Un día después de Navidad celebramos al primer mártir, al protomártir san Esteban. Y leemos, al final de la primera lectura, mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración:
“Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: -Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Diciendo esto se durmió en el Señor.” (Hch 7, 59-60).
“Se durmió en el Señor” es un modo de decir que murió. Pero nosotros sabemos que la muerte es como un sueño, porque resucitaremos para el cielo con nuestro cuerpo, para disfrutar de Dios con nuestro cuerpo también.
Ayúdanos, Señor, a ser fieles, a ser santos de verdad, para que así sea. Que esta muerte no nos asuste, al contrario que la esperemos con una alegría, sabiendo que será el momento de encontrarnos contigo.
Encontrarnos contigo…que nuestra alma entre en la presencia de Dios y con Tu gracia llegar directamente a ti y si no, pasar por el purgatorio rápidamente para contemplarte después de eso y ya al final de los tiempos resucitar.
Por eso, esta muerte es como como un sueño. Tú mismo Jesús lo dices en el evangelio, en un par de ocasiones hablas de esta muerte como un sueño.
San Esteban, estaba lleno de esperanza, lleno de amor a Dios y su muerte la ve, no como una tragedia, la ve con gran generosidad. Dice esta oración, leemos:
“Señor Jesús, recibe mi espíritu… No les tomes en cuenta este pecado.”
(cfr. Hch 7, 59-60).
San Esteban muere perdonando. Perdonando a los que lo están matando. Es muy impresionante. En primer lugar, que lo estén matando, que lo odien.
APRENDER A PERDONAR
San Esteban no les hizo nada malo a estas personas, pero ellos lo odiaban, porque hablaba de Jesús. Manifestaba su fe en Jesús, su amor a Él y esos hombres por eso lo odian y lo apedrean, lo agreden.
¿Cómo reaccionó yo cuando me agreden? Pues lo natural es defenderse. Defenderse, evitar los golpes y evitar las piedras y si uno puede también contra atacar. Defenderse golpeando también.
San Esteban, no. San Esteban se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado… Está intercediendo por ellos, está rezando por ellos.
¿Cómo es eso? ¿Cómo es qué hace eso? ¿De dónde lo aprendió? Pues aprendió de Ti, Señor, porque cuando tú moriste en la cruz, cuando te estaban crucificando una de las cosas que dices en la cruz es:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
(Lc 23, 34).
Tú, Jesús también intercedes por los que te están matando en la cruz. Rezas por ellos, los justificas. Tú Señor, nos enseñas a perdonar; ayúdame a perdonar, como perdonan los santos.
Perdonar, que no es simplemente aguantar. No es aguantar sin defenderse, porque eso nos llenaría de resentimiento y de odio; nos llevaría a amargarnos la vida. Porque estaríamos cargando con esas ofensas que la gente nos ha hecho; que la gente directamente nos ha hecho o que nos imaginamos que nos ha hecho, o no la gente, sino las circunstancias mismas de la vida. ¿No?
Es que yo soy pobre y yo soy feo. Yo no soy tan listo, yo no soy tan popular, no tengo esos talentos que tienen otras personas… e ir resentidos por la vida, como cargando agravios que pueden ser reales o imaginarios. Da igual. Estaremos cargándolos y eso nos estaría amargando la vida.
Señor, yo no quiero amargarme la vida, porque tú quieres que yo sea feliz.
PERDONAR RÁPIDO
Leí hace poco una cita en un libro que dice así: “No es lo que los otros hacen ni nuestros errores lo que más nos daña, es nuestra respuesta. Si perseguimos a la víbora venenosa que nos ha mordido, lo único que conseguiremos será provocar que el veneno se extienda por todo nuestro cuerpo. Es mucho mejor tomar medidas inmediatas para extraer el veneno.” (Stephen Covey).
O sea, no dejar que el odio, la ofensa, que la injusticia se meta en nuestro corazón y nos amargue la vida. Si no, saber perdonar rápido, no ir cargando con agravios.
Y pues necesitamos Tu gracia, Señor. Necesitamos Tu ayuda, Tú ya nos has puesto el ejemplo. Tantos miles de santos en la historia nos han puesto el ejemplo de perdonar.
Leí hace poco también unas palabras de san Pablo que vienen muy bien en este momento recordar, de la Carta a los romanos, exhorta san Pablo:
“No devuelven a nadie mal por mal: busquen hacer el bien delante de todos los hombres. Si es posible en lo que está de su parte, vivan en paz con todos los hombres, no se venguen queridísimos, sino dejen el castigo en manos de Dios, porque está escrito: Mía es la venganza, yo retribuiré lo merecido, dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tuviese hambre, dale de comer, si tuviese sed, dale de beber; al hacer esto, amontonarás ascuas de fuego sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien”.
(Rm 12, 17-219.
Vence el mal con el bien… Qué bonitas palabras, qué buen consejo. Y para vencer el mal necesitamos estar llenos de bien. Para que el mal no entre en nuestro corazón hemos de estar llenos de amor.
EL SEÑOR NOS ESEÑA A QUERER
Por eso, San Josemaría dice en Surco:
“Decía- sin humildad de garabato- aquel amigo nuestro: “no he necesitado aprender a perdonar, porque el Señor me ha enseñado a querer.”
(punto 804).
No he necesitado aprender a perdonar… O sea, no he cargado agravios en mi corazón, porque esos agravios no han entrado en mi corazón. ¿Por qué? Porque mi corazón está lleno de amor.
Señor Jesús, yo quiero que mi corazón esté lleno de amor, para no sentirme ofendido, nunca, ni cuando me ofendan directamente. Que yo sepa comprender a la gente sabiendo que el que ofende es el primero que se hace daño.
Me acordaba de un par de anécdotas en la vida de san Josemaría cuando alguien lo quiso agredir. En una ocasión se subió al transporte público y ahí había un rabajador de la construcción lleno de cal. San Josemaría iba vestido de negro, con su sotana muy limpia y este hombre se acercó a él con mala intención, como para mancharlo.
San Josemaría se percató y en vez de hacerse para atrás, y decirle “no me toques”, se acercó a él y le dio un abrazo; como dándole a entender que, aunque él no lo quisiera, san Josemaría sí lo quería a él y lo consideraba hijo de Dios. Y con ese abrazo le manifiesta ese cariño.
Después de la guerra se subió a un taxi san Josemaría y el taxista después de dialogar un poco con él le preguntó: -Oiga, ¿usted estaba aquí cuando empezó la guerra, cuando estaban matando sacerdotes, monjas y religiosos?
San Josemaría dijo: Si, estaba aquí en Madrid. Pues qué pena que no lo mataron. Josemaría hizo caso omiso de ese comentario y al final le dio una buena propina al hombre y le dijo: -Cómprales unos dulces a tus hijos.
Así le manifiesta que lo perdonaba, pues porque lo quería, que no había necesidad de perdonarlo, porque había ese amor en su corazón.
Te pedimos, Jesús, que nos ayudes a tener el corazón lleno de amor, para no sentirnos agraviados, aunque nos agravien, no sentirnos ofendidos, sino comprender y querer a todas las personas. Así como han hecho tantos santos a lo largo de la historia.
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