Estos días hemos estado leyendo, en la primera lectura de la misa, la historia de Moisés, del pueblo. La intervención de Dios.
Me quiero detener en este ratito de oración en la paciencia de Dios con el pueblo, con su pueblo. Vamos a meditar también, voy a meditar Señor también yo, la paciencia que tienes conmigo, ¡infinita paciencia!
Cuenta el libro del Éxodo:
“En aquellos días el Señor dijo a Moisés: “¡Anda, baja de la montaña! Que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto.
Pronto se han desviado del camino que Yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: ‘Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto’””.
Un pedazo de metal… bueno y el Señor añadió a Moisés:
“Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz”
(Ex 32, 7-9).
Dios mío, te imagino con tristeza, decepcionado y con algo de rabia también. ¡Todo lo que habías hecho para liberar al pueblo! A mí también me dan ganas de llamarlo: ‘el pueblo’.
Es increíble cómo Tú le dices a Moisés: “Anda, baja y mira a ver qué haces con tu pueblecillo, con tu gentuza. No lo llamas ‘mi pueblo’. Incluso, le dices a Moisés: “Tú fuiste el que sacaste a este pueblo de Egipto”.
No Señor, es tu pueblo y Tú lo sacaste y Tú lo liberaste con las diez plagas.
Con esa columna de nube en el día y de fuego en la noche, esa columna que era poderosa y que era un signo, una manifestación visible de tu presencia, pero que en el día daba esa protección, esa sombra en el desierto, a ese pueblo, a tu pueblo.
En la noche, en cambio, la columna de fuego proporcionaba luz y calor. Luego les diste Señor el maná, las codornices, el agua de la roca; hiciste que atravesara el mar rojo, le prometiste la tierra…
Y ahora, esta gente miserable, se pone delante de un becerro de hojalata: “Este es el Dios de Israel que te sacó de Egipto”. Y empiezan a gritar y a bailar. Moisés no lo sabe, pero Dios le advierte: “Anda, baja y fíjate a ver qué haces con ese pueblo”.
SOMOS ASÍ
Sí Jesús, así somos, podemos terminar un rato de oración, por ejemplo, e inmediatamente meter las patas. Somos muy despistados, muy frágiles; podemos borrar con el codo lo que escribimos con la mano.
Me acuerdo perfectamente, cuando me estaba preparando para ser sacerdote, de un sacerdote dándonos una clase, dijo: “Ojo muchachos, que lo que ustedes puedan decir en una meditación, después lo pueden borrar con el codo en el desayuno. Porque llegan con mala cara, porque dan una mala respuesta, porque no son amables ni cordiales…”
Pues Señor, es que somos así.
Y ¿qué dice Dios a Moisés? Porque hay que ver la respuesta a Dios:
“Por eso déjame, mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos; de ti haré un gran pueblo”.
Sigue manteniendo esa promesa Moisés, pero quiere destruir ese pueblo.
Menos mal estaba ahí Moisés, ese hombre escogido por ti Dios mío, para guiar a ese pueblo, tu pueblo. Eso sí, de dura cerviz, pero tu pueblo.
“Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios diciendo: “¿Por qué Señor se va a encender tu ira contra tu pueblo que Tú sacaste de Egipto con poder y con mano robusta?”
Fíjate aquí Moisés cómo le recuerda que es el pueblo de Dios.
“¿Porque han de decir los egipcios: con mala intención los sacó para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo.
Acuérdate de tus siervos Abraham, Isaac, Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo; toda esta tierra de que te he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre.” Y el Señor se arrepiente”
(Ex 32, 10-14).
Dios se arrepiente de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. “Señor, ¿qué podemos concluir? ¿Qué podemos sacar de este diálogo que tienes con Moisés?” Pues las bases doctrinales de la historia de la salvación.
Desde que comenzó la alianza con los hombres, la historia de salvación va a ser la misma: alianza, pecado, misericordia. Y con nosotros sigue siendo igual.
“Señor, yo merecería mil veces la muerte por mis pecados, por mi miseria y Tú, en cambio, sigues perdonándome y sigues recordándome tu alianza; sigues recordándome: ‘eres mi hijo y Yo te voy a perdonar’”.
Solo Dios conoce la gravedad del pecado. Nosotros no nos alcanzamos a dar cuenta de la gravedad del pecado. Solo Dios se da cuenta de lo grave que es adorar a un becerro de oro.
¿QUIÉN ME GUÍA?
Ese pueblo se había apartado del camino. Ese pueblo le quita todo el sentido al éxodo, a los cuarenta años en el desierto. Todo eso se pierde; toda esa mortificación, todo ese sacrificio, todo ese silencio, todo ese esfuerzo por llegar a la tierra prometida.
Digámoslo rápido: “Ahí se pierde Señor”. Es un pueblo que se rebela contra Ti, que te abandona, que quebranta la Alianza. Es muy grave, pero Dios perdona.
Señor, Tú le dices a Moisés: “Anda, fíjate a ver cómo guías a tu pueblo. ¡No Señor, eres Tú el que guía, es tu pueblo!
Qué pesar, Dios se entristece porque ve que ese pueblo es como los otros pueblos, que ya no lo consideran a Él como su guía, como su Pastor, como su Dios.
Jesús, ¿a mí quién me guía? ¿Cuáles son las cosas que guían mi corazón? ¿De qué depende mi comportamiento?
¿Qué merece ese pueblo? La destrucción, el castigo, porque “es un pueblo de dura cerviz”. El pecado merece la muerte, así, pero se ve que Señor, Tú tienes otra lógica porque nos perdonas.
Así le perdonaste, por ejemplo, también al pueblo con Noé:
“Se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra y se entristeció en el corazón. Y dijo el Señor: “Borraré de la faz de la tierra que he creado, -desde los hombres hasta los animales salvajes, los reptiles y las aves del cielo- pues me pesa haberlos hecho.”
Pero Noé halló gracia a los ojos de Dios”
(Gn 6, 6-8).
Siempre hay por ahí un profeta, un patriarca. Siempre hay un hombre elegido por Ti Señor, que te recuerda tu alianza y se recuerda que eres un Dios de misericordia.
Abraham, cuenta también el Génesis:
“Los hombres partieron de allí, se dirigieron a Sodoma, mientras Abraham permaneció todavía junto al Señor. (…)
Abraham se acercó a Dios y le dijo: “¿Vas a destruir al justo con el malvado?””
(Gn 18, 16. 23).
Son varias veces Señor en las que en la historia de la salvación decides borrar a tu pueblo, pero siempre ese hombre elegido por Ti implora tu amor, tu misericordia.
Por eso Abraham le empieza a hablar de esos pocos justos que hay en Sodoma y por los que merece perdonar a ese pueblo. Y lo perdona, no lo destruye.
Israel es el pueblo a quien Dios ha hecho suyo, a quien Dios lo había elegido desde el juramento hecho a Abraham, a Isaac, a Jacob, a Noé. Esa alianza que después vuelve a sellar con Moisés.
Señor y sigues sellando sea alianza conmigo. Qué bonito es cuando le dice a Abraham:
“Por haber hecho una cosa así y no haberme negado a tu único hijo, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa”
(Gn 22, 16-17).
“Jesús, yo no quiero fallarte, no quiero cometer un pecado, no quiero adorar a ningún otro Dios. Yo quiero adorarte a Ti, quiero seguirte a Ti, pero soy frágil, soy débil, soy pecador.
Por favor, mantén tu promesa, mantén tu elección, mantén tu alianza, sígueme mirando como lo que soy: tu hijo”.
Así es Dios con nosotros. Dios no nos mira como pecadores, sí somos pecadores, Él lo sabe, pero nos mira como sus hijos y nos perdona y está esperando que nosotros nos arrepintamos y sigamos por su camino, nos dejemos guiar por Él.
Madre mía,
“mírame con compasión, no me dejes Madre mía…”
O la oración del Acordaos:
“Acordaos ¡oh, piadosísima Virgen María!
que jamás se ha oído decir,
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección,
implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro,
haya sido desamparado…”
Así es Dios con nosotros, no nos olvida, nos mira con compasión, con misericordia. Por eso, en este tiempo de cuaresma, volvamos a Él su mirada, nuestra mirada. Pidámosle perdón, acerquémonos al sacramento de la confesión.
En estos últimos días de cuaresma preparémonos para acompañar al Señor y seguir permitiendo que Él nos guíe, que sea nuestro Dios, el Dios que guía a su pueblo, a sus hijos.
Gracias Padre Santiago por recordarnos nuestra fidelidad a ese Dios tan misericordioso que nos ama y perdona
Gracias Padre Santiago por recordarnos nuestra fidelidad a ese Dios tan misericordioso que nos ama y perdona