En el libro titulado ‘Imitación de Cristo’, del famoso Kempis, dice que «sólo el hombre desnudo es capaz de seguir a Cristo desnudo».
Pues esta consideración nos sirve como telón de fondo para la escena que contemplamos hoy.
EL JOVEN RICO
Un joven de posición acomodada, y de esos que podríamos decir que era ‘buena gente’, se acerca a Jesús.
Ha visto a sus discípulos y él siente dentro el fuego de amar, de entregarse, de seguir más de cerca a ese Maestro que tiene palabras que trascienden, que llegan a lo profundo del corazón y catapultan hasta el Cielo.
Es más, el joven se está planteando la posibilidad de permanecer con Jesús siempre, incluso más allá de la muerte.
Seguramente tú también te has interrogado muchas veces así, o le has manifestado tu inquietud al Señor:
«Maestro ¿qué debo hacer para conseguir la vida eterna?».
Este es el cogollo, el meollo, el core, el quid de la vida: ¿Qué tengo que hacer para ser feliz en esta Tierra y por toda la Eternidad?
Y Jesús, de un modo sencillo, le contesta:
«Ya conoces los mandamientos».
Cristo nos invita a seguir la vía que el Padre Dios ha marcado para vivir con el corazón libre, desprendido, lleno de obras buenas y vacío de vicios que te impidan amar.
Y aquel joven le confiesa al Maestro, con sinceridad:
«Todo eso lo he guardado desde mi adolescencia».
San Marcos recoge en su narración un detalle hermoso. Dice que Jesús,
«fijó en él su mirada y quedó prendado de él».
O sea, antes de proponerle sumarse a su compañía derrocha sobre él ternura, con un gesto personal que les deja cara a cara a ellos dos solos.
Y, entonces, solo entonces, le sugiere:
«Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme»
(Mc 10,17-21).
SÍGUEME
Jesús no obliga, ni impone su amistad a nadie. Enseña el camino y te invita a recorrerlo. Sabe que nuestro corazón se apega a los bienes materiales. Por eso necesita que estemos desprendidos: sólo si sentimos el vacío del corazón, entonces Él podrá llenarlo.
Pero, además, no usa su poder de Dios para exigir que correspondamos a su amor. No le dice al joven rico: «Mira, yo que soy Jesucristo, el Hijo del Dios eterno, te ordeno que…». Al contrario, le regala un gesto de cariño y una invitación.
Es como si le propusiera: —Si estás dispuesto a cederme tu libertad, si voluntariamente quieres rendirte a mi amor, si te atreves a poner en mí toda tu confianza, entonces,
«sígueme».
Antes de llamarte, te mira con ternura… Antes de concretarte la misión, espera la respuesta de tu libertad.
Imagínate ahora que eres tú ese joven que se acerca a Jesucristo. Muchas veces le has visto pasar por los caminos de la vida. Conoces a algunos de sus discípulos y te atrae su figura, la franqueza de su sonrisa.
También tú quieres ser de sus allegados. Acércate a su corazón sin miedo y, mientras te mira con cariño, pregúntate:
¿Cuáles son esas riquezas que quieres que venda y entregue a los pobres para seguirte? ¿Estoy dispuesto a hacer la pregunta con honestidad o es una pregunta retórica para quedarme tranquilo?
El Evangelio termina diciendo que ese joven rico no quiso vender nada, porque tenía muchas riquezas, y se fue triste. En tu caso y en el mío, no necesariamente tienen por qué ser haciendas, ganados, monedas de oro.
A lo mejor a ti, el Señor te ha bendecido con una casa buena, con agua potable y aire acondicionado, con un carro bonito, con una posición social acomodada.
Y lo más probable es que no te esté pidiendo que regales todo eso y te vayas a una casucha por ahí….
DESPRENDIMIENTO DESDE EL CORAZÓN
La primera Bienaventuranza que predicó dice:
«Bienaventurados los pobres de espíritu»
(Mt 5,3).
Todos estamos llamados a vivir esa pobreza interior, un desprendimiento desde el corazón: de la vida, del carácter, de los bienes con los que hemos sido bendecidos.
Podemos aprovechar para preguntarnos delante de Él: —Dios mío, ¿Cuáles son mis bienes? ¿Cuáles son mis riquezas? ¿Qué cosas me atan? ¿Quién soy yo sin todo lo que me rodea? ¿Quién soy yo, desnudo ante ti?.
Dios quiere que vayamos al desierto espiritual, porque probablemente la idolatría sea el pecado que más nos ate; los ídolos, los dioses que nosotros nos forjamos, nos impiden encontrarnos con el Dios verdadero.
Y no somos demasiado originales en esto. Dios ya tiene experiencia de lo débil y desagradecida que es a veces el alma humana.
Por eso, la primera pregunta que puedes plantearte ahora es: ¿Quién es Dios para mí? ¿También yo he hecho de Dios un becerro de oro, alguien a quien tengo derecho a manipular, a decirle cómo se tiene que comportar? (…)
A lo mejor confiesas que crees en Él pero ¿y si no hace lo que quieres? ¿Te parece, entonces, que es menos Dios, o que te ha decepcionado y caes en la desesperanza?
Decía san Juan de la Cruz:
«Qué más da que un pajarillo esté atado con una cadena de hierro, que con un hilo de seda, si el pájaro al final no puede volar porque está atado».
¿Qué es lo que te ata? ¿Qué te angustia? Y supongo que dirás: no querría perder a un ser querido, ni dejar de tener una estabilidad económica para sacar adelante a mi familia, detesto la soledad, la enfermedad, la muerte, el desamor…
Si vas pensando en las situaciones concretas que te aterrorizan, en contraposición, descubrirás qué es lo que más valoras, o lo que más deseas y a lo que das más importancia en la vida.
DIFICULTADES Y OBSTÁCULOS
Entonces, puedes hacer esta reflexión serena:
“Dios mío, las cosas que Tú has creado me sirven para acercarme a Ti; hay algunos dones que Tú me regalaste durante un tiempo y después me privaste de ellos: quizás habrían podido ser un obstáculo en mi camino hacia Ti, me habrían dificultado el estar siempre completamente Contigo.
Confío plenamente en Ti. Sé que Tú conoces el sentido último de todo lo que sucede”.
Yo pienso que esa es la pobreza radical, la del que se sabe en deuda absoluta con Dios y espera en Él, en su sabio juicio, en su amorosa providencia.
Qué maravilla si terminas este rato de oración habiendo hecho un diagnóstico de cuáles son esos ídolos a los que has servido y que te han decepcionado…
Sería un inmenso avance en tu vida que descubrieras por qué has rechazado al Dios verdadero.
Lo que Dios te está preguntando es: “¿Me dejas meterme en tu vida? ¿Me dejas que yo sea tu Dios? ¿O me vas a poner condiciones? O, ¿me vas a pedir explicaciones de cómo tuvo que ser tu historia, cómo es o cómo tendrá que ser?
¿Sigues queriendo actuar tú como protagonista único en la aventura de tu vida? O, ¿me dejas que yo sea Dios?”.
Pregúntate sinceramente: ¿Me interesa ser de Dios? ¿Me interesa ser cristiano, no de los que cumplen con la Misa del domingo, sino de los que ansían que Dios se meta al cien por cien en su vida? ¿O me da miedo?…
Porque a lo mejor tengo que reconocer que sí, que me da miedo que realmente Dios me diga, como le pidió al joven rico:
«Anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres […]. Luego, ven y sígueme»
(Mc 10,21).
QUERERLO, RENUNCIAR Y CONFIAR
Yo creo que tú y yo muchas veces, en el fondo, pensamos: —Casi mejor que me quede como estoy. Eso de rezar y cantar me viene muy bien. Pero eso sí: que Dios se meta en mi vida y me pida más, eso ya es otra historia; eso para los curas y las monjas, que se dedican al oficio. ¿Es que me puede pedir más?.
Pues yo te diría que sí: porque Dios cuando te pide más es para darte más. Quiere hoy entrar en tu vida, para preguntarte: “¿Me dejas que te diga todo lo que te quiero, todo lo que me importas, el cariño con el que miro cada uno de tus pasos, cómo intento poner en tu corazón esperanza y aliento?…
¿Me dejas explicarte lo que supuso para mí hacerme niño, dejarme clavar en una cruz, ser cadáver por ti y resucitar por ti? ¿Me dejas que te diga hasta qué punto volvería a hacerlo por mostrarte mi amor?…
Que no te incomode conocer la verdad: que me importas muchísimo, que te sigo queriendo como el primer día que naciste. Desde antes de que fueras concebido, que yo ya te amaba y pensaba en ti. Eres mi ilusión”.
Se nos ha pasado el tiempo… Pero ahora que la Cuaresma está a la vuelta de la esquina: aprovecha este encuentro para dejarte querer por Dios, para confiar en Él y renunciar a todo lo que estorbe, para hacer como hizo María, mujer sacrificada, entregada, enamorada de Dios.
Deja una respuesta