“Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino.
Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres”
(San Josemaría, Es Cristo que pasa, 14).
Treinta años comparados con tres… que son los de la vida pública. Treinta años, pero tienen que ser importantes… sino ¿para qué?
Para muchos de nosotros, nuestra vocación consiste esencialmente en imitar estos treinta años de vida oculta de Jesús, porque la materia prima de nuestra existencia es esa, es el trabajo, el estudio, las cosas ordinarias… Lo que nadie ve; pero que es lo que nosotros tenemos delante de los ojos todos los días…
Lo vemos en Jesús, en esos treinta años… Y lo vemos como “más humano”… que pasa nueve meses (como cualquier otro) en el seno de su Madre, que nació y creció…
Que tuvo que aprender…: que aprendió a jugar, que aprendió a estudiar, aprendió a leer y a escribir (eso se nota en algunos pasajes del Evangelio), incluso parece que aprendió otro idioma… porque cuando habla con Pilatos, que era romano, no tuvo necesidad de traductor. Que aprendió, que llevó una vida normal y a quien nadie pudo señalar diciendo: “allí hay un tipo raro, una persona rara o alguien del que se esperan cosas extraordinarias el día de mañana. En Nazaret no llamaba la atención; es más, Juan Bautista sí llamaba la atención.
Pero Jesús no. Jesús lleva una vida oculta que, además, tiene una razón de diez a uno, con su vida pública… Y en esa vida oculta, pone amor, es un artista, va confeccionando la obra de nuestra redención…
No pueden ser en vano treinta años como los pasó Dios, haciendo lo ordinario; cuidando lo que no brilla a los ojos de los hombres… Y nos deberíamos de fijar en esto, no se trata de no querer ser buenos en lo que hacemos, de no querer tener prestigio… Porque, seguro que Jesús tenía prestigio. Habrán hablado de Él como de un niño bien portado, de un joven dedicado o de un hombre de una sola pieza… Pero uno más entre sus contemporáneos… Lo que se trata es de no hacerlo para ser vistos, para que nos aplaudan, para que nos feliciten… de eso se trata.
Tampoco es exactamente sólo hacer cosas pequeñas, porque se pueden hacer cosas grandes y pasar ocultos…: seguro conocemos a gente que ayuda a otros (por ejemplo con donativos) pero lo hacen de forma anónima… Probablemente también has visto algún monumento dedicado al soldado desconocido… Han hecho cosas grandes, pero no sabemos sus nombres, no gozan de fama… Pero
“tu Señor, que ve en lo escondido, Él te recompensará…”
(Mt 6, 4).
SAN FELIPE DE NERI
Cuentan de san Felipe Neri que, durante años, había servido a los más pobres en la ciudad de Roma, con especial atención a los niños y a los jóvenes. Además, había ayudado a la formación y a la piedad de muchos sacerdotes romanos. Toda la ciudad se benefició de su entrega. Era estimado por su predicación e incluso por sus milagros, que él siempre negaba, pues por su extraordinaria humildad. Pero también levantaron grandes calumnias en su contra…
Y fue en el año 1590 cuando el Papa entonces, Sixto V, decidió nombrarlo cardenal, que era como una forma de decir que todo lo había hecho bien; era como un premio: “Hemos pensado en hacerte cardenal” le dijo al santo. Y cuentan que él, con su habitual, excelente sentido del humor, respondió un poco ruborizado: “no, no… en absoluto… santo Padre, ¡prefiero el Paraíso!”
¡Esto! De esto se trata: prefiero el Paraíso… (el verdadero sentido de la expresión: que Dios te lo pague…) Es lo que hace la viuda pobre: prefiere a Dios y que nadie se de cuenta…Y Jesús se fija… Es que no puede evitarlo, es que es lo suyo… (se ve, de alguna manera, reflejado) y parece que es eso lo que reconoce y aprecia…:
“Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas y dijo: Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos”
(Lc 21, 1-3).
Es un pasaje que tal vez nos sorprende y, al mismo tiempo, nos llena de consuelo… Hay que fijarnos en el resplandor, en los ojos de Jesús, que muestran cómo le agrada la entrega escondida… La actitud de aquella mujer, apunta a la vida oculta que Jesús ofrecía a su Padre en Nazaret (que es la nuestra…) Y, además, es interesante que Jesús señala a esta pobre viuda, pero ella ni se da cuenta… Es como si Él no quisiera robarle el mérito… ¿Será Jesús que así me ves a mí? Que así me volteas a ver a mí en las cosas del día y que incluso me señalas…
Pidámosle a Jesús que nos ayude a valorar lo escondido, que no seamos como los fariseos, que de hecho le generan rechazo, porque (Él mismo dice) “les gusta ser admirados por la gente”, que nos ayude en esto, porque no es fácil…
EL VALOR DE LO OCULTO
El mundo tiende a valorar lo que brilla con la luz del éxito, del reconocimiento humano… “El figureo”, querer aparecer, querer figurar, que me volteen a ver y un poco se nos mete a todos… De hecho, a veces llama la atención que algunas personas funcionan más dejándose llevar por eso.
Comentaban una vez de alguien: si asiste a una boda, quisiera ser la novia; si a un bautizo, el recién nacido; si a un entierro, el muerto…
¿Quiero ser el centro? ¿Me gusta que se hable de mí…? ¿Me fijo mucho en lo que opinan los demás…? Dios es el único que conoce el verdadero valor de nuestra vida. Y lo conoce porque ve en lo oculto… Y es el único, que verdaderamente me interesa que reconozca lo que hago…
El hecho de que pasen ocultas, puede también hacer más valiosas nuestra vida y nuestras acciones… ¡Señor que yo aprenda a valorar lo oculto, lo escondido! Y que aprenda a darme cuenta del valor que encierra esto, que no sea mi afán figurar, que no esté buscando recompensa humana, que más bien piense en el Paraíso.
Contaba uno cómo a veces le gustaba hacer la pregunta: ¿Quién fue el presidente número 17 de los Estados Unidos? Porque muy pocos saben la respuesta; sin embargo, fue durante un tiempo la persona más importante del país más poderoso del mundo.
Y la pregunta salta a la vista: ¿yo quiero ser grande a los ojos de Jesús o quiero ser grande a los ojos de la gente? Ojalá que mi respuesta sea la primera. Pidámosle a Jesús que nos ayude a que nuestra respuesta sea la primera. Jesús, yo quiero agradar tu mirada, yo quiero ser recreo de tu mirada, no de la de los hombres, porque la tuya es la única que vale la pena. Por cierto, la respuesta es: Andrew Johnson; pero, total ¡¿a quién le importa!? A mí lo que me importa es Dios, Jesús, con quien hablamos en este rato de oración.
Podemos pedirle que nos ayude a centrarnos en esto, en lo escondido, que le demos el verdadero valor ¡el valor que tiene! Y a la Virgen la podemos voltear a ver también y nos damos cuenta que ella también supo estar siempre “tras bambalinas” y ¡qué Cielo tan grande! Qué cielo tan grande tuvo y ¡San José también! Que tampoco destacó, tampoco llamó la atención, pasó oculto ¡Pero qué Cielo tan grande! Pues nosotros queremos eso mismo…
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