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P. Josemaría

7 min

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¡ÁNIMO! YO HE VENCIDO AL MUNDO

¿Qué es el cristianismo sino afirmar la Resurrección de Cristo en todo el mundo y a toda criatura? Y, por lo tanto, afirmar que nosotros también resucitaremos. Que después de esta vida gozaremos con Él en la eternidad.
Pero es preciso como Cristo, pasar por la pasión, muerte, sepultura y resurrección.

Como de película, el Evangelio de hoy nos sitúa en la Última Cena cuando Jesús les advierte a los apóstoles:

“Está llegando la hora y ya ha llegado en que se dispersarán cada uno por su lado y me dejarán solo, aunque no estoy solo, pues el Padre está conmigo.

Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en Mí.  Ustedes encontrarán la persecución en el mundo, pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo”

(Jn 16, 32-33).

“Qué dramáticas palabras.  Primero que Tú, Jesús, les estás profetizando que te van a abandonar, pero que ni si quiera así te van a dejar solo, porque el Padre está siempre contigo.

Y luego, ¡qué paz! Qué paz les das en medio de las dificultades que van a venir.  Les das la seguridad de la victoria”:

“Ánimo, Yo he vencido al mundo”.

Ponte a pensar qué es el cristianismo sino afirmar esto: que por la Resurrección de Cristo en todo el mundo y a toda criatura, somos vencedores.

Que también nosotros vamos a resucitar con Él y vamos a gozar con Él en un in crescendo imparable de amor, que cada día va a ser más grande en toda la eternidad, pero que es preciso, como Cristo, pasar por la pasión, muerte, sepultura y resurrección.

Esta es nuestra fe y por eso el misterio central del cristianismo es el de la Pascua que está a punto de terminar, ya para dar paso al tiempo del Espíritu Santo que viene el próximo domingo en Pentecostés.

Vamos en esta última semana, a hacer un sprint final y a realizar nuestra Pascua, que quiere decir cambio, una nueva conversión: pasar del temor a la alegría; de la desconfianza, al abandono.

Porque los cristianos sabemos que desde que Cristo nos vino a salvar ya la hicimos: nunca jamás en la historia de la humanidad, pase lo que pase, va a haber derrota porque Cristo ha vencido al mundo.

EL PARTIDO DE LA VIDA

No sé si tú eres americanista o chiva.  Yo, aunque vivo en Guadalajara le voy a las Águilas y, ahora mismo en el partido, va ganando el América 1-0, pero para cuando escuches esta meditación ya habrá ganado un equipo, seguramente el América… no, no te creas, uno de los dos.

Pero volviendo a nuestro tema, las palabras de Jesús del Evangelio son como el anuncio de un partido, el partido de la vida -por ser felices e ir al Cielo- en el cual habrá rival, que son el diablo y sus secuaces y buscarán ganarnos.

Sin embargo, estamos tranquilos porque en realidad el partido ya está ganado.  Así como lo oyes. No porque se haya comprado a los árbitros, sino porque Dios juega en nuestro equipo; o más bien, nosotros jugamos en su equipo.

Tú y yo jugamos en el equipo de Dios y Dios no pierde batalla.  El mundo es nuestro.  Claro que vamos a trabajar por hacer de él un mundo cada día mejor, pero siempre con la alegría de quien ya ganó.

Como nos decía el padre Cristian el otro día hablándonos de las dificultades:

“No pasa nada y si pasa, qué importa; y si importa, qué pasa”.

Que es la misma idea que dice mucho también don Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei.  Fíjate, en una ocasión decía:

“No podemos olvidar que, sin ignorar los problemas propios de cada época, Dios es el Señor de la historia.  Es Él quien nos ha dado este mundo para cuidarlo y dirigirlo a su Gloria.

Nos lo ha dejado en herencia y cuenta con nuestro esfuerzo para hacerlo cada día mejor”.

¡Pues claro que cuenta con nuestra lucha y nuestro esfuerzo! Pero Él nunca nos va a dejar solos.

OPTIMISMO

Abraham

Así que si te pones a ver la vida con optimismo, con esperanza, vas a descubrir ¡sí! que en las noticias… siempre hay mucho mal, hay muchas cosas tremendas, pero que, sobre todo, también hay mucho bien.

Hay tantas personas ejemplares, familias unidas, personas muy santas y cómo nos ayuda leer testimonios de gente que ha vivido su fe y su vida de forma heroica, que edifican muchísimo y nos ayudan a mirarnos en ellas.

Así que vamos a hacer examen y revisar cómo es nuestra vida, cómo es el ambiente que nos rodea.

Si piensas solo en lo malo, tendrás que tener una visión pesimista de todo casi siempre y por eso influye mucho la actitud que tengamos para entender esta virtud cristiana de la esperanza.

Este llenarnos de esperanza a pesar de las dificultades y a pesar también de nuestros propios límites personales, de nuestra propia inclinación al mal, al pecado; vivir con una esperanza y acudir siempre al sacramento de la confesión que nos limpia una y otra vez.

Y después hacer oración para vivir ese consejo de san Pablo:

Vivir con esperanza y rezar mucho”.

Es el consejo que nos da, que puede ser como un resumen de nuestra vida:

Alegres en la esperanza, constantes en la oración”.

Precisamente porque somos conscientes de nuestra debilidad, pero, sobre todo, somos conscientes de la fuerza de Dios.

ESPERANZA

Dice el Catecismo de la Iglesia que:

“La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo”

(Catecismo de la Iglesia Católica, punto 1817).

Así que esa esperanza y esa alegría no es la del grupo de optimistas -únete a los optimistas- sino que se basan en una fe fuerte, firme, en algo que es como existencial, que es sobre todo el amor de Dios por nosotros.

Tenemos que estar más convencidos de que Dios nos quiere infinitamente y que su amor por nosotros es un amor omnipotente, que no se equivoca al amarnos.

Fíjate en el Catecismo de la Iglesia que nos pone como modelo de esperanza a Abraham.  ¿Te acuerdas de la historia de Abraham que está en el desierto?  Y oye a Dios que le habla y le dice:

“Levántate y viaja hacia el oriente y allí te encontrarás con la tierra que yo te daré a ti y a tu descendencia”

(Gn 13, 14-15).

Abraham era viejo, no tenía hijos y le dice Dios que va a ser padre de una multitud, padre de un gran pueblo y Abraham creyó, dice la escritura.

“Abraham creyó contra toda esperanza de que llegaría a ser padre de muchas naciones como se le había prometido”

(Rom 4, 18).

Abraham

Por eso es padre del pueblo judío y es modelo de esperanza también para nosotros los cristianos, porque creyó contra todo lo creíble.

¿Cómo vas a esperar ser padre de alguien y menos de una multitud, si su esposa es estéril y tú ya eres viejo? Pues lo fue y tuvo un hijo que se llamó Isaac.  Luego Dios le pide que lo sacrifique y Abraham obedece.

Unos dicen que estuvo dispuesto a sacrificarlo porque pensó: “Dios lo va a resucitar”.  Quizá era como un adelanto de lo que iba a suceder con Cristo, al que efectivamente Dios resucitó.

Abraham creyó contra toda esperanza y el Papa san Juan Pablo II nos decía:

“¿Cómo pudo Abraham comportarse así con esa esperanza tan grande? Por tres razones, porque Abraham tenía tres condiciones para vivir con esperanza fuerte la vida.

Primero, sabía que Dios es Omnipotente; segundo, que Dios me ama inmensamente; y tercero, que Dios es siempre fiel a sus promesas”.

Vamos quedándonos con estas tres seguridades que tenía Abraham para vivir siempre con esa esperanza fuerte la vida.

DIOS ME QUIERE INFINITAMENTE

Dios es Omnipotente, ahí está la esperanza: yo no espero por mí, yo no espero porque Dios me dejó solo y abandonado, sino porque Dios me acompaña siempre como acompaña a Jesús, porque el Padre, al verme a mí, también ve a Cristo.

Y yo también puedo decir como dice Jesús hoy en el Evangelio:

«Yo nunca estoy solo».

De manera que Dios es Omnipotente y ese es el motivo de mi primera esperanza.  Dios lo puede todo en mí.

Dios me ama inmensamente; o sea, no solo Dios lo puede todo porque es Omnipotente, sino que me quiere mucho porque es mi Padre.  Me quiere infinitamente, me quiere incondicionalmente.

Pues estar más convencidos de que Dios me quiere así, que me quiere infinitamente y, finalmente, que Dios siempre es fiel a sus promesas, que todo lo que promete lo cumple.

Si tú y yo tuviéramos estas tres condiciones bien arraigadas en el corazón, ya con esto ¡vámonos, todo está arreglado! Ahí está el secreto.

Por eso vamos a terminar pidiéndole a María: Madre nuestra, danos la virtud de la esperanza que es la virtud del viajero.

Que aprendamos a viajar así y a vivir así, siempre confiados en tu Hijo Jesús, en Dios Padre que me ama infinitamente y en el Espíritu Santo que me va a dar toda la fuerza, toda la fortaleza de su amor para resistir siempre las tentaciones y vencer con alegría y llegar al Cielo y vivir eternamente agradecido.


Citas Utilizadas

Hch 19, 1-8
Sal 67
Jn 16, 29-33

Gn 13, 14-15
Rom 4, 18

Catecismo de la Iglesia Católica. Punto 1817.

Reflexiones

Señor, que yo sea alegre en la esperanza y constante en la oración.

Predicado por:

P. Josemaría

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