Cuando yo era chico, había un tipo de chistes muy habitual que era cuando alguien decía: “primer acto, sucede tal cosa. Segundo acto, sucede tal cosa. Tercer acto, sucede tal cosa”. Al final una pregunta: “¿cómo se llamó la obra?”
El Evangelio de la misa de hoy parece algo similar. Es un texto que tiene como tres actos, tres partes distintas.
Veamos qué nos quiere decir el Señor con este Evangelio de tres partes. Comienza san Mateo diciendo que:
“Mientras Jesús subía a Jerusalén, llevó consigo a los doce y en el camino les dijo: “Ahora subimos a Jerusalén donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas.
Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de Él, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará””.
Esa es la primera parte: Jesús anuncia su muerte y resurrección y lo hace en el camino de ascensión a Jerusalén mientras -podríamos decir- se va preparando ya para la Pascua.
Después viene la segunda parte:
“Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús junto con sus hijos y se postró ante Él para pedirle algo. “¿Qué quieres?” le preguntó Jesús. Ella le dijo: “Manda que mis dos hijos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.
“No saben lo que piden” respondió Jesús. “¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?” “Podemos” -respondieron. “Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre””.
Esta es la segunda parte del Evangelio, el “segundo acto” podríamos decir, en el que la madre de Santiago y Juan pide para sus hijos el puesto a la derecha y a la izquierda de Jesús y Jesús los invita a beber su cáliz.
La tercera parte del Evangelio y última es la continuación:
“Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos, pero Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.
Entre ustedes no debe suceder así; al contrario, el que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes y el que quiera ser el primero, que se haga su esclavo.
Como el Hijo del hombre que no vino para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud””
(Mt 20, 17-28).
Así la tercera parte habla del servicio, de lo que significa el servicio para Jesús. De cómo la misión de Jesús se identifica con un servicio, porque
“el Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir”.
EL SEGUIMIENTO DE CRISTO
Es un Evangelio elegido por la Iglesia para este tiempo de Cuaresma, porque también nosotros estamos en camino a Jerusalén, como Jesús en esas circunstancias.
Estamos ascendiendo hacia el Monte Calvario donde contemplaremos a Jesús en la Cruz el Viernes Santo y luego, un poco más allá, miraremos a Jesucristo resucitado.
Podríamos, en ese sentido, preguntarnos: ¿qué tienen de relación estas tres partes del Evangelio? O como lo decíamos cuando éramos chicos: ¿Cómo se llamó la obra dividida en estos tres actos?
El acto del anuncio de muerte y resurrección, el acto en la petición de Santiago y Juan y el acto de servicio.
Podemos decir que el nombre de esta obra se puede, de alguna manera, describir así: El seguimiento de Cristo, especialmente en camino a la Cuaresma, se realiza en el servicio diario a los demás. Este es el cáliz con el que compartimos la suerte de Cristo y llegamos a la felicidad.
Es así, al final, las tres partes están unidas. La muerte y resurrección de Jesús que es un servicio a todos nosotros y este servicio es precisamente el cáliz que Él bebe.
El cáliz del dolor, pero también de la alegría que Jesús bebe desde las manos del Padre y así nos otorga la redención.
Nosotros, si acompañamos a Jesús en este camino bebiendo su cáliz que es el servicio a los demás, llegaremos también con Él a la gloria, a la resurrección, a la felicidad; seremos realmente felices.
OLVIDARSE DE SÍ MISMO PARA PREOCUPARSE DE LOS DEMÁS
San Josemaría varias veces repitió una idea que, en el fondo, tenía asidero en su propia experiencia. Decía él:
“Pienso que se solucionan todos los conflictos de cada uno de mis hijos si a la hora del examen pueden decir de verdad: Jesús, de mí no me he ocupado; no he pensado en mí”.
Y lo decía él, que cada día se afanaba tanto en el trabajo de gobierno y de formación para los miembros del Opus Dei, que llegaba la noche y podía decir esto:
“Hoy no he pensado en mí, he estado totalmente volcado en el servicio a los demás”.
Por eso, un poco más adelante, en esa reunión donde él decía esas palabras, seguía:
“Insisto, pongo como remedio de todos los problemas personales el olvidarse de sí mismo para preocuparse de los demás por Dios. Así se va por los caminos de la tierra: construyendo los caminos del Señor”.
¡Qué difícil es a veces llegar a eso! Por eso es bueno que le pidamos al Señor o que se lo digamos en la oración:
“Jesús, yo quiero seguirte en ese camino. Quiero beber tu cáliz, quiero servir a los demás, entregarme, pero encuentro una gran dificultad: que es que con los demás no estoy siempre; en cambio, estoy siempre conmigo mismo y estoy continuamente sintiendo mis necesidades, mis problemas, todo lo que noto que en mi vida falta.
Pero bueno Señor, ahora en esta Cuaresma me propongo tomar este camino de ascensión que tomaste Tú hacia el Calvario.
Me propongo beber este cáliz de amor, del servicio a los demás. Sé que así te acompaño y realizo contigo hoy lo que Tú comenzaste hace veinte siglos que es la redención”.
Las palabras del Señor respecto a la invitación a beber el cáliz, se las dirigió a Santiago y a Juan. Después, al momento de la Cruz, sabemos lo que sucedió: Santiago huyó; en cambio, Juan está al pie de la Cruz.
El mismo san Josemaría se preguntaba por qué.
“¿Cómo llegó Juan al pie de la Cruz? El único de los apóstoles que fue valiente”.
Y él se respondía:
“seguramente fue la Virgen la que lo llevó”.
Efectivamente, qué bonitos son esos cuadros de la crucifixión donde se ve a Juan, pero sobre todo a María junto a la Cruz de Jesús, compartiendo el cáliz de Cristo.
Podemos también nosotros terminar estos diez minutos pidiéndole a la virgen: Madre mía, ayúdame en esta Cuaresma a tomar el cáliz de Cristo, el cáliz de la caridad, para así, olvidado de mí mismo, llenar mi alma de la felicidad de Cristo.