Creo que a todos estamos familiarizados con las prisas del último día, las prisas del último momento. Hemos hecho de la procrastinación un estilo de vida. Y entonces vienen las correderas.
Estudiar para el examen el día anterior, entregar un trabajo en el último minuto, empezar a ir hacia el lugar donde he quedado de juntarme con alguien cuando ya es la hora. Y la excusa suele ser siempre: “es que no tengo tiempo”, cuando en realidad sabemos que lo hemos dejado todo para después, que nos hemos jugado el límite.
Es una pena que nos comportemos así. Pero bueno, no deja de ser algo que tiene arreglo, ¡Gracias a Dios!.
Que nos pase con un examen, con un trabajo, con una cita, es algo que se puede enmendar. Lo que ya no tiene vuelta atrás es que nos pase esto con la vida.
Hoy, Jesús, usas las expresiones como sucedió en los días de Noé y como sucedió en los días de Lot. Para decir que los hombres en aquel tiempo comían, bebían, tomaban mujer, tomaban marido, hasta el día que Noé entró en el arca<. Y aún como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían.
HABRÁ UN ÚLTIMO PASO
El Papa Francisco comentando este evangelio nos decía que: “En definitiva, hay normalidad, la vida es normal y nosotros estamos acostumbrados a esta normalidad: me levanto a las seis, me levanto a las siete, hago esto, hago este trabajo, voy a encontrar esto mañana, domingo es fiesta, hago esto.
Y así estamos acostumbrados a vivir una normalidad de vida y pensamos que esto siempre será así. (…) [Pero] “vendrá un día en el que el Señor nos diga a cada uno de nosotros: ‘ven’”. Y la llamada para algunos será repentina, para otros será después de una enfermedad, en un accidente: no sabemos. Pero la llamada estará y será una sorpresa (…).
El Señor y la Iglesia nos dice en estos días: párate un poco, párate, no siempre será así, un día no será así, un día te quitarán y lo que está junto a ti quedará.
Señor, ¿cuándo será el día en el que me quitarán?: precisamente esta es la pregunta que la Iglesia invita a hacernos hoy y nos dice: párate un poco y piensa en tu muerte. He aquí el significado de la frase colocada al entrar en un cementerio, en el norte de Italia: “Peregrino, tú que pasas, piensa en tus pasos, el último paso”. Porque habrá un último” (Papa Francisco, Meditación diaria 17 de noviembre de 2017).
¡Allí lo tienes! Habrá un último, y este último no se puede improvisar.
Es una pena procrastinar en las cosas humanas, ¡no se diga en las cosas divinas!
Nunca sabemos cuándo será el último paso, por eso vale la pena cuidar cada paso que damos, porque alguno de ellos terminará siendo el último.
PRESENTE CON VIBRACIÓN DE ETERNIDAD
Con esto Tú, Señor, no nos quieres tensos. En todo caso, nos quieres conscientes. Instalados en el presente. Ese presente que tiene vibración de eternidad.
Eso es “vivir a tope”. Vivir como si fuera la última oportunidad. O como lo decía aquel poeta: “suck the very marrow out of life” (Henry David Thoreau, Walden) que se podría traducir como “exprimir la vida al máximo” o “sacarle el jugo a la vida”. Creo que se entiende…<
Pero, a ver, esto tiene pleno sentido sólo cuando encierra un sentido sobrenatural. Porque la vida nuestra solo cuando es sobrenatural es una vida plena, o máximamente vida. Si no, es un desperdicio…
Lo malo es que esto lo podemos saber y, sabiéndolo, lo postergamos. Lo dejamos para después. Porque siempre pensamos que después dará tiempo, en cambio ahora mismo “no tengo tiempo”.
Si Dios te avisara de que hoy a las 8:15 de la noche vas a fallecer, te irías al cielo de cabeza. Seguro que aprovecharías para tener todo arreglado. Pero no va a ser así. Aunque avisados estamos, desconocemos el día y la hora, pero llegará.
SAN ENRIQUE
“Me recuerda lo que sucedió a San Enrique, príncipe heredero de Baviera. A la muerte de su padre, en el año 995, Enrique ocupó el trono con sólo veintidós años. Era uno de los príncipes más instruidos de su tiempo y su fama de buen gobernante se difundió enseguida por toda Baviera, ganándose la simpatía de sus súbditos.
Había tenido como maestro a San Wolfgang, que le dio una esmerada educación cristiana. Al poco de morir su maestro, tuvo Enrique un sueño, la noche del 1 de enero del año 996. En el sueño, San Wolfgang escribía en una pared esta frase: «Después de seis».
Enrique se imaginó que, por medio de ese sueño, le avisaba de que dentro de seis días iba a morir, y se dedicó con todo empeño a prepararse para ese momento. Pero pasaron los seis días y no murió.
Entonces, pensó que serían seis meses, y procuró obrar en todo momento con ese mismo pensamiento. Pero a los seis meses tampoco murió. Concluyó entonces que el plazo era de seis años, y durante ese tiempo siguió actuando, en su vida personal y en el gobierno de su reino, con la idea de que el tiempo que Dios le concedía era ese.
Pero, a los seis años, justo el 1 de enero de 1002, lo que le llegó no fue la muerte, sino su proclamación como Emperador de Alemania. Los seis años de preparación para el encuentro definitivo con Dios fueron la mejor preparación para su misión en tan alto cargo, en el que estuvo hasta que falleció en el año 1024.
Fue un gobernante santo y prestó grandísimos servicios a la evangelización de Europa. Sin duda, aquel sueño le fue de gran ayuda.
PONER EMPEÑO A LA LLAMADA DE DIOS
A nosotros también puede ayudarnos la idea de poner empeño en ser fieles a la llamada de Dios pensando que el tiempo que tenemos por delante es corto, pues, si somos fieles ahora, estaremos bien preparados para serlo siempre” (La llamada de Dios, Alfonso Aguiló).
La conciencia de que este paso, este día, este mes, este año, puede ser el último no nos encoge, sino que nos catapulta hacia la santidad.
Total, la realidad de la muerte es eso: realidad. Lo peor que podemos hacer es ignorarla.
Contaba uno: “Mis abuelos paternos pedían recurrentemente a san José el don de una buena muerte. A nuestros antepasados no les asustaba pensar en ello.
Ahora, quizá nos hemos vuelto un poco más “miedosos”. Sin duda, el Señor concedió a ambos una muerte dulce. (…)
Mi abuela Rosario acudió con mi abuelo a Misa por la boda de un familiar. Al poco de salir de la iglesia, tras haber recibido al Señor en su alma en la Sagrada Comunión, se desmayó y al poco tiempo falleció.
Años después, mi abuelo Mariano amaneció como cada sábado con la intención de acudir a Misa en honor de Santa María. Mientras le preparaban el desayuno, hacía oración en la butaca del salón mirando el cuadro de la Virgen de Guadalupe.
La asistenta desde la cocina oyó el tomo de Hablar con Dios [un libro de meditaciones] (…) caer sobre el suelo. Mi abuelo continuó en el Cielo su encuentro diario con el Señor” (Marzo 2023, con Él, José Luis Retegui).
VIVIR LA VIDA DE CARA A DIOS.
Yo leía esto y pensaba: ¡qué suerte! Pero no es suerte. Es fruto de una petición continuada y de una vida vivida de cara a Dios. ¿A quién no le gustaría morir así? ¡Así sí!
Pues termino con la sugerencia del Papa, que nos puede servir para todos los días.
“Hoy la Iglesia, el Señor, con esa bondad que tiene, dice a cada uno de nosotros: párate, párate, no todos los días serán así; no acostumbrarte como si eso fuera la eternidad; habrá un día en el que te irás, otro quedará, tú te irás.
En definitiva, así es ir con el Señor, pensar que nuestra vida tendrá final y esto hace bien porque lo podemos pensar al inicio del trabajo: hoy tal vez será el último día, no sé, pero haré bien el trabajo.
Y haré bien también en las relaciones en casa, con los míos, con la familia: ir bien, tal vez será el último, no lo sé”
(Papa Francisco, Meditación diaria 17 de noviembre de 2017).
Y pedimos:
“Jesús, José y María descanse en paz con ustedes el alma mía”.
Todos muy. Buenos, ayudan mucho.
Todos muy. Buenos, ayudan mucho.