El pasaje que tenemos hoy en la primera lectura de la Misa, es bastante impresionante:
“Dios mandó a los israelitas que se preparen; porque al tercer día él iba a descender al monte Sinaí.”
(Ex 19, 11)
Así lo hicieron, se prepararon; lavaron sus ropas y en el día señalado se acercaron al pie del monte. Entonces viene toda una descripción espectacular de la presencia de Dios:
Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta;
Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia.”(Ex 19, 16.18)
Dios lo llama a Moisés para que suba a la cima de la montaña:
“Moisés hablaba a Dios y Dios respondía con truenos.” (Ex 19, 19)
Al comienzo de todo este relato Dios le dice a Moisés por qué iba a hacer todo esto:
“Dijo Yahveh a Moisés: «Mira: Voy a presentarme a ti en una densa nube para que el pueblo me oiga hablar contigo, y así te dé crédito para siempre.» (Ex 19, 9)
MOISÉS HABLA CON DIOS
Esto era para que viendo que Moisés hablaba con Dios, le creyeran siempre. ¡Qué llamativo que sea Moisés el que habla con Dios, y no todos los demás, que ven esos signos admirables!
Pero los demás no hablan con Él, Dios solo habla con Moisés, quien será el que los guíe, el que los ayude a resolver sus litigios, quien tendrá una autoridad dada por Dios.
“Sin embargo, a mí me sorprende, Señor, que solo Moisés hable con tu Padre, y tantos otros no.”
En el Evangelio de la Misa, por otra parte, vos Jesús, le decís a tus discípulos:
Y acercándose los discípulos le dijeron: «¿Por qué les hablas en parábolas?»
Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.(Mt 13, 10-11)
Y vos mismo lo explicas, Señor, que los otros miran sin ver, escuchan sin oír, son duros de oído y han cerrado sus ojos.
O sea, que están los discípulos a quienes se les dieron a conocer los secretos del Reino, y están los que son ciegos a esas realidades.
Y quizá me equivoco, pero tengo la sensación que, en este caso, también hay como una desproporción muy grande, entre el número de los que son tus discípulos, que tienen los oídos abiertos para escucharte, que no tienen los ojos cerrados para los secretos del Reino de los Cielos.
A diferencia de quienes no hablan con Vos, ni te plantean sus decisiones, sus problemas, el sentido de sus vidas, en el ámbito de la oración, en el diálogo con tu Padre.
Quizá lo primero que deberíamos concluir de estas lecturas, es que tenemos que agradecer, Jesús, que podemos escucharte, hablarte, y ver la mano de tu Padre detrás de tantas cosas.
TENER EN CUENTA TUS ENSEÑANZAS
Unirnos a esa exultación tuya:
“Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y las has revelado a los pequeños.”
(Mt 11, 25)
Gracias Jesús, si es que yo me puedo contar entre el número de esos pocos, demasiado pocos lamentablemente, que perseveran en buscar el diálogo con Vos. que buscan escucharte, que te hablan.
«¡Bienaventurados los ojos de ustedes, porque ven, y los oídos de ustedes, porque oyen!
(Mt 13, 16)
Eso le decís a los discípulos, y podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que veo? ¿Qué hace que mis ojos sean bienaventurados? o ¿Qué oigo, que hace que mis oídos sean bienaventurados?
Yo tampoco, es que vea el humo en el monte, fuego, sonido de trompetas… tampoco me siento que sea Moisés, con la autoridad recibida de Dios para guiar al pueblo, resolver todos los conflictos…
“Y, sin embargo, como discípulos tuyos, Jesús, podemos tener en cuenta tus enseñanzas para nuestra vida.”
Vamos confrontando lo que nos pasa, lo que debemos resolver con tus enseñanzas, con lo que pienso que me dirías o harías en mi lugar, me van quedando en la memoria frases tuyas…
“Muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron.”
(Mt 13, 17)
Realmente, si lo que querían los justos y Profetas, era escuchar a Dios, nosotros escuchamos la palabra de Dios hecha carne.
QUE INFLUYAN TUS PALABRAS EN MI
¡Gracias, Señor! Que seas siempre Vos mi guía, que no sea yo de los que tienen los oídos cerrados, al contrario, buscaremos luz, el sentido profundo de nuestra vida, y de lo que nos pasa; en la oración, en el diálogo con vos Jesús.
Ahora podemos preguntarnos; si yo te cuento mis cosas, mi vida está pasando por mi oración, influyen tus palabras en cómo veo los acontecimientos, en mi interpretación de la realidad, del trabajo, la relación con los demás, la familia, los eventos globales, hasta las cosas pequeñas.
Todas las cosas; el clima, cruzarme con alguna persona por la calle, sorpresas que surgen en el día a día, el tráfico, cuando voy manejando…
Si últimamente tomé alguna decisión en la oración, tengo una mirada distinta, tengo los ojos abiertos, los oídos para escuchar en todas esas cosas Tu voz.
Vamos a ir terminando nuestro rato de oración, y quería dejarte con dos ejemplos, que me parece que son buenos, de esto que venimos hablando, nos pueden resultar sugerentes.
Personas que se plantean las cosas en la oración: -Uno, que fue la decisión de Benedicto XVI, de dejar de ser Papa.
Una decisión muy seria, y decía el mismo Papa, en el discurso en que anunció su renuncia:
“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”.
¡Esa decisión, toma el Papa en la oración! La otra es esta pequeña anécdota, un favor del entonces beato, hoy san Josemaría, que dice así:
UN ATEO MANIFIESTO
Dos años atrás hubo un cambio en la dirección de la empresa en la que trabajo desde hace 18 años, con la llegada de un nuevo gerente general.
Este señor ateo manifiesto, dijo varias veces en público, que estaba dispuesto a facilitar tiempo para que el personal pudiera asistir a actividades deportivas o sociales.
Pero que no iba a tolerar pérdidas de tiempo, en tonterías religiosas o espirituales, donde se le lava el cerebro a la gente.
El asunto me preocupó, pues en poco tiempo debía solicitar la autorización correspondiente, para faltar unos días al trabajo, con el fin de asistir a un retiro y a una convivencia a los que concurro todos los años.
No veía muchas soluciones posibles, decidí llevar el problema a la oración, me encomendé a Josemaría Escrivá y dejé todo en manos de Dios.
Llegó por fin el día de plantear el asunto, y respaldado por la estampa del beato Josemaría, me fui a la oficina del gerente.
Comencé por hacer una breve historia de mi pertenencia al Opus Dei, poniendo especial énfasis en la importancia de asistir al retiro y a la convivencia.
Mi asombro fue grande al advertir que mi jefe no se opuso, me dijo que si bien, él no creía en nada, respetaba mis ideas y mi sinceridad y hasta me envidiaba por entender, que en mis creencias yo tenía un apoyo del que él carecía.
Atribuyó este cambio de actitud tan marcado, a la ayuda recibida del beato Josemaría.
Madre nuestra, santa María, que conocías mejor que nadie los secretos del Reino, porque tenías los ojos y los oídos bien abiertos para las cosas de Dios, ayúdanos a imitarte en tu vida de oración.