LA ORACIÓN
Acudimos al Espíritu Santo para que interceda ante el Padre por los méritos infinitos de Cristo en la Cruz, para así poder hacer un ratito de oración en la presencia de Dios nuestro Señor. Sin oración nos hundimos; sin oración nos desorientamos; sin oración nos conformamos siempre con menos de lo que Dios nos quiere dar.
La oración es el camino auténtico del cristiano que quiere unirse, amar e identificarse con Cristo. El mismo Señor nos lo dice:
“Orad para que no caigáis en la tentación” (Mt 26, 41).
Podemos pensar a partir de esta frase del Señor si hemos sabido rezar, siempre y en todo, pero especialmente frente a cosas que nos puedan costar, desconcertar o que signifiquen para nosotros un vencimiento real en la humildad. Rezar. Que no demos ni un paso solos; que todo lo haga contigo, Señor. Que no me crea el cuento de que soy capaz, porque realmente no lo soy. En cambio, contigo sí.
Esta es una de las paradojas del cristiano: no podemos nada, pero con Cristo lo podemos todo. Comenzando por la propia conversión, por la propia santidad y la entrega a los demás. No caben los pesimismos existenciales de esas personas que siempre están como buscando una razón para justificarse y piensan que van a mejorar cuando cambien las circunstancias en las que les toca vivir…
¡Y no! Podemos mejorar como cristianos en las virtudes sobre todo en la caridad, la paciencia, la humildad, la generosidad, en la situación real en la que nos encontramos. Pero esa mejora depende de cuánto recemos, de cuánto sepamos apoyarnos en el Señor.
“Sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5).
LA VALENTÍA
El evangelio que nos toca comentar hoy dice:
“Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos, por eso ser sagaces como serpientes y sencillos como palomas. Pero cuidado con la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante los gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles” (Mt 10, 16-18).
Esta profecía de Jesús se cumplió literalmente en el caso de los apóstoles. Lo vemos en varios pasajes de los Hechos de los Apóstoles precisamente, pero también a lo largo de los siglos: cristianos, perseguidos, injustamente calumniados, que han dado testimonio de Cristo, un testimonio lleno de valentía, de fe, muy confiados en que el Señor los sostiene.
No es una fuerza que provenga de la obcecación, de la persona que no cede en absoluto en su modo de pensar. Sino más bien una fortaleza amable que nos viene del corazón de Cristo, el Hijo fiel, que obedece a su Padre, cueste lo que cueste.
También tú y yo tenemos que ser hijos fieles que obedecemos a nuestro Padre Dios en ese primer sagrario que es la conciencia. Dios que te pide a ti, a mí, nos pide determinadas cosas y tenemos que estar dispuestos a cumplirlas con su gracia, cueste lo que cueste.
“Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10, 19-20).
Encomendarnos entonces al Espíritu Santo, sobre todo en esas conversaciones difíciles que de vez en cuando nos toca enfrentar. Una situación familiar o en el ambiente del trabajo,
encomendarse al Espíritu Santo. Pon en mi boca las palabras justas en el tono correcto para no ofender. Aunque la verdad muchas veces puede doler, pero hacer siempre todo con caridad, no por desahogo, ni mucho menos por rabia, sino para ayudar a esa persona y darle la oportunidad de corregirse. Así como también nosotros necesitamos corregirnos y agradecemos que nos digan las cosas en verdad. Acudir a la Espíritu Santo para que ponga en nuestra boca las palabras justas y el en tono el modo correcto, el que Dios espera, el de Cristo.
LA SALVACIÓN
Y la tercera parte del Evangelio de hoy dice:
“El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre, pero el que persevere hasta el final se salvará” (Mt 10, 21-22).
Bueno, un texto impresionante en que Jesús, nuestro Señor, nos hace ver que lo único verdaderamente importante es la salvación. Si por ser fieles a Cristo lo pasamos mal ¡bendito sea Dios! Encontraremos la recompensa eterna por la misericordia de Dios. Lo único importante es alcanzar la salvación y no podemos poner a riesgo nuestra salvación y la de los demás por contemporizar, por aguar la verdad.
El bien más grande de una persona no es que esté cómoda, sino que se salve. Y es así como un padre tiene que pensar en sus hijos, una madre, un amigo respecto de otro. Y cito aquí unas palabras de san Josemaría, el punto 796 de Camino: “Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas. -Pobre amor es el tuyo si no tienes ansias de pegar tu locura a otros apóstoles”.
Pidámosle al Señor que nos dé un amor grande para experimentar este celo y esta pasión por hacer feliz a la gente; para ayudarles de verdad, no resolver problemas, como decir, cortoplacistas de fin de semana, sino que resolver el problema de la vida, que es la eternidad.
A TODO PRECIO
“Pequeño amor es el tuyo si no sientes el celo por la salvación de todas las almas”. Pensemos, con nuestra palabra, con nuestro ejemplo, también con nuestra petición de perdón -cuántas veces nos hemos equivocado- ¿estamos contribuyendo a la salvación de las almas? Es esto que movía tanto a santa Terecita de Lisieux, la salvación de los pecadores, la conversión de las almas.
Pidámosle entonces a Dios nuestro Señor que nos ayude a estar dispuestos a lo que haga falta, lo que Dios tenga pensado para cada uno de nosotros en cada momento. Habitualmente serán cosas pequeñas, incomodidades, incomprensiones, pero siempre y en todo caridad, en todo verdad, siempre y en todo caridad. Y así estaremos siguiendo los pasos de Jesús.
Y esas personas que quizá en un primer momento se incomodaron, sintieron resistencia, rechazo hacia esa persona que actuó cristianamente, luego se dan cuenta que tenía razón y de que en el fondo también él o ella, ese cristiano supo sufrir la incomodidad y el dolor con tal de ayudarle de verdad.
Pidámosle a Dios nuestro Señor a través de María Santísima que sepamos mirar siempre hacia la eternidad, que cada uno de nuestros pasos en la vida actual se proyecten en el Reino eterno, que Dios nos quede regalar por los méritos infinitos de su Hijo en la Cruz.