Este 28 de marzo conmemoramos el centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría Escrivá, un acontecimiento que marcó profundamente su vida y su ministerio, y que sigue iluminando el camino de miles de sacerdotes en todo el mundo. Me siento hijo de esta forma de ser cura en medio del mundo
San Josemaría nos legó una espiritualidad centrada en la santificación de la vida ordinaria, donde la Santa Misa ocupa un lugar central. En este artículo, exploraremos cómo sus enseñanzas iluminan la identidad y misión del sacerdote, invitándolo a vivir la Eucaristía no como un rito más, sino como el corazón palpitante de su existencia y el manantial de su fecundidad apostólica.
El Sacerdote, «Cristo Presente» a través de la Eucaristía
Al celebrar la Eucaristía, el sacerdote presta su voz, sus manos, su propio ser a Cristo, para hacer presente su sacrificio redentor. Esta realidad debe llenarnos de alegría y responsabilidad, impulsándonos a una continua conversión para ser mejores instrumentos de la gracia divina.
San Josemaría escribe que la Eucaristía anuda en sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida (Conversaciones n. 59).
El sacerdote presta su voz al Señor, de modo inefable al pronunciar las palabras de la consagración, que permiten que la fuerza de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo obren el prodigio de la transubstanciación. La eficacia de esas palabras no proviene del sacerdote, sino de Dios.
Por sí mismo, el sacerdote no podría decir eficazmente «esto es mi cuerpo», «éste es el cáliz de mi sangre»: no se obraría la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Esto, que sucede de modo extraordinario durante la celebración eucarística, en el momento más sublime de la vida del sacerdote, puede extenderse análogamente a toda su vida y su ministerio.
La Misa, Centro y Raíz de la Vida Sacerdotal
Para san Josemaría, la Misa no era un acto aislado, sino el centro y la raíz de toda la vida cristiana, y de modo particular, de la vida sacerdotal. De la Misa brota la fuerza para la entrega diaria, la luz para iluminar las conciencias, el consuelo para las dificultades del ministerio.
En la Misa, el sacerdote se une a la «corriente trinitaria de amor» y se deja transformar por ella, para luego llevar ese amor al mundo.
- Centro de la Jornada: vivir la Misa como el momento culminante del día, el punto de encuentro con el Amor de los amores. Todo lo demás – el trabajo, las relaciones, el descanso – encuentra su sentido y su fuerza en la Eucaristía.
- Raíz de la Vida Interior: La Misa alimenta la vida interior del sacerdote, fortaleciendo su unión con Cristo y su identificación con Él. Es en la Misa donde el sacerdote renueva su «sí» al Señor, donde se deja purificar y transformar por la gracia divina.
- Fuente de Fecundidad Apostólica: La Misa es la principal fuente de fecundidad apostólica del sacerdote. Es en la Eucaristía donde Cristo se entrega por la salvación del mundo, y el sacerdote, unido a Cristo en el sacrificio, se convierte en instrumento de esa salvación.
Así lo testimonia Mons. Álvaro del Portillo:
“Durante cuarenta años, día tras día, he sido testigo de su empeño por transformar cada jornada en un holocausto, en una prolongación del Sacrificio del Altar. La Santa Misa era el centro de su heroica dedicación al trabajo y la raíz que vivificaba su lucha interior, su vida de oración y de penitencia. Gracias a esa unión con el Sacrificio de Cristo, su actividad pastoral adquirió un valor santificador impresionante: verdaderamente, en cada una de sus jornadas, todo era un auténtico camino de oración, de intimidad con Dios, de identificación con Cristo en su entrega total para la salvación del mundo”.
En Hablar con Jesús, preparamos una pequeña serie con varios consejos para vivir mejor la Santa Misa, te lo dejamos aquí: (https://www.hablarconjesus.com/comunion-con-el-santa-misa/)
Nuestra Misa Jesús
Quienes tuvieron la gracia de presenciar a san Josemaría celebrar la Santa Misa, nos cuentan que, en apariencia, no había en él gestos llamativos ni aspavientos teatrales. Sin embargo, era imposible no quedar hondamente conmovido por la devoción que emanaba de su ser entero.
Su piedad, lejos de ser un mero formalismo, se nutría de la riqueza inagotable de los textos litúrgicos y se traducía en una miríada de gestos sencillos, pero cargados de significado, tal como la misma liturgia eucarística nos invita a hacer: besos reverentes al altar, ese símbolo tan elocuente de Cristo mismo, inclinaciones profundas de la cabeza, genuflexiones pausadas y adorantes ante el Santísimo Sacramento.
San Josemaría no solo decía la Misa, la vivía profundamente. Nos enseñó a experimentarla como un encuentro personal e íntimo con Cristo, nuestro Amor, y con toda la Iglesia, nuestra gran familia espiritual.
«Vivir la Santa Misa», nos recordaba con insistencia, «es permanecer en oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es éste un encuentro personal con Dios: adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los cristianos«.
En lo personal, confieso que san Josemaría me impulsa a vivir cada Misa con la intensidad de quien se encuentra con el Amor de su vida, y me desafía a transmitir esa misma pasión a las almas que Dios me confía. Aunque siempre hay que seguir luchando para mejorar, su ejemplo me inspira a abrazar con alegría la herencia espiritual que nos ha legado, a ser «sacerdote cien por cien», entregado totalmente a Cristo y a su Iglesia, y a hacer de la Misa el centro y la raíz de mi vida y de mi ministerio.
Recién e ingresado a estas páginas. Me ayudan es mis limitaciones de los 89 años
Excelente artículo y muy bueno para ayudarnos a amar cada día más nuestro ministerio sacerdotal. Un abrazo!
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