LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA
¡Qué maravilla lo que nos propone la Iglesia para la misa de hoy! Nos encontramos en el conocido capítulo 15 de san Lucas. Y dirás: –Padre, no exagere, tampoco es tan conocido. Pero resulta que ese capítulo es muy famoso porque nos propone las tres parábolas de la misericordia. Y está previsto para el día de hoy escuchar dos de esas parábolas y ya la tercera, que es la del hijo pródigo, la vamos a dejar para otro día.
Nos dice el evangelista que, en medio de una discusión con los fariseos, Jesús les dijo esta parábola: “¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa reúne a los amigos y a los vecinos y les dice:
¡Alégrense conmigo! He encontrado la oveja que se me había perdido. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. (Lc 15, 4-7).
VOLVER A LA ALEGRÍA
Ahora no nos asombra tanto, pero muy probablemente la primera vez que escuchamos este pasaje seguramente nos desconcertó la lógica del pastor. Porque ¿por qué complicarse tanto la vida? ¿No debería sencillamente asumir su mala suerte y perder ese1% de su riqueza? ¿Por qué tanta alegría por una sola oveja cuando ya tiene noventa y nueve? Incluso dice que más alegría que por las otras noventa y nueve que no se perdieron.
Es eso: es volver a recuperar esa capacidad de asombro ante este Evangelio que nos propone la actitud de Dios ante los hombres. Precisamente esa es la novedad radical del Evangelio: que así de grande es el amor de Dios por ti y por mí. No fuimos creados y después olvidados, sino que Dios piensa en nosotros. No puede dejar de pensar en nosotros. Ahora, también aprovechamos este Evangelio para renovar ese asombro ante esta fidelidad de Dios, ante el amor de Dios. Dice el Evangelio que no cesa de buscar hasta que le encuentra. Y así está Dios contigo y conmigo: insiste e insiste e insiste hasta que volvemos a Él.
PIERDE MÁS LA OVEJA QUE EL PASTOR
Más una vez le han preguntado a un verdadero pastor de ovejas qué haría él en una situación así. Y más de una vez, también con sorpresa, el pastor de la vida real ha dicho: “Que se friegue esa oveja”. Y también tiene sentido esa respuesta porque, aunque es verdad que una pérdida para el pastor es importante –una pérdida de una sola oveja-, quien en realidad pierde más al alejarse del rebaño es la propia oveja, que ahora está a merced de los depredadores y que no maneja muy bien aquello de las estaciones y el sentido de la ubicación. No sabe elegir cuáles son las mejores praderas; muchas veces no sabe elegir cómo salir de un campo para ir a otro.
El número en la parábola también es importante, porque si el pastor tiene ya noventa y nueve ovejas y encuentra la que se le perdió, en realidad gana mucho más la oveja que el pastor. Porque él apenas recupera el 1% que se le había perdido, en cambio la oveja, podemos decir que pasa de la muerte segura, es decir, del 0% a la vida, al 100%.
Por eso yo creo que, aparte de demostrarnos la misericordia fiel de Dios que nos busca con insistencia, esta parábola también es una enseñanza para ti y para mí, de que cuando hacemos las cosas por amor de Dios, para hacer caso a Dios, para obedecer a Dios, en el fondo, el primer beneficiado no es Él, sino que somos nosotros.
ALEGRENSE CONMIGO
Vamos a encontrar este mismo mensaje en la segunda parábola, que también leemos el día de hoy: “O ¿qué mujer tiene diez monedas y si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
¡Alégrense conmigo! He encontrado la moneda que se me había perdido. Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”. (Lc 15, 8–10).
De nuevo, la imagen es que el cielo se alegra cuando tú y yo decidimos libremente seguir a Dios nuevamente, a pesar de que nos hayamos separado por el motivo que sea, por flojera, por soberbia, por pecados de la carne... El cielo se viste de gala, celebra a todo dar cada vez que tú y yo decidimos ver a nuestro Padre Dios.
Esta imagen de la moneda es similar a la anterior de las ovejas, pero ahora los porcentajes son más críticos, porque la mujer ya no pierde un 1% de lo que tenía, como en el caso del pastor, sino que ella pierde un 10% de lo que tenía. Ahora sí se entiende un poco más el deseo de buscar la moneda extraviada porque lo que se pierde se manifiesta como con más valor.
LA ALEGRIA DEL AMOR
Pero incluso en esta nueva situación se repite la conclusión de la parábola anterior, porque una moneda –yo no sé cuánto cuesta materialmente una moneda, o sea, no sé cuánto cuesta el metal que se utiliza para una moneda– lo que sí es que la moneda tiene valor cuando alguien la tiene.
Es decir, si la moneda se cayó en la ranura de un sofá o si quedó perdida en una esquina, esa moneda ya deja de tener su valor porque nadie la va a usar y resulta que ahora es un simple pedazo de metal. Será un pedazo de metal hasta que alguien la encuentre y la use según el valor que tenga asignado, según la imagen que tenga acuñada en sus caras, y cuando vuelva a tener esa función de servir de instrumento de intercambio de bienes (que para eso existen las monedas y los billetes).
Así, cuando esta mujer encuentra nuevamente la moneda perdida, obviamente se alegra porque había perdido el 10% de su fortuna. Pero también en este caso quien más gana es la propia moneda, que pasa de no valer nada y ser un pedazo de metal perdido en un sofá o en una esquina de la casa, a recuperar todo su valor.
QUÉ GRANDE ES EL AMOR DE DIOS QUE NOS BUSCA SIN NECESITARNOS
Ahora nosotros entendemos que estas dos parábolas nos muestran la misericordia de Dios que no pierde la esperanza de que algún día volvamos a sus manos y que nos busca sin cesar casi con una urgencia asombrosa. Pero el mensaje es más claro cuando consideramos que a diferencia del pastor o de la mujer de la parábola, Dios no necesita lo que se le perdió.
Esto es lo fuerte de las parábolas: son imágenes muy buenas, pero insuficientes, porque en el caso de Dios, Dios no necesita lo que se le pierde, como el pastor sí necesita a su oveja y la mujer necesita su moneda. Y por eso es asombroso, porque Él siendo totalmente trascendente, no nos necesita en absoluto. Y aún así, como Dios es amor, decide amarte a ti y a mí, que somos unas pobres creaturas, y está dispuesto a llegar al extremo con tal de recuperarnos.
¿No es esta la buena noticia que viene a traernos Cristo? Pues obviamente, sí. ¿Qué tanto le agradezco yo a Dios esa paciencia y esa insistencia fiel de esperar a que yo libremente decida volver a sus manos? ¿Cómo agradezco yo en la mañana? Cuando abro los ojos y le digo: Gracias, Señor, porque si yo abro los ojos el día de hoy, confío en que Tú me estás dando oportunidades de volver a ti, de recuperar el espacio perdido, de volver a tus manos.
VOLVER A LA VERDAD
Según estas dos parábolas, quien más gana es quien vuelve. Así también nosotros nos asombramos de esa fidelidad de un Dios tan bueno con nosotros, a pesar de no necesitarnos en absoluto. Dios no es más Dios porque vayamos a misa, porque nos confesemos o porque vayamos del modo que Él nos diga.
Tampoco es menos Dios si dejamos de hacer estas cosas. Y aquí nos volvemos a asombrar de la conclusión de estas dos parábolas: Dios se alegra porque nos ama; pero al convertirnos del pecado,más que hacerle un favor a Dios nos lo hacemos a nosotros mismos. Somos quienes más ganamos los que volvemos a las manos de Dios.
Estas parábolas de la misericordia nos elevan en la autoestima. Dios me ama con locura, soy querido por mi padre del cielo, soy buscado al Señor, soy amado por un Dios que hace de todo para que yo vuelva. Así de valioso soy yo ante sus ojos.
CERCA DE DIOS
Y estas parábolas de la misericordia que contemplamos el día de hoy, junto con la tercera, la del hijo pródigo, son una invitación a fomentar ese sano amor propio que nos hace valorarnos como debe ser: yo recupero mi valor, mi valor más auténtico, cuando me decido volver a las manos de mi Padre Dios.
Vamos entonces a hacernos ese favor. Podemos preguntarnos ahora mismo qué es lo que más nos separa de Dios, cuál es el defecto dominante, cuál es ese pecado que con relativa frecuencia tenemos que reconocer en el sacramento de la Confesión. Volver a Dios cuantas veces haga falta. Estamos hechos para cosas mejores que estar lejos de Él.
Y con la ayuda de nuestra Madre del Cielo vamos a recuperar esta dignidad y vamos a volver libremente –porque nos da la gana, porque somos inteligentes– a las manos de donde venimos, a las manos de Nuestro Padre Dios.
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