LA LLAMADA DE MATEO
Hoy es un día de fiesta, celebramos a san Mateo, apóstol y evangelista. En el Evangelio de hoy, que por supuesto es de san Mateo, leemos su vocación en el primer versículo, y rápidamente se nos introduce en la acción.
«En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado en su mesa de recaudador de impuestos. Y le dijo: —Sígueme. Él se levantó y lo siguió».
Esa es la vocación de Mateo. Así de fácil y así de rápido lo narra el evangelista.
Parece que le fue muy fácil escuchar la voz de Jesús y seguirlo. Y a veces, Señor, me da pena que yo escucho tu voz en mi interior, en mi corazón, cuando me sugieres que te siga, que corresponda a tu gracia en algún punto concreto, y yo soy lento.
Pues ya te pedimos al inicio de este rato oración, por intercesión de san Mateo, que nos ayudes a escuchar tu voz con claridad y a seguirte con rapidez.
Y Mateo, ¿por qué reaccionó tan rápido? Podemos pensar un poco en, ¿quién era Mateo? Era un recaudador de impuestos, un publicano, alguien que era mal visto en el pueblo judío.
Un judío que trabajaba para los romanos, para el pueblo opresor y cobraba impuestos a los judíos para dárselo a los romanos, quizá quedándose con alguna buena tajada. Por eso eran vistos mal.
Y él en su interior, ¿qué pensaba?, ¿qué pensaba Mateo? Pues no sabemos…
No nos dice el Evangelio cuáles eran sus pensamientos. Pero podemos fácilmente imaginar que él se sentía un poco traidor, un poco separado de su pueblo, del pueblo elegido, del pueblo en el que está la salvación. La salvación viene de los judíos.
PERDER LA ESPERANZA
El mismo Jesús lo dice cuando habla con la samaritana, quizá él se iba llenando de riquezas, pero iba perdiendo algo muy importante, que era esa pertenencia a esa unidad con el pueblo de la salvación. E iba perdiendo esa alegría interior de saberse parte de algo grande. Iba perdiendo la esperanza.
¡Qué triste es perder la esperanza! Al contrario, cuando tenemos esperanza estamos alegres y estamos a la espera de recibir esa alegría del bien que esperamos.
Por ejemplo, cuando queremos entrar en una universidad y hacemos los exámenes y todos los requisitos que piden y esperamos la noticia.
O esperamos conquistar el amor de alguien y tenemos detalles, hacemos planes para que la otra persona sepa, nos declaramos y esperamos que nos acepte…
Quizás conseguir un trabajo o incluso ganar un partido de fútbol o que nuestro equipo gane, pues tenemos esperanza Y esa esperanza nos mantiene alegres. Y cuando recibimos el bien deseado, pues nos ponemos muy contentos.
Mateo, podemos pensar, que ya no tenía esperanza de salvación… ‘Ya estoy separándome del pueblo. Estoy enriqueciendo’… Pero, cuando aparece Jesús en esas tierras y empieza a hablar, a enseñar, a hacer milagros, y perdonar pecados, vemos en él que, toda esa salvación y esa esperanza del pueblo está presente.
Ya llegó, está en él, se condensa en él. Y quizá Mateo ya había escuchado de Jesús, ya lo habría escuchado, ya lo habría visto y habría sentido como deseos de estar con él, de parecerse a él.
Porque a fin de cuentas, la salvación es estar con Él y parecerse a Él.
SER SANTOS
Dice san Josemaría en Forja, un libro para hacer oración, en el punto 10:
«Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano, parecerse a Cristo. El que más se parece a Cristo, es más cristiano, más de Cristo, más santo».
Pues Mateo había sentido deseos de estar con Jesús, pero se sentiría indigno, se sentiría traidor y pensaría quizá que Jesús no lo aceptaría. Y estaba ahí sentado en su mesa de recaudador de impuestos.
Lo que leímos en el Evangelio,
«Cuando Jesús pasó, lo ve y le dice: —Sígueme. Y él se levantó y lo siguió».
Se siente aceptado. Se siente muy contento. Por supuesto que se siente contento porque recupera la esperanza de salvación. Se sabe indigno, pero a la vez invitado a estar con Jesús.
¿Y qué sigue en el Evangelio? Pues el Evangelio continúa con la fiesta que hizo Mateo, una gran comida para celebrar los que Jesús había llamado.
¿Y a quién invita Mateo? Pues a sus amigos, que eran muchos publicanos y pecadores, porque pues eran sus amigos. Pero él sabe que aunque ellos quizá tampoco tienen esperanza, él dice no, pero Jesús sí los va a aceptar. Así como me aceptó a mí.
Jesús no los va a rechazar, porque mis amigos también están tristes y quieren la alegría. Mis amigos también anhelan esa salvación. Yo lo sé porque son mis amigos y los conozco. Así que los invita a su casa con Jesús.
LLAMA A LOS PECADORES
Y en el Evangelio leemos:
«Los fariseos preguntaron a los discípulos de Jesús: —¿Por qué su maestro come con los publicanos y pecadores? Y Jesús, que escucha eso, responde: —No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
O sea, yo vengo para salvar a los pecadores. Los justos no necesitan la salvación, pues los justos realmente no existen.
Solo Tú, Señor, sólo la Virgen. Todos los demás somos pecadores y necesitamos la salvación. Tú no nos excluyes, Tú confías en nosotros.
Nos has creado para ser santos y nos das los medios para comenzar y recomenzar una y otra vez. No nos das la espalda, nos devuelves la esperanza.
Hace poco leí unas palabras de una beata mexicana, una mística que se llama Concepción Cabrera de Armida, que tiene muchos escritos místicos en los cuales ella pone palabras de Jesús.
En una de esas páginas dice:
«A las almas, (refiriéndose a los sacerdotes sobre cómo debemos de tratar a las personas, a las almas) aún a las más pecadoras, hay que tratarlas con suavidad y con delicadeza, pues ahí está la imagen de la Trinidad.
Hay que llevarlas a Mí por el convencimiento, sin exagerar sus defectos. Hay que curar, limpiar, levantar y ampliar los horizontes a donde deben llegar, y hacerles dulce por amor todo lo amargo».
SER COMO MATEO
Pues menuda tarea tenemos los sacerdotes. Hay que rezar por ellos.
Señor, te pedimos por los sacerdotes para que sepan hacer presente ese amor misericordioso, esa apertura, ese cariño por todos y todas las personas, porque todos somos pecadores y necesitamos de esa salvación que Tú nos traes.
Queremos también ser como Mateo, al saber que realmente nos aceptas, que nos invitas a estar cerca de Ti. Que la conciencia de esa gratuidad de tu invitación nos lleve a estar muy contentos y a querer comunicar esa alegría a los demás.
Que seamos muy apostólicos, como Mateo también, que invitó a sus amigos a estar con Jesús. Madre nuestra Reina, los Apóstoles, ruega por nosotros.
Deja una respuesta