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P. Juan Pablo

6 min

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EL AVE DE ORO

Comienza el Adviento y la liturgia nos invita a recordar que estamos en este mundo de paso y nos dirigimos al encuentro definitivo con Jesús.

Comenzamos hoy el Adviento, un tiempo de alegría, un tiempo de preparación para la Navidad, “para tu llegada al mundo Jesús.

Todos los años celebramos tu nacimiento y nos preparamos estas cuatro semanas para que no nos pase de noche, para que saquemos mucho fruto, para recordar que esta vida misma es un camino de preparación para el encuentro definitivo contigo”.

De hecho, estos días en las lecturas de la misa, vamos a leer textos en los que se habla de ese encuentro definitivo con Jesús.

“En el Evangelio de hoy, del primer domingo de Adviento, Tú Jesús nos hablas de ese encuentro contigo que será sorpresivo”:

“Así como sucedió en los tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre.  

Antes del diluvio la gente comía, bebía y se casaba hasta el día que Noé entró en el Arca y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos.

Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre.  Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y otro será dejado.  De dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y otra dejada.

Velen pues y estén preparados porque no saben qué día va a venir su Señor”

(Mt 24, 37-42).

“Es una advertencia cariñosa que nos diriges Señor para estar siempre preparados, para no confiarnos, para no relajarnos tontamente, no olvidarnos que estamos de camino, no instalarnos aquí en el mundo, sino siempre progresar hacia Ti”.

LIBRO DE LOS HERMANOS GRIMM

Me acordaba de un cuento que se llama: El pájaro de oro.  Resulta que un rey, hace mucho tiempo, tenía en su castillo un jardín.  En ese jardín había un árbol que producía manzanas de oro y cuando éstas maduraban, las contaban.

De repente, sucedió que faltaba una y al día siguiente faltaba otra.  Así que el rey encargó al jardinero que estuviera en vela, que no dejara que desaparecieran las manzanas.

Así que este jardinero envió a su hijo mayor a pasar la noche en vela y estar atento a ver qué pasaba con esas manzanas.  Pero al muchacho le dio sueño y se durmió, de tal forma que, a la mañana siguiente, no supo qué pasó, porque faltó otra manzana.

El jardinero mandó a su siguiente hijo, que también se durmió y no se dio cuenta quién se robó la otra manzana.

Finalmente, el hijo pequeño del jardinero insistió a su papá: “¡Papá, yo quiero ir a pasar la noche en vela ahí en el jardín para ver qué pasa!” El papá: no hijo, estás muy pequeño.

LA PLUMA DE ORO

EL AVE DE ORO

Al fin lo convenció y el niño pequeño, el joven (era casi un niño), pasó la noche en vela y, de repente, a medianoche se escuchó un ruido en el cielo y apareció un pájaro, pero no era cualquier pájaro, era un pájaro de oro que, con su pico, se llevó una manzana de oro.

El joven tomó una flecha, se la dirigió al pájaro y no le dio, pero pasó cerca la flecha, así que el pájaro tuvo que esquivarla y en el movimiento soltó una de sus plumas, una pluma de oro que fue presentada al rey al día siguiente.

El rey dijo: “¡guau! es una pluma de oro, esta pluma vale más que todas las riquezas del reino y una pluma sola no me sirve, quiero el pájaro entero”.

Así que le encargó al jardinero que trajera el pájaro entero.  El jardinero mandó a su hijo mayor a buscar al pájaro de oro.  

EL PÁJARO DE ORO

Te leo:

“El hijo mayor salió y, confiado en su inteligencia, pensó que él encontraría fácilmente al ave de oro.  Cuando ya había recorrido alguna distancia, vio a un zorro sentado sobre un tronco, entonces él alistó su arma y apuntó a él.

El zorro gritó: “no me lances la flecha y a cambio te daré un buen consejo: andas en busca del ave de oro y esta tarde llegarás a un pueblo en el cual hay dos posadas, una enfrente de la otra.

Una de ellas está iluminada alegremente y todo se ve feliz dentro de ella, pero no entres ahí, mejor ve a la otra, aunque parezca una fea posada”.

“¿Cómo puede una bestia tan tonta dar un consejo sabio?” Pensó el hijo del rey y disparó la flecha, pero no le acertó al zorro, el cual estiró su cola y corrió rápidamente dentro del bosque.

Entonces, siguió su camino y, antes de la tarde, llegó al pueblo donde estaban las dos posadas.  En una cantaban y bailaban, la otra tenía una apariencia pobre y miserable.

“Yo debería ser un tonto, en efecto, -pensó él, si yo entrara en la posada lamentable y dejara la buena”.  Entonces, entró en la alegre, pasó allí en fiesta y tertulia y olvidó al ave y a su padre y todos los buenos consejos.

Cuando algún tiempo había pasado y el hijo mayor durante mes tras mes no regresó a casa, el segundo hijo salió dispuesto a encontrar al ave de oro”.

EL PROBLEMA ES EL OLVIDO

oro

¿Qué pasó con el segundo hijo? Pues pasó lo mismo que con el primero.  Encontró al zorro quien le dio el consejo, no le hizo caso, siguió adelante y entró en la posada alegre, luminosa, donde había comida, bebida, baile, diversión y se olvidó.

Eso es el problema: Se olvidó de su padre, se olvidó de su misión, se olvidó que estaba en camino y ahí se quedó… para siempre.

Luego, ¿qué pasó? El tercer hijo, el pequeño, el que era casi un niño, salió en busca del ave de oro y no te sigo contando la historia para que la leas si te interesa.  No voy a ser spoiler, no te preocupes.

El punto es que se encuentra con una princesa, (nada más te adelanto un poquito) y, efectivamente, también el ave de oro, pero ya no te digo más.

Estos dos jóvenes se olvidaron de que estaban en camino por la comodidad, por la fiesta, por la comida, la bebida, el baile, cosas que no son malas; las riquezas, los placeres del mundo no son malos, pero son peligrosos, nos pueden distraer.

ADVIENTO, TIEMPO DE CONVERSIÓN

En este tiempo de Adviento se nos invita a la conversión.  Se nos invita a prepararnos en la Navidad desprendiendo nuestro corazón de lo que sobra para que encuentre, el Niño Jesús, lugar ahí.

Para que, al final de nuestra vida, podamos encontrarnos con alegría con Jesús.  No olvidarnos, como dice san Agustín, unas palabras muy famosas de él:

“Somos caminantes. Camina siempre. Avanza siempre. Si dices basta, estás perdido”.

Si dices basta estás perdido… si dejas de caminar, estás perdido.  Tenemos que caminar hasta que estemos viejitos, aunque sea con un bastón, aunque sea con una silla de ruedas, avanzar.

Siempre proponernos mejorar, proponernos convertirnos, proponernos cambiar, porque no somos santos, siempre hay algo que podemos darle al Señor.

MEJORAR

“Señor, ¿qué tengo que cambiar? ¿En qué cosas soy un poco mediocre? ¿En qué cosas cedo con facilidad? ¿En qué cosas soy egoísta?

¿En qué cosas puedo ser mejor padre, mejor hijo, mejor hermano, mejor esposo, mejor esposa, mejor profesor, mejor alumno, mejor profesionista, mejor jefe, mejor empleado, mejor…?  Siempre puedo mejorar.

Mejor cristiano, por supuesto, convertirme. 

En otro lugar dice san Agustín:

“Canta y camina, no te extravíes, no vuelvas atrás, no te detengas”.  Conversión…

Madre mía, ayúdame a aprovechar muy bien este tiempo que está comenzando, un tiempo de conversión para encontrarme con Jesús, sabiendo que, junto a Él, te voy a encontrar también a ti y que, al encontrarte a ti, también tú me vas a llevar con más facilidad hacia tu Hijo Jesús.


Citas Utilizadas

Is 2, 1-5

Sal 121

Rom 13, 11-14

Mt 24, 37-44

Reflexiones

Señor, ¿qué tengo que cambiar? ¿En qué cosas soy un poco mediocre? ¿En qué cosas cedo con facilidad? ¿En qué cosas soy egoísta? ¿En qué cosas puedo ser mejor?

Predicado por:

P. Juan Pablo

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