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P. Federico

6 min

ESCUCHA LA MEDITACIÓN

¿NACE O SE HACE?

Hoy Juan bautiza a Jesús a orillas del Jordán. Se escucha: “este es mi Hijo, el amado”.  Tu y yo somos hijos de Dios por el bautismo.  En él hemos renacido, hemos sido recreados. Hemos recibido la gracia con la que Dios nos quiere hacer santos.  Anímate a corresponder a tanta gracia y deja a Dios obrar en ti y a través tuyo.

Hoy vemos cómo Juan bautiza a Jesús a orillas del río Jordán:

«Vino Jesús al Jordán desde Galilea, para ser bautizado por Juan.

Pero éste se resistía diciendo: —Soy yo quien necesita ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?»

(Mt 3, 13-14).

Tenía razón Juan el Bautista: Tú, Señor, no necesitabas ser bautizado. Es Juan el que debería ser bautizado por Ti. Bueno, algunos dirían que ya lo habías hecho en aquella escena de la Visitación, cuando saltó de gozo en el seno de su madre Santa Isabel.

La cuestión es que Tú no lo necesitabas. Está claro que lo hacías para darnos ejemplo. Porque nosotros sí necesitamos ser bautizados y a partir de aquel momento comenzaba a existir el sacramento.

Con el bautismo nacemos a la vida de la gracia. Participamos de la naturaleza divina. Somos hijos de Dios.

Como en esta escena del bautizo:Jesús busca a Juan (cuando debería ser al revés).

Así nos buscas (nos has buscado) a nosotros, Señor, a través de nuestro Bautizo. Eso me desconcierta; al mismo tiempo que me llena de agradecimiento.

«Jesús salió del agua; y entonces se le abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él.

Y una voz desde los cielos dijo: —Éste es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido»

(Mt 3,16-17).

SOMOS HIJOS DE DIOS

Salvando las distancias, eso mismo dijo Dios Padre el día que te bautizaron:

Este es mi hijo, esta es mi hija.

¡Hijo de Dios! ¡Qué grandeza y qué responsabilidad!

Cuenta uno cómo:

En cierta ocasión la familia real de una nación embarcó en el buque insignia para un desfile naval.

Era un día soleado y apacible.

Mientras el Rey y la Reina permanecían en el puente de mando, la joven princesa salió al alerón, una pequeña plataforma al aire libre, cuyo suelo está cubierto de una gruesa capa de goma con agujeros para drenar el agua en caso de lluvia.

 Le acompañaban dos guardiamarinas designados como (…) escoltas de la familia real. A la princesa los tacones se le clavaban en los agujeros de goma, así que se quitó los zapatos, y se los colgó del brazo. 

Al poco tiempo se abrió la puerta de comunicación con el puente y asomó la cabeza de la reina. No dijo nada. Simplemente miró a los pies descalzos de la princesa, luego a los ojos de la princesa, que se puso colorada como un tomate y volvió a ponerse los zapatos.

La cabeza de la reina se retiró, y la puerta del puente se cerró tras ella. Uno de los guardiamarinas recordó inmediatamente un punto de Camino, que había leído no hacía mucho: 

«Los hijos… ¡Cómo procuran comportarse dignamente cuando están delante de sus padres! Y los hijos de Reyes, delante de su padre el Rey, ¡cómo procuran guardar la dignidad de la realeza!

Y tú… ¿no sabes que estás siempre delante del Gran Rey, tu Padre-Dios?» (Camino 265). Basta una mirada…

Padre, ¡cómo me compromete sentirme en tu presencia todo el día! Me gustaría parecerme a Ti: a todos los buenos hijos les gusta parecerse a sus padres. 

Por eso necesito leer el evangelio, imitar a Jesús, tu Hijo Unigénito, para ser yo también mejor hijo Tuyo. Me gustaría no desdecir de esta dignidad de ser hijo de Dios.

¿Hay alguna cosa en mi vida que te pueda avergonzar? ¡Cuántas cosas evitaría en mi vida, y cuántas haría con gusto, si me diera cuenta de que me estás viendo Tú, mi Padre Dios!«

(Sin miedo, José Brage).

Pues nosotros, tú y yo, por el bautismo somos eso: hijos de Dios. Para eso hemos nacido: para ser hijos de Dios.

San Pablo cuando escribe a los de Éfeso exulta en un himno diciendo:

«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda bendición espiritual en los cielos,

ya que en él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia, por el amor;

nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza y gloria de su gracia…»

(Ef 1, 3-6).

Fíjate bien: nos ha creado para que seamos santos y sin mancha en su presencia.

Ahora,

 ¿EL SANTO NACE O SE HACE…?

Todo depende de la correspondencia a la gracia. Esa gracia que empieza con el Bautismo…

Hemos sido creados para ser santos. Hemos sido recreados (hemos vuelto a ser creados), hemos renacido (vuelto a nacer), en el Bautismo para ser santos.

Otra cosa es que lo seamos actualmente…

Pero san Pablo dice: “ut essemus sancti…”, para que “seamos” santos

Uno no nace, se hace.

Se hace. Porque nacer, uno nace como cualquier otra persona común silvestre…

SAN JOSEMARÍA SE HIZO SANTO

Las Misas de san Josemaría

Hoy es la fecha de nacimiento de san Josemaría. Que nació como cualquier hombre. Lo bautizaron a los pocos días de nacer. Pero no nació santo. Se hizo santo. Bueno, Dios le hizo santo con su gracia.

Me encanta cómo lo describe una biografía de San Josemaría:

¿Qué es más importante?, ¿qué es más valioso en la vida de un hombre santo?: ¿lo que él hace por Dios, o lo que Dios hace por él?

(…) Dios a todo hombre da los favores de su gracia. A todo hombre.

Pero ¿por qué a los santos más? Sin duda, porque ellos piden más; porque insisten más; porque, hondamente conscientes de su menesterosidad, pordiosean más: a toda hora, y en todo, lo buscan todo en Dios… y en Dios lo encuentran todo.

Al final, la musculatura de la santidad consiste en una boca muy pedigüeña y en unas manos muy recogedoras.

Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios, a fuerza de vaciarse de sí.

Santo es un pobre que hace su fortuna desvalijando las arcas de Dios.

Un santo es un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza.

El santo es un imbécil del mundo –stulta mundi– que se ilustra y se doctora con la sabiduría de Dios.

Un santo es un rebelde que a sí mismo se amarra con las cadenas de la libertad de Dios.

Santo es un miserable que lava su inmundicia en la misericordia de Dios.

EL santo es un paria de la tierra que planta en Dios su casa, su ciudad y su patria.

 Santo es un cobarde que se hace gallardo y valiente, escudado en el poder de Dios.

Un santo es un pusilánime que se dilata y se acrece con la magnificencia de Dios.

 El santo es un ambicioso de tal envergadura que sólo se satisface poseyendo cada vez más y más ración de Dios…

Un santo es un hombre que todo lo toma de Dios: un ladrón que le roba a Dios hasta el Amor con que poder amarle.

Y Dios se deja saquear por sus santos. Ése es el gozo de Dios. Y ése, el secreto negocio de los santos.

Así pues, ¿Qué es más importante?, ¿Qué es más valioso?: ¿lo que el hombre hace por Dios, o lo que Dios hace por el hombre?

Ah, en definitiva, el quid de la santidad es una cuestión de confianza: lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto el «yo hago», como el «hágase en mí»

(El hombre de Villa Tevere, Pilar Urbano).

Pues allí lo tienes. Eres hijo de Dios. Cuentas con la gracia del Bautismo.

Anímate a corresponder a tanta gracia y deja a Dios obrar en ti y a través tuyo.

Aprende de Santa María que responde:hágase en mí.


Citas Utilizadas

Hechos de los apóstoles 10, 34-38

Salmo 28

Mateo 3, 13-17

Sin Miedo, José Brague

El hombre de Villa Tevere, Pilar Urbano

Camino 265

Reflexiones

Señor, hágase en mí todo lo que Tú quieras, quiero ser santo, quiero llegar a tu presencia.

 

Predicado por:

P. Federico

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