ilusione hacer la voluntad de Dios, aunque cueste. ¡Ahí está el olvido de uno mismo!
En la historia de la Iglesia, quien más ha servido, quien más se ha olvidado de sí mismo, quien más ha quitado todos los obstáculos entre Dios y ella: fue la Virgen María.
Y por eso dice:
«He aquí la esclava del Señor»
(Lc 1, 38).
Vamos a pedirle a ella, que nos ayude a recuperar la alegría, buscando cuáles son esos obstáculos y quitarlos de nuestra vida.