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P. Juan Carlos

7 min

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JESÚS REY DEL UNIVERSO

El año litúrgico acaba con la fiesta de Cristo Rey. Porque Jesús es el Señor de la Historia. Por eso hoy le decimos a Dios: Haz que toda la creación, liberada del pecado, sirva a tu majestad. Jesús es el Rey de todo, del Universo.

El Año Litúrgico acaba con la fiesta de hoy, que es Cristo Rey, porque Jesús es el Señor de la historia. Por eso, hoy, le decimos a Dios: “Haz que toda la creación liberada del pecado sirva a Tu Majestad”; eso, lo decimos en la misa, en la oración colecta. Jesús es el Rey de todo, el Rey del universo.

“Señor, perdón, porque muchas veces nos olvidamos de que hemos sido creados para dar Gloria a tu Padre, Dios, que hemos sido hechos simplemente para eso, para dar Gloria.”

Por eso me gusta empezar esta meditación con ese pensamiento claro: Jesús es Rey y que nosotros somos sus súbditos y que necesitamos del Señor. Ayúdanos a entenderlo cada vez más, a ver el valor de Tu sacrificio.

Hay una pequeña anécdota (supongo que ya en alguno de estos cinco años lo hemos contado, pero me parece que es buena para la meditación de hoy), es un sacerdote de un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, que llevó a su iglesia un domingo una jaula de pájaros doblada y vieja y estaba vacía.

La coloco sobre el púlpito en el momento de la homilía. Se fruncieron varios ceños a manera como de contestación, pero el sacerdote comenzó a hablar y contó lo siguiente:

LA JAULA VACÍA

Estaba caminando por el pueblo ayer, cuando vi a un joven caminando hacia mí meciendo esta jaula de pájaros. Dentro de la jaula había tres pajarillos silvestres temblando de frío y de miedo. Detuve al pájaro y le pregunté ¿qué llevas ahí, hijo? Son solo unos pajarracos, fue la respuesta. ¿Y qué vas a hacer con ellos? Los voy a llevar a mi casa y me voy a divertir con ellos, me contestó. Voy a molestarles, a sacarles las plumas a hacerles pelear. Esa será mi diversión por hoy con mis amigos.

Pero, te vas a cansar de esos pajarillos tarde o temprano, ¿qué vas a hacer con esos pajarillos entonces? Tengo unos gatos, dijo el muchacho. Les gustan los pájaros, se los daré de postre y se pondrán contentos.

Me quedé sin palabras… Por fin le dije al chico: ¿Cuánto quieres por esos pájaros? Y dijo: Eh, ¿para qué los quiere? Son unos simples pájaros viejos del campo, no cantan, ni siquiera son bonitos. ¿Cuánto?, insistió el sacerdote. El muchacho le miró como si estuviera loco y le dijo: diez dólares.

Busco en el bolsillo y puso en las manos del chico un billete de diez dólares. Un segundo después, el joven desapareció. Recogió esa jaula vacía y la llevó al callejón donde había un árbol y césped y, poniendo la caja en el piso, abrió la puerta y golpeando suavemente los barrotes, hizo que salieran los pajarillos a libertad.

Bueno, esa es la historia de la jaula vacía sobre el púlpito. Pero, el sacerdote dijo lo siguiente: Pero la traje, hoy a esta misa, porque me recordó otra historia infinitamente más gloriosa. Se trata de nuestra historia.

NUESTRA HISTORIA

Un día, Satanás y Jesús estaban conversando. Satanás acababa de venir del Jardín del Edén y estaba jactándose: acabo de capturar al mundo lleno de gente, allá abajo. Me hice una trampa, utilicé carnada, que sabía que ellos no podían resistir y los agarré a todos.

¿Y qué vas a hacer con ellos?, preguntó Jesús. Satanás respondió: Me voy a divertir, voy a incitarles a toda clase de fantasías, se creerán poderosos y sabios, terminarán peleándose entre ellos mismo; hasta las parejas se divorciarán. Las mismas cosas buenas que has creado les dominarán, como: el sexo, el dinero, el placer.

Esos hombres, que tanto amas, serán borrachos y drogadictos. Les voy a enseñar cómo inventar armas y se destruirán entre ellos mismos. ¡Me voy a divertir en grande…!

¿Y qué harás con ellos cuando termines?, preguntó Jesús. ¡Pues los mataré! exclamó Satanás, con una risa sarcástica. ¿Cuánto quieres por ellos?, preguntó Jesús.

Oh, Tú no quieres esa gentuza, no valen nada. Se reirán de ti en tu cara, te escupirán, te maldecirán, te matarán de la manera más salvaje. Tú no quieres de esa gente. ¿Cuánto?, insistió Jesús. Satanás miró a Jesús y mofándose, dijo: ¿Cuánto? Nada menos que Tu propia vida, hasta la última gota de sangre. Hecho, dijo Jesús.

El sacerdote levantó la jaula, abrió la puerta y se fue del púlpito. Esa había sido su homilía.

Y ese es el regalo que Jesús nos ha hecho: es nuestra libertad. Nos ha sacado del pecado de la muerte, nos ha regalado la resurrección, nos ha hecho hijos de Dios y por eso le honramos como Rey. ¡Es Rey!

Efectivamente, todo sirve a Dios, no son las cosas que llamamos buenas; incluso, los personajes más siniestros acaban sirviendo, para que el Señor realice el bien.

Por eso cantaba santa Teresa de Jesús:

“nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda…”.

PASARÁ

Un amigo libanés, contaba la historia de un rey, que pidió a uno de sus consejeros un lema para su escudo. Y al poco tiempo, el monarca tuvo que salir, porque estaba siendo asediado por sus enemigos. El consejero le dijo que ahora necesitaría de su lema, estaba justo escrito en su escudo de armas y decía: Pasará.

Efectivamente, años después volvió el rey a su país con gran júbilo y gloria, y el consejero entonces le volvió a decir: Majestad, no se olvide que esto también pasará.

Todo pasa, todo pasa… los tiempos buenos, a veces, los tiempos malos, todo pasa. Pero Dios no pasa y todo lo utiliza para hacernos mejores.

Por eso san Pablo dice que para los que aman a Dios todas las cosas sirven para el bien, porque Dios tiene todo amarrado, es el Rey de la historia, de la historia de las naciones y también de nuestra pequeñísima historia personal.

Señor, tú me guías por el sendero justo,

decimos en el salmo responsorial. Dios tiene presente todo lo que ocurre en el mundo. No se le escapa nada, es el Rey. Nada puede vencerle, el mal no podrá triunfar, aunque a veces da la impresión de que esté acabando con el bien.

El pecado, el mal no tiene la última palabra, aunque parezca que Dios está vencido y que el enemigo ha obtenido la victoria. En realidad, el Señor nunca pierde. Cuando parece que pierde es cuando más gana.

A veces, satanás se lleva su trofeo. En el caso de Troya, los vencedores se llevaron la escultura de un caballo, el Caballo de Troya. Pero precisamente eso es lo que hace que el enemigo sea derrotado.

En la verdadera historia humana, satanás pensó que había derrotado al mejor de los hombres, interviniendo para que lo condenaran a morir crucificado. Al mismo que proclamaban como Rey de los judíos, el demonio consiguió que lo coronaron de espinas. Y que, en lugar de sentarse en un trono, le tumbaran y clavaran en una cruz, como condenado.

EL SACRIFICIO DE LA CRUZ

El demonio pensó que ese sería el trofeo de su victoria y precisamente fue la señal de su derrota más apabullante. Jesús era Hombre, pero también Dios y su sacrificio sirvió para reconciliar al hombre consigo mismo y con Dios.

El sacrificio de la Cruz fue utilizado por Dios y por eso lo renovamos en cada santa misa. En el ofertorio decimos: “Al ofrecerte el sacrificio de la reconciliación humana, te rogamos que Jesucristo, Tu Hijo, conceda a todos los pueblos los bienes de la unidad y de la paz.”

Y en el prefacio decimos que Jesús es la víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz. ¿Por qué? Porque el Señor actúa en silencio. El Señor hace lo mismo que los soldados griegos mientras dormían los troyanos.

Que Dios haga las cosas sin ruido, no quiere decir que no se entere de lo que está pasando, sino de que todo lo gobierna con sabiduría y misericordia, como debe hacer un padre con sus hijos.

Así, gobierna la historia y así nos fijamos en el final, Jesús reinará. El género humano está a sus pies.

El Señor lo ve de una forma distinta. Nos trata como esos pajarillos que deja en libertad, para que vuelen de nuevo, para que no sean víctimas de un mal rato, de un mal tiempo, de una persona -que en este caso es el demonio- que intentaría hacernos sufrir siempre.

Efectivamente, el Señor, también ve la malicia en el corazón del hombre, de todos los hombres que hemos existido. Pero también utiliza su misericordia para vencer el mal. El mal ha de ser vencido y es del bien el que lo derrota.

¡Jesús Nazareno Rey! Eso es lo que leían los que contemplaban al Señor crucificado; eso es lo que estaba en ese letrerito: Inri. La prueba más grande de la misericordia de Dios, un Dios que es capaz de hacerse hombre y morir.

Todos veían a un hombre derrotado, menos la Virgen, que veía con las gafas de Dios, porque tenía también su corazón.

Señora, ayúdanos también a ver detrás de todas las cosas a tu Hijo, a tu Hijo Rey del universo.


Citas Utilizadas

Ez 34, 11-12.15-17

Sal 22

1Cor 15, 20-26. 28

Mt 25, 31-46

Reflexiones

Señor, hoy te pedimos que toda la creación, liberada del pecado, sirva a tu majestad.

Predicado por:

P. Juan Carlos

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