Cuando estaba estudiando historia de Roma y las persecuciones, me llamó mucho la atención que los primeros cristianos, se llamaban entre sí: Santos. Me pregunté el por qué.
Pero qué es la santidad para mí
La santidad para mí, era para unos pocos privilegiados. Personas casi perfectas, que con una gran fuerza de voluntad y después de recorrer un camino ascendente de renuncias, lograban tener una vida ordenada y sin tropiezos.
En esa época, miraba a los santos como unos súper héroes, a los cuales admiraba, pero eran casi inalcanzables para mí. Una quimera, un camino para pocos. En su mayoría religiosos, que a través de una vida retirada alcanzaban a Dios en el cielo.
Esto mismo, le pasó a Josemaría un sacerdote joven. En su época la mayoría de las personas creían que la santidad era para unos pocos, en su mayoría personas entregadas a Dios en la vida consagrada o religiosa…
Y ¿qué le pasó?
¡Algo increíble!, recibió una gracia especial y vio el 2 de octubre a personas comunes y corrientes santificando su vida ordinaria mediante las labores que realizaban fruto de su trabajo.
Mi abuela Marta me enseñó a rezar la oración del siervo Josémaría ( aún no era santo) , y la frase que resonaba más en mí era la siguiente: “HAZ QUE YO SEPA TAMBIÉN CONVERTIR TODOS LOS MOMENTOS Y CIRCUNSTANCIAS DE MI VIDA EN OCASIÓN DE AMARTE, Y DE SERVIR CON ALEGRÍA”.
En mi comprensión de niña, la palabra amar a Dios y de servir con alegría, me atrajo de inmediato. Era un buen resumen para vivir una vida plena. Pero, luego chocaba una tras otra con mis defectos. Tenía muchos, además yo encontraba que era tan normal, que no destacaba en nada.
Me gustaba lo que decía san Josemaría. ¡Qué lindo era!, pero incluso las personas que pertenecían al Opus Dei eran, a mí parecer, tan notables y perfectas, y constantes… que yo, no calzaba ahí.
Ayudar a otros, alegremente, amar a Dios y al mundo. ¡Me llamaba!, pero cómo iba a lograrlo. ¡Imposible!, era un sueño más. Era muy débil e inconstante para ser mi camino.
Y ahí me encontré, cuando en uno de esos trabajos de verano, me hablaron de nuevo de los primeros cristianos, y de cómo se llamaban, y recordé mi clase.
Sin embargo, en esta oportunidad me explicaron qué significa la santidad. Quedé como en shock de ALEGRÍA. Y fue tanta, que llevo más de 27 años tratando de vivir la santidad con optimismo, y confianza en esta vocación.
¿Qué me explicaron? Aquí te doy cuatro ideas que han iluminado mi vida.
Pertenezco a una gran Familia
Primero, el gran regalo de Dios en su redención, es que recupera nuestra amistad con Dios y aún más, somos familiares de Dios, pues compartimos su mismo Espíritu.
Somos hijos de Dios y a la vez hermanos de nuestros hermanos por medio de los sacramentos. Dios me ha regalado una relación nueva que tiene el poder de cambiar mi ser. Me ha regalado ¡relaciones!. Soy hija, hermana, familiar, miembro de un pueblo, una Iglesia, descendiente de una estirpe.
Es tan fuerte, esta realidad de Hijos y de familia, que san Ambrosio afirmaba a los que se convertían al cristianismo “hasta que no estuvieran Bautizados, que él no podía explicarles los sacramentos y los grandes contenidos de la fe, sino que solo podía hablar de las grandes figuras del Antiguo Testamento para acostumbrarles a entrar en la vida de sus antepasados y suscitar en su corazón una especie de deseo de un nuevo modo de existir”. ( M.I.R, Según el Espiritu, Romana. 2018. 160)
Solo con la presencia del Espíritu, que recibirán en el bautismo, podrán entrar en los misterios de Dios. Nos hace entrar en una tercera dimensión: La vida de Gracia, la santidad de Dios.
Somos ahora Santos y con mayúsculas, si estamos en gracia de Dios y cuidamos las relaciones con Dios y los otros .
Somos Santos, ya, por la gracia de Dios.
Entonces, ¿en qué consiste la Santidad?
San Josemaría decía que la santidad no consiste en hacer cosas más difíciles cada día, sino en hacerlas cada día con más Amor”. Cuando oí esta frase entendí de qué se trataba la santidad.
Jesús nos dio un mandato simple y profundo, que enmarca nuestra vida. La Santidad consiste en Amar, con mayúsculas. En ser buenos hijos de Dios y hermano de nuestro hermanos.
La clave no era tener superpoderes, no era llegar a una meta, o estar dotada de grandes talentos. Simplemente consiste en preocuparme de Amar cada día más y mejor a los demás.
José Pedro Manglano afirma:
“ No tengo que llegar a ser nada distinto de lo que soy. Santo es quien vive la propia realidad en un contexto íntimo en el que comparte su realidad con Cristo. ¡Eso es ser santo! Santo no es quien no se enoja nunca, sino el que cuando se enoja por algo acepta que se ha enojado por una tontería, y sabe que Cristo le entiende, y espera que Cristo le libere de ese carácter. La dureza de la santidad no está en la subida hacia un ideal, sino en la valentía de aceptar mi realidad, en la violencia por llevarla a mi interior y compartirla con Cristo. La dificultad de la santidad no está en trasladarse a otra forma de vida, sino en aceptar en mi interior y convivir con esa persona real que soy yo”.
Nuestra vocación consiste en…
Los cristianos somos amados y amantes, esa es nuestra vocación, y esta enmarca en algo que nos recuerda san Ignacio de Antioquía: Alrededor del año 100, exhorta a los cristianos: «conviértete en lo que eres». ¿Cómo me voy a convertir en lo que soy, si realmente ya lo soy? Pues sí: Dios nos da ya algunas realidades que todavía no gozamos plenamente. Soy ya, pero todavía no lo soy. Mi libertad hará cada vez más plena la realidad que me ha sido regalada. Es una promesa de algo que pregusto y que, al mismo tiempo, me marca la misión que tengo: convertirme en lo que ya soy. Pero eso exige mi respuesta libre para acogerlo y crecer.
Dios me ha dado la santidad, pero esta la alcanzaré ya plenamente en el cielo. Mi vocación es convertirme en lo que soy. Santa. Pero, obvio a mi estilo, con mis debilidades. Sabiendo que la gracia de Dios me cambia, y lo único que necesita es unirme a diario a Dios a través de los sacramentos y de mis acciones de amor, enmarcadas en los principios que nos hablan los 10 mandamientos: Dios, la familia, la vida, la sexualidad, la Verdad y el uso de los bienes materiales.
Por eso, mi relación con la santidad y con Dios es de Gozo
Vivo mi vida, al estilo de Dios. Quiero unirme a Él a diario en la Eucaristía, agradecida. Quiero que Él cambie mi corazón. Mi meta no consiste en meta. Sino en vivir la realidad que Cristo conquistó con su Cruz. Soy hija de Dios por la Gracia y quiero vivir plenamente lo que soy, dejándome amar y amando a los demás como mamá, hija y hermana.
Todos podemos ser Santos ahora y con mayúscula. Somos el gran sueño de Dios. Lo único que debemos hacer es acoger la llamada de Dios y hacerla crecer. Ser dóciles a su Gracia, pedirla (porque sin Él no somos nada) y hacerla crecer con nuestras buenas acciones.
Somos disfrutones y esperanzados, ya sabemos el final de la historia. Nuestro gozo en el Señor se basa en una realidad; soy súper hija amada y me tiene una súper suite en el cielo.
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