Hoy jueves, después del miércoles de ceniza nos reunimos contigo, Señor, para hacer un rato de conversación. Vamos a hacerlo, como es habitual, con el evangelio que hoy nos propone la Iglesia en todo el mundo.
Dice así:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” (Lc 9, 22).
Bueno, vaya panorama, Señor, con el que tú les adelantas a los que te estaban escuchando, que lo ibas a pasar mal y que ibas a ser ejecutado, condenado a muerte y finalmente muerto, ¿no?
Llamativo este mensaje, no sé… Ponernos en los zapatos de los que te escuchaban en ese momento, Señor, nos es un poco difícil. Porque a nadie nos gusta oír a una persona que queremos, que habla de su partida.
Dice el Evangelio todavía más:
“Y les decía a todos: – Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. Porque, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde o se arruina a sí mismo?
(Lc 9, 23).
Esta parte que están práctica, también nos cuesta un poco entender. Señor, porque si tu pregunta: ¿si alguno quiere venir en pos de mí? O sea, todos los que nos conectamos para hacer un rato de oración, para tener una entrevista contigo, Señor, por supuesto te queremos seguir.
Resulta que nos dices que, para seguirte que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga… Aquí es donde nos cuesta, a veces, entenderte.
CUARESMA
Yo lo que había pensado era que nosotros veamos de hacer un poquito el esfuerzo ahora, en este rato de conversación contigo, Señor, de por qué anunciaste, pero después viviste ese camino a la cruz. ¿Y por qué anunciaste y esperas que lo vivamos nuestro personal camino a la cruz?
Eso me parece que va a entenderse un poquito en la medida en que nosotros entendamos lo que quiere ser la Cuaresma. Este periodo de preparación para la Semana Santa, que toda la Iglesia vive desde el miércoles de ceniza.
Es eso: un periodo de preparación y que tiene un punto final, que no es tu Pasión, Muerte, Señor, sino tu Resurrección.
Nosotros tenemos la esperanza de participar de tu gloriosa resurrección. Esto es lo que nos mueve a todos los que estamos aquí reunidos. Y esto solo se puede en la medida en que nosotros atravesamos ese camino, que a Ti te llevó a tu resurrección.
Ese camino, precisamente, se quiere representar por tu paso por el desierto, ¿no? Es eso, la Cuaresma es una intensificación de nuestra vida cristiana, como pisar el acelerador.
¿En qué? En lo que a mí me puede facilitar que Tú, Señor, me ayudes a ser mejor. Lo que tradicionalmente se ha llamado la conversión. Esto lo aplicamos a la persona que pasa de una religión distinta a la religión católica, decimos es un converso, se ha convertido al catolicismo.
Pero nosotros entendemos que no sólo es la conversión ese primer paso para recibir el bautismo. Sino es una tarea de toda nuestra vida, cada día me puedo convertir en alguien más parecido a Ti, Señor, en la medida en que te dejo actuar dentro de mí.
La Cuaresma lo que nos propone es que, en ese proceso recordemos que requiere que nosotros renunciemos a las cosas que son superficiales o que son malas, que nos retienen un poco, que nos frenan, para que nosotros podamos dirigirnos hacia Ti, Señor.
EL SEÑOR NOS ESPERA
Una muy buena pregunta al comienzo de la Cuaresma es, ¿a qué debo renunciar? ¿Dónde me espera el Señor?
La respuesta precisamente nos las das Tú, Señor, en la Biblia relatándonos cómo Tú has liberado de la esclavitud al pueblo que habías elegido, para conducirlo a la tierra prometida. Es a través de ese desierto.
No fue dándoles una vida cómoda y sin problemas, resolviéndoles todos los problemas, sino que es a través del desierto. Para que pasaran por la experiencia de la necesidad, de la pobreza, de la privación, de la renuncia, de la soledad, del silencio, de la lucha contra el propio pueblo que quería que todo eso se acabara.
Ha sido sobreponiéndose a aquello que te he encontrado, Señor. Vamos a recordar esto, o sea, el Señor es más fácil de percibir en el espacio donde cabe alguien importante: diríamos en la privación. Si está todo lleno, no puedo meter más en el cajón, pues tampoco en el corazón. Privación.
¿De que me puedo yo privar para que tu Señor tengas más facilidad para comunicarte conmigo? El silencio es requisito también para poderte escuchar, Señor.
Si está todo el día con ruido mi cabeza, pues, evidentemente no voy a poder percibirte.
Y finalmente, la pobreza, es decir, dónde hay carencia. No significa que no tengamos bienes, significa que nuestro corazón no se llene de cosas. Uno puede estar atento a Dios en la medida en que tiene estas tres como patas: pobreza, privación, silencio.
Ahí se descubre la necesidad que uno tiene de Ti, Señor. Vamos a pedirle a Nuestra Madre en la Virgen Santísima que nos ayude a buscar estos espacios, estas circunstancias que nos permiten comunicarnos contigo, Jesús.
Deja una respuesta