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P. Juan

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EN LA CIMA DE UN MONTE ALTO

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS El segundo domingo de Cuaresma nos trae una escena que está relatada en los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), y que sale dos veces en el año litúrgico: este […]

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS

El segundo domingo de Cuaresma nos trae una escena que está relatada en los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), y que sale dos veces en el año litúrgico: este domingo -hoy- y el 6 de agosto en que se celebra como fiesta.

Se trata de la fiesta de la Transfiguración del Señor, un milagro especial en el que Jesús no cura o resucita a nadie, no multiplica panes ni peces, ni calma la tempestad, sino que Él mismo se manifiesta en su divinidad ante aquellos tres que se llevó consigo a un monte elevado.

“En este rato de oración podemos pedirte, Jesús, que te transfigures también un poco ante nosotros. Porque ese llevarte a un grupito a un monte alto -a una montaña, a un lugar apartado- y manifestarte como Dios delante de ellos, es algo análogo a lo que querés hacer con nosotros cuando nos invitas a que dejemos de lado las actividades del día para estar con Vos, ponernos en tu presencia y reconocerte como Dios, descubrirte a nuestro lado, en nuestro día a día”.

LA PRESENCIA DEL SEÑOR

No sabemos exactamente qué fue lo que percibieron Pedro, Santiago y Juan en aquella ocasión porque lo que el Evangelio nos cuenta pareciera poco para la reacción que tuvieron. Dice: “su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y también se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. A lo que Pedro reacciona diciendo:

Señor, qué bueno es que estemos aquí; si quieres haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt 17, 2-4).

Oración, amistad con Jesús

Es verdad que llamaría mucho la atención verte, Jesús, o ver a alguien que empieza a brillar como el sol; o la aparición de dos personajes que ya han fallecido. Pero la expresión de Pedro muestra que había más todavía que eso. Quería instalarse ahí, no bajar más: “Señor, qué bueno es que estemos aquí”. Seguramente ese estar con Dios de una forma más patente es lo que le hacía estar bien, querer que ese momento se prolongara para siempre.

Y en ocasiones, Señor, algo de eso nos regalas en nuestros ratos de oración: una paz, un sentirse mirados, un estar con Dios, una alegría que también podríamos decir: “Señor, qué bueno es que estemos aquí”, quizá en tu presencia en la Eucaristía, en una capilla, en nuestro cuarto o en medio de la naturaleza… donde sea.

QUÉ BUENO ES ESTAR EN PRESENCIA DE JESÚS

Aunque no sea por eso que hacemos oración -porque en ese caso correríamos el riesgo de volvernos tan sentimentales que no te buscáramos a Vos, sino esa acción- sin embargo, no está de más agradecer y atesorar ese tipo de experiencias, recordarlas para que nos den ánimo cuando estemos más secos y no percibamos con tanta evidencia sensible que Vos, Jesús, sos Dios, que estás a nuestro lado.

Ahora aprovechando este Evangelio, procurando meternos en él, podemos con la imaginación subir con Vos, Jesús, a ese monte alto, verte así con el rostro resplandeciente como el sol, los vestidos blancos como la luz, quizá imaginando que ya empieza a oscurecer y eso acentúa el contraste con tu claridad.

Te vemos conversando con Moisés y Elías, a quienes de algún modo reconocemos, sabemos que son ellos. Y decir: Jesús, ¡qué bien estamos acá!
Moisés representa la ley y los mandamientos y Elías representa a los profetas que mostraron al pueblo cuál era el camino de Dios invitando a convertirse de corazón.

COMO YO LOS HE AMADO

Y ahí, brillando en medio, estás Vos, Jesús, que nos traes el mandamiento nuevo, la nueva ley de la caridad:

“Amaos los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34)

estás Vos, Jesús, que sos el camino, la Verdad y la vida; estas Vos que sos todo el cumplimiento de la Ley de los profetas, la plenitud de la revelación divina.

En nuestra oración, Señor, muchas veces nos mostrás también cómo hemos de vivir los mandamientos que iluminan nuestra relación con el Padre, con el prójimo en nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras obras. Porque vemos con Vos nuestro comportamiento, lo que vamos dejando atrás, lo que hemos hecho, o porque te compartimos nuestros planes y aspiraciones, lo que programamos hacer…

En todo eso tenés, Señor, la oportunidad de inspirarnos, en cada rato de oración. También de llamarnos a una conversión, porque quizá no estamos viviendo inspirados por el Evangelio, sino por intereses egoístas o dejándonos llevar por malas inclinaciones que nos tiran para abajo.

¿QUÉ ME DICE JESÚS A MI EN LA ORACIÓN?

Recuerdo una charla o presentación que nos dieron en Paraguay a sacerdotes. Vino un sacerdote justamente, que se dedicaba a la promoción de capillas de adoración perpetua en las iglesias y nos contó de muchos casos de verdaderas conversiones de personas que se acercaban a esa hora semanal a hacer su turno de adoración al Santísimo, o porque medio por casualidad caían en una de estas capillas de oración, incluso en horas de la madrugada, atraídas quizá por una luz en la noche y se encontraban ahí con el Santísimo expuesto.

GRACIA DESLUMBRANTE

Alguno que había cambiado de vida dejando las drogas, otro que ponía de su parte para reconciliarse con su familia… Por supuesto, nos contaba casos más impactantes, pero seguramente son mucho más numerosos los que quedan ocultos y son normales y cotidianos, pequeñas conversiones.

Y no solo frente a la Eucaristía, también en la oración personal, en otros lugares como enumerábamos antes.

PROPOSITO – HACER ORACIÓN

Nos podemos preguntar ahora, haciendo nuestra oración, hablando con Vos, Jesús: ¿A mí qué luz me diste en la oración? ¿Qué propósito saqué en los últimos días? Solemos terminar este rato con Vos agradeciéndote los buenos propósitos, afectos e inspiraciones.

También podemos preguntarnos ¿qué hice yo con esas luces, propósitos? ¿Se tradujeron en obras? Y hoy, Señor, de este rato de oración, ¿qué luz, qué afecto, qué propósito podría sacar? Quizás algo muy personal, no será el mismo para todos. Yo saco el de ir a la oración, a estar con Vos y contemplarte más, tu divinidad, tu amistad, tu presencia… Que no me quede en un monólogo, que no me crea que estoy en algo que es solo mío, que no vaya solo a leer algo, a escuchar algo, sino que me crea que sos Vos, quien me invita a retirarme un rato de las actividades para contemplarte, estar con Vos.

EN TÚ PRESENCIA – MOMENTOS EXCLUSIVOS

Y como afecto podría fomentar este “¡Qué bien estamos acá!” Qué bien estamos acá cuando estoy con Vos, Señor, en un rato más exclusivo para hablar con Vos ahora que estamos juntos.

¿Inspiraciones? Las que me des Vos, Señor, al mirarte, y juntos también mirar mi vida. Las que me sugieren tus mandamientos, tu mandamiento del amor, también tu vida como modelo para la mía.

Así, Jesús, no bajaremos de esta montaña igual que cuando subimos. No estaremos igual que antes después de cada rato de oración. Seremos los mismos, si, pero un poquito más convertidos, como le habrá sucedido a Pedro, Santiago y Juan, que se llevaban dentro un tesoro al bajar de ese monte; una vivencia que los ayudaría a avanzar en el camino de la vida cristiana, a tenerte con ellos cuando ya habían bajado y se encontraban otra vez metidos en mil actividades que las afrontarían de otro modo, gracias a esa luz, a esa experiencia compartida con Vos.

Santa María cuidaría también sus momentos de intimidad y exclusividad con su Dios, movida por el Espíritu Santo y eso le daría otro tono a cada jornada. Que Ella nos ayude a cuidar también nuestros ratos de oración y que de mucho fruto en nuestra jornada.


Citas Utilizadas

Gn 12, 1-4
Sal 32
2 Tim 1, 8-10
Mt 17, 1-9

Reflexiones

Señor, ayúdame a cuidar mis ratos de oración, de convivencia contigo, para que puedas guiar mi camino.

Predicado por:

P. Juan

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