SABER MIRAR
Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
(Lc 9, 18-21).
Esta pregunta yo me imagino, Jesús, que Tú la planteas a tus apóstoles en el contexto de que ha llegado a tus oídos, que se está hablando de Ti, que hay gente que se interesa, y como siempre, habrá gente que lo hace a favor, pero hay gente que lo hace de una manera crítica.
Y tú quieres estar enterado. Y preguntas a los que tienes a tu alrededor. Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías. Otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas»
Bueno, efectivamente presentan aquí una variedad de posibilidades de respuesta, que son las que ellos a su vez han escuchado.
Llama la atención que puedan referirse a gente ya fallecida. O sea, había evidentemente una fe en la posibilidad de la resurrección. Entonces Él les preguntó, Tú, Jesús, les preguntaste:
«Y vosotros quién decís que soy yo?»
Y bueno, esta es una pregunta siempre interpeladora, porque a quienes ahora estamos haciendo un ratito de oración, también podemos sentir que nos la diriges en primera persona.
Podemos también ensayar respuestas. Obviamente todos sabemos que Tú eres el Hijo de Dios. Esto es lo que responde san Pedro, aunque con otras palabras. Pedro respondió:
«El Mesías de Dios»
(Cf. Lc 9, 18-21).
MIRAR A CRISTO
Y nosotros todos, estamos haciendo oraciones porque creemos que Tú eres el Hijo de Dios, que has venido al mundo, nacido de la Virgen Santísima, que has, padecido por nosotros en la Cruz y que te has quedado escondido en la Eucaristía principalmente, pero en todos los sacramentos, en la Iglesia y en el prójimo.
Por lo tanto, bastante clara es la respuesta, creo que sí la podemos dar. Sin embargo, me parece que lo que dice san Pedro, el Mesías de Dios, es más profundo todavía de lo que nosotros podemos decir, habiendo repasado un poquito el catecismo y tenido las clases de religión.
Porque termina el Evangelio diciendo:
«Jesús les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía, —El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día»
(Cf. Lc 9, 18-21).
Claro, aquí viene una descripción de lo que Tú ibas a padecer, que no cuadra con el Dios que se acerca a la humanidad…
A mí me parecía, estaba diciendo hace un ratito, que esta respuesta de san Pedro ante tu pregunta:
«Y vosotros, quién decís que soy yo?»
y responde:
«El Mesías de Dios»
es algo más que una respuesta acertada. Es fruto de que Dios Padre ha hecho ver a san Pedro algo que no se ve a simple vista.
MIRA Y ADMIRA
Porque en otro Evangelio, Tú, Señor, le dices que eso no lo ha aprendido de nadie de carne y hueso, sino que es efectivamente una luz especial que Dios le concede.
Me parecía que este relato que voy a comenzar a leer, puede tener que ver con esa respuesta que da san Pedro.
Lo está escribiendo un literato, y dice así:
“Un recuerdo tengo de un atardecer en una punta de la costa cantábrica donde los ponientes suelen ser muy bellos.
La gente venía solo para ver ponerse el sol en el mar. Venían hablando, pero al llegar, todos callaban ante el mar que mudaba a cada instante de color.
Vinieron dos hombres de mar, silenciosos y se pararon ante la inmensidad. Y por mucho tiempo, uno al lado del otro, callaban.
Después el uno, sin volverse al compañero, dijo solamente: Mira. Y todos los que lo oímos miramos de frente allá. Y estoy cierto de que cada uno, vio su propia maravilla”.
Algo de esto me parece que es lo que experimentó san Pedro antes de responderte, Señor.
Y quería que caigamos en la cuenta todos los que estamos ahora haciendo este ratito de conversación Contigo, Jesús, que ante tu pregunta:
«Y tú quién dices quién soy yo?»,
pues estamos de alguna manera invitados, nosotros también, como san Pedro, a que tengamos esa experiencia que tuvo él.
Que nos pase como a estos turistas que van a ver esas puestas de sol que parece que son muy bonitas, en esa zona de Cantabria que está aquí comentando este escritor.
CUANDO JESÚS ESTÁ PRESENTE
Cuando nos ponemos delante de Ti, Jesús, que podamos decir a quienes están a nuestro alrededor, con nuestra actitud: —Mira.
Y que nosotros al mirarte y que cada uno al mirarte, pueda ver la maravilla que todos buscamos. Porque Tú, Señor, tienes lo más grande que una persona puede querer, lo más bonito que una persona puede desear.
O sea, que notemos que solo Tú, Jesús, puedes llenar el corazón humano, que está hecho para el amor y que no se sacia con nada de aquí en la Tierra.
Entonces, todo pasa a un segundo plano cuando Tú estás presente.
Dice san Pablo:
«Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo»
(Cf. Flp 3, 8-16).
Es que también ha tenido la misma experiencia que tuvo san Pedro, Señor. Es que se han dado cuenta de quien tienen delante.
Pues yo te voy a repetir esa oración, esa jaculatoria que rezaba san Josemaría cuando era joven y sintió que Tú lo llamabas, pero no sabía exactamente que querías, y te decía:
«Que vea Jesús, que vea».
Pues que te vea, Señor. Que cada vez que me acerco a Ti, cada vez que haces una oración, cada vez que intento mirarte de dentro, por decir así, de una imagen sagrada, que te vea, que mire y me admire.
Vamos a pedir a nuestra Madre, la Virgen Santísima, que tantas veces te miraría de esta manera y se admiraba, que nos ayude a reconocerte en Tu inmensidad, en Tu grandeza, en Tu belleza.
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