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LA VOCACIÓN DE LOS HIJOS

«Ciento por uno» en esta vida y luego la felicidad eterna. Es la promesa que Jesús hace a quien supo dejarlo todo y seguirlo entregándole todo el corazón.

«Ciento por uno»: es la respuesta de Jesús a tantos que recibieron el don del celibato apostólico, cuando le preguntaron: ¿qué será de nosotros?

Hoy vuelve a aparecer, narrada en esta ocasión por san Lucas, en el evangelio la llamada a san Mateo, al publicano, al recaudador de impuestos, aquel llamado Leví. Dice:

«En aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: “Sígueme”. Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió»

(Lc 5, 27-28).

Me gustaría quedarme aquí para meditar contigo Jesús en la llamada que nos haces a los que nos pides el corazón por completo, como lo hiciste con Mateo, como lo hiciste con Juan, como lo hiciste con muchos de tus apóstoles y como lo has hecho con muchísimas personas a lo largo de estos siglos.

Hace algunos días Pedro te preguntaba qué sería de ellos que habían dejado todo.

«¿Qué será de nosotros?»

«Ciento por uno»

(Mt 19, 27-29).

Fue tu respuesta. Es muy luminosa la respuesta de Jesús a Pedro, porque precisamente Pedro le dice: Señor, nosotros hemos dejado… y empieza a hacer como una lista de personas con las que se tienen relaciones afectivas muy intensas.

«Hemos dejado padre, madre, hermanos, hermanas, esposa»

-o esposo, en el caso de las mujeres o hijos- y Tú, Señor, que sabes que las relaciones afectivas no es que sean muy importantes, sino que son la esencia de la vida porque estamos hechos para el amor y no un amor de aire, sino de carne y hueso.

EL CIENTO POR UNO

Tú Jesús que sabes que las relaciones afectivas son muy importantes para un corazón pleno, respondes a Pedro y no respondes a todos a los que nos has pedido el corazón por completo, esta respuesta tan comprensiva y esperanzadora:

«Recibirán el ciento por uno»

precisamente en esos afectos: padre, madre, hermanos, hermanas, esposa… o sea, el Señor quiere decirnos, Tú, Señor, quiere decirnos que vas a colmar ampliamente el espacio de las relaciones afectivas del corazón que se te entregan. Que Tú nos pides todo, pero das mucho más, das el ciento por uno y no en cosas, sino en afectos.

Porque al final las cosas no llenan, lo que llena el corazón son las personas y eres Tú, Señor.

la vocación

De manera que Tú cuando nos llamas a esa vocación, a dejarlo todo por amor a Ti, eso implica una renuncia a muchas relaciones, que para nosotros son, no muy importantes sino la esencia de la vida. Es muy padre comprobar y tocar con las manos, que es una realidad que el Señor nos devuelve esos afectos, esas relaciones afectivas de padre, de madre, de hermanos, de esposa, de hijos, no de un modo espiritualista y angelical, así como: “Ay, es que estás casada con Jesús”, no, porque no estás casada con Jesús, eres hija de Dios y soy hijo de Dios.

Soy “el” hijo y eso es la plenitud del amor. No puede haber más grande amor que el ser hijo, no esposo o esposa. En ese sentido esa es una realidad. Lo de ser esposo y esposa es bonito, pero es una analogía; es decir, algo en parte real, pero en parte diferente.

HIJOS EN JESUCRISTO

Fundamentalmente somos hijos en Jesucristo y como hijos vivimos dentro de ese triángulo amoroso.

Dice: “Oye, es que tú no te casaste; tú no te vas a casar”. Pero yo tengo unos padres que sí están casados y fruto de ese amor soy yo. Yo soy el producto terminado del amor y los que recibimos esa vocación somos eso en lo humano y por eso vivimos con esa libertad que nos da Dios. Es un don, es una llamada a renunciar al matrimonio para tener las manos libres y el corazón libre para amar a todos, para tener esos vínculos afectivos muy profundos, evidentemente ordenados.

Y para eso es necesario tener el corazón siempre en Dios.

Para vivir el celibato con esta perspectiva hay que vivir de fe, pero con ese convencimiento de que lo divino transforma lo humano y, a la vez, lo humano (la afectividad) se dispone para ser planificada por el don de Dios.

Qué importante es para una persona célibe la madurez afectiva, para que se haga realidad esa dimensión del “ciento por uno” prometido por Cristo, para que se valore y para que sea parte de nuestro camino vocacional.

Porque no son vínculos afectivos que se buscan como al margen de la vocación porque vivimos desprendidos de todos, pero queriendo a todos con el corazón de Jesucristo, siempre luchando por pasar por el corazón de Cristo todas nuestras relaciones humanas. Purificarlas a través del corazón del Señor y no quedarnos con nada, ninguna compensación afectiva.

DON DE DIOS

Y esa libertad, insisto, es un don de Dios, es una maravilla. Por eso yo te invito a que valores, tú como papá, como mamá de un hijo o una hija que podría recibir esa vocación, como la recibió, en el evangelio de hoy, aquel muchacho Leví, Mateo; como la recibió Juan y como la recibieron tantos hombres y mujeres a lo largo de tantos siglos.

A superar ese primer plano que te puede venir a la mente, como de lo que se supone de renuncia.

la vocación

Yo me acuerdo de que le preguntaba a mi mamá que qué le costaba más, que sus hijos se casaran o que le entregáramos a Dios el corazón por completo. Me dice: “Pues sí, me cuesta más los que renuncian al matrimonio”. Le digo: “¿Por qué?” Me dice: “Pues porque yo no lo he vivido y el matrimonio mal que bien lo he vivido y sé lo que significa, sé lo que implica”.

Porque al final, cualquier vocación al celibato o el matrimonio, siempre es necesario el sacrificio, la renuncia y sin embargo no nos quedemos, papás, mamás con lo que implica de renuncia cuando Jesús llama a una persona a entregarle su corazón por completo.

Sí, no es un camino fácil. Jesús lo dijo:

«En el mundo tendréis sufrimientos y si me han perseguido a Mí, también a ustedes los perseguirán»

(Jn 15, 18-20).

EL CÉLIBE SE PIERDE EN DIOS

O sea, no es una propuesta de una vida fácil, para nada ni para nadie. Es fácil porque el Señor nos llama por ese camino. Es lo que le queremos pedir al Señor, ya para terminar nuestra meditación,

Que, efectivamente, Jesús cuando llama a alguien por el camino del celibato, uno pierde ciertamente muchas cosas de lo que el mundo llama vida; sin embargo, quien pierde así su vida no la pierde en el vacío, sino la pierde en Dios.

«El que quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por Mí, la encontrará»

(Mt 16, 25).

El célibe se pierde en Dios y así empieza a encontrarse de una manera plena y muy profunda hasta llegar a decir como decía san Juan:

«En esto consiste el amor de Dios, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero»

(1Jn 4, 10).

Pues Madre nuestra, tú que experimentaste este amor primero, este amor profundo, protege, ayuda y acompaña a todos esos padres y madres de familia en el acompañamiento de sus hijos para que tengan esa claridad, ese discernimiento y esa determinación firme y alegre de que es una vocación bellísima, si es que Tú les puedes pedir eso, la entrega de un hijo.


Citas Utilizadas

Is 58, 9-14

Sal 85

Lc 5, 27-32

Reflexiones

Madre nuestra, tú que experimentaste este amor primero, este amor profundo, protege, ayuda y acompaña a todos esos padres y madres de familia en el acompañamiento de sus hijos para que tengan esa claridad, ese discernimiento y esa determinación firme y alegre de que es una vocación bellísima.

Predicado por:

P. Josemaría

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