Estamos ya en la víspera de Pentecostés. Nos encomendamos al Espíritu Santo para hablar con Jesús, porque sin la ayuda del Paráclito, no podemos ni siquiera decir: Señor Jesús.
Con la solemnidad de mañana, se termina el tiempo de Pascua, estos cincuenta días de alegría y esperanza que hemos estado recorriendo después de la Resurrección del Señor.
Y con el final de la Pascua, llegamos también al final de los libros que veníamos leyendo en la santa misa cada día: los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura y el Evangelio de san Juan.
Me llama la atención cómo estos dos libros concluyen dejándonos una impresión de paz, sosiego, serenidad… casi diría de normalidad, porque los Hechos nos relatan los comienzos y la primera expansión de la Iglesia, las aventuras y viajes de san Pablo con tantos peligros y sucesos extraordinarios.
Lo que hoy se nos cuenta en los últimos versículos, es que san Pablo, que había sido llevado a Roma para ser juzgado por el emperador, transcurre dos años en una casa alquilada sin que nadie le impida recibir a todos los que querían verlo, dar testimonio de Jesús.
El Evangelio de san Juan, por su parte, después de haber relatado durante varios capítulos los eventos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, termina diciéndonos que fue escrito por Juan,
“quien se había recostado en el pecho del Señor en la Última Cena”
(Jn 21, 20),
y quien seguía detrás a Jesús y a Pedro mientras caminaban por la orilla del lago. De él dijo el Señor a Pedro,
“y si este se queda hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué?”
(Jn 21, 22).
Con lo cual nos deja también la impresión que después Juan viviría muchos años, como de hecho parece haber sido. Es el único de los apóstoles que no murió mártir.
UNA SANTA ORDINARIA
Y como si fueran pocos estos datos de la liturgia de este día, todavía queda un acontecimiento que quisiera mencionar y es el que querría hablar con Vos, Jesús, en esta oración.
Hoy, 18 de mayo, es la fiesta de la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri, una española que nació en la primera mitad del siglo XX.
Ella estudió ciencias químicas, descubrió su vocación al Opus Dei y falleció en 1975 cuando tenía solo 58 años por una enfermedad y sin haber hecho ninguna gesta extraordinaria que le haga aparecer en los libros de historia o en los récords de Guinness ni nada por el estilo.
¿Por qué la Iglesia habrá querido ponernos como modelo e intercesora a una mujer así, con una vida tan normal? Y ahí es donde veo la conexión con las lecturas de hoy, porque la vida de Guadalupe fue una vida de santidad sin llamar demasiado la atención, sin hacer cosas que todos los que estaban a su alrededor anduvieran diciendo:
¡Mirad, ahí está Guadalupe! La que hizo esto, lo otro. Y esa es un poco la impresión que nos puede quedar de las lecturas de hoy. San Juan, que vive muchos años, san Pablo, que está en una casa recibiendo a todos.
La de Guadalupe, siendo una vida tan normal, con ocasión de su beatificación, que tuvo lugar el 18 de mayo de 2019, el papa Francisco decía:
«Animo a todos los fieles de la Prelatura, así como a todos los que participan en sus apostolados, a que aspiren siempre a una santidad de la normalidad, que arde dentro de nuestro corazón con el fuego del amor de Cristo y de la que tanto necesita hoy el mundo y la Iglesia”.
SENCILLEZ DE SANTA
Aunque Guadalupe no se consideraba santa ni hacía cosas llamativas, sí que quería ser santa. De esto nos quedó constancia en algunas de las cartas que ella le escribía al fundador del Opus Dei, que se publicaron en un libro que se llama:
Cartas a un santo y en una de ellas se lee:
“¡Quiero a mucho a Dios y tengo tantas ganas de servirle!
“Hoy quisiera escribirle hablándole un poco de mí; ya sabe usted que generalmente me despreocupo demasiado y en mis cartas le cuento cómo marchan las cosas, qué es lo que en realidad llena mi vida interna y externa,
y sólo en algunos días, como hoy, hago un parón (mejor dicho, es el Señor que me hace pararme para que, aislada de todo, en un instante vea el fondo de mi corazón y sea más agradecida a ese amor de Dios que Él mismo va poniendo dentro de mí).
Sí, Padre, quiero mucho a Dios. Cada día más, con más fuerza y con más seguridad. Aunque generalmente no lo noto de una manera sensible, sino en la manera de reaccionar ante las cosas.
Por eso necesito que de vez en cuando lo sienta, para que vea que lo único que importa es esforzarme para conservarlo y así Dios mismo purificará mi vida.
CADA DÍA CON MÁS FUERZA
¡Tengo tantas ganas de servirle! Materialmente, trabajando todo lo que sea capaz mi cuerpo y mortificándole todo lo que me permita; y espiritualmente, entregándome totalmente yo y ayudando a mis hermanas y a todas las personas que trato, para que lleguen al máximo.
Esto es lo único que me hace sufrir, la impotencia (por mi falta de… lo que sea, no sé juzgarme ni me importa) de ser más eficaz. (…)
Pida mucho por el apostolado que se puede hacer. Las chicas se abren totalmente, pero necesitan que las formemos, que las ayudemos, que las llevemos de la mano hasta Dios, y esto a veces es difícil.
Pida mucho por mí; me siento pequeña, muy pequeña, para esta labor, pero decidida a todo obedeciendo.
Seré sincera hasta el fondo, yo creo que nada de lo que pienso que debo decir me lo callo. Este es mi descanso, y gracias a eso soy totalmente feliz.
Lo mismo en mi oración, que en las cartas que le escribo a usted, (…) me vacío de todo lo que me preocupa y me siento ligera para coger todo lo que el Señor ponga sobre mí.
Padre: gracias por todo”.
(México D.F., 29 de junio de 1950).
Guadalupe quería servir desde donde se encontraba, en este caso era en México a donde se había trasladado para llevar allí el mensaje del Opus Dei,
y habían instalado en una residencia de estudiantes en la que Guadalupe se preocupaba del bienestar material y de los estudios de las chicas, y también de su vida espiritual.
LAS LUCHAS DIARIAS DE GUADALUPE
Para que nos hagamos un poco más una idea de estas luchas del día a día de Guadalupe, les cuento acá tres pequeñas anécdotas que se relatan en la página de internet del Opus Dei.
La primera tuvo lugar también en una residencia. Ella llegó tarde a cenar y las que estaban comiendo se habían olvidado que todavía faltaba ella y no le dejaron sopa -se quedó sin comida.
Y ella, cuando se dio cuenta que la sopera estaba vacía, la llevó a la cocina, volvió y se sirvió en su plato y tomó sopa como si nada.
Sólo una de las presentes se dio cuenta de que estaba tomando agua caliente porque no había más sopa.
Las demás habrán pensado que sí había quedado para ella y se quedaron tranquilas -que seguramente es lo que Guadalupe quería, que se quedaran tranquilas.
TRASLADO A MÉXICO
Otra fue en su traslado a México a donde, como decíamos, fue a llevar los apostolados del Opus Dei con otras dos mujeres de la obra.
El vuelo hacía varias escalas y tuvo que parar por una avería en las Islas Bermudas donde, por lo visto, se hablaba en inglés.
Y de camino al hotel, donde pasaron la noche, Guadalupe preguntó al taxista: – Where is the house to speak with God? Porque no se acordaba cómo se decía iglesia en inglés.
El taxista entendió que al preguntarle dónde está la casa donde se habla con Dios, se refería a una iglesia y le indicó una que estaba cerca del hotel donde efectivamente pudieron ir a rezar.
Y después, mientras estaban ya en el hotel y estaban todos los pasajeros del avión esperando que les asignaran habitaciones, Guadalupe dio el aviso en voz alta, recordando que era domingo y que si querían ir a misa, las podían acompañar a una iglesia cercana. Efectivamente, todos los pasajeros fueron a misa ese domingo.
GUADALUPE
La tercera anécdota es de cuando Guadalupe ya estaba en los últimos momentos de su vida, internada en el hospital.
A una enfermera que volvía de sus vacaciones y la tenía que cuidar, la pusieron al tanto de que estaba muy delicada de salud y ella se prodigaba en todo lo que estaba a su alcance para sacarla adelante. Guadalupe, en un momento, le dijo que se fuera a cenar, que descansara.
Y en otro momento le dijo: -No te preocupes, estate muy tranquila porque has hecho todo lo que has podido. Me voy a acordar mucho de ello. Y muy poquito tiempo después, falleció.
Y esta enfermera, que llevaba un tiempo lejos de Dios, y las últimas palabras que la enferma le dirigió se le quedaron en el corazón y en la cabeza. Pensaba:
“Para que una persona sea capaz de morir así, tiene que ver a Él”. Poco después, volvió a rezar y regresó a la Iglesia.
Bueno, creo que nos fue el tiempo. Vamos a pedir a Guadalupe que nos ayude a ilusionarnos con hoy ser santos.
En este rato de oración, en las actividades que llenarán nuestra jornada, en cómo vamos a tratar a las personas que cruzaremos en este día, en el deseo de llevar la luz de Cristo a otros.
Nos encomendamos también a nuestra Madre, la criatura más santa, que también vivió una vida de una santidad sin llamar demasiado la atención.
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