Nos acercamos a la Semana Santa y se aproxima ya a nuestra redención. Una vez más vamos a procurar acompañar a Cristo, en aquellas horas en las que nos demuestra lo mucho que nos ama.
Nos acercamos a la hora del amor. Yo a veces me imagino la emoción que sentirán aquellos que se han convertido recientemente a nuestra fe, y que vivirán su primera Semana Santa.
Pero para la inmensa mayoría de nosotros, va a ser una semana más. Será una ocasión de renovar ese deseo de no dejar solo al Señor en su Ascensión al Calvario. Vamos a comenzar este rato de oración pidiéndole a Dios, que nos permita vivir aquellas escenas de su Pasión como un personaje más.
NO DEJA DE SORPRENDERNOS
Eso es lo que nos recomendaba san Josemaría, dejándonos sorprender por los sucesos como si fuese la primera vez.
Pero bueno, aun así, el Evangelio de hoy no deja de ser sorprendente, porque ya sabemos que es lo que va a suceder en Jerusalén.
Vamos a hacer el ejercicio de revivir aquellas horas como si nos agarrara de sorpresa, como si no supiésemos lo que va a suceder.
Pero la verdad es que sí lo sabemos. Las palabras que el Señor dirigió en la última cena a sus discípulos los dejaron desconcertados, pero porque lo están escuchando por primera vez.
En cambio, a ti y a mí, esas palabras tienen resonancia profética, porque ya sabemos lo que va a pasar. Ya sabemos a qué se refiere exactamente Jesús.
Ya sabemos cómo se va a cumplir, eso que dice hoy en el círculo más íntimo de sus amigos.
Cuenta el evangelista:
“Jesús se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar.» Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía, y entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?» Le contestó Jesús: «Es aquel a quien yo le dé ese trozo de pan untado.» Y untando el pan se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Y detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto.» Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían, que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Y Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.”
(Jn 12, 21-30)
MIRA CON AMOR A JUDAS
A nosotros estas palabras nos conmueven, pero no nos desconciertan. Al menos no tanto como a los discípulos, porque de nuevo ya sabemos qué es lo que va a venir.
Pero sí que nos asombra, que Jesús, sabiéndolo todo, aun así, mira con amor a Judas, el amigo, en este momento se convierte en enemigo por libre decisión. El perro muerde la mano del amo que le da de comer.
En esta última cena están invitados solamente el círculo más cercano a Jesús, unos pocos privilegiados y aun así, entre ellos, entre los más queridos, está el traidor. Claro, cuando leemos este Evangelio es difícil no sentirnos interpelados, porque la sabiduría popular recomienda escarmentar en cabeza ajena.
Pero en este caso no hace falta, porque todos nuestros pecados, nuestras miserias, nuestras indiferencias, nos recuerdan las muchas veces que también nosotros, hemos sido un Judas traidor, que hemos traicionado esa confianza de Jesús.
Aquí en este Evangelio, también nos asombra porque Jesús ya lo sabía, ya sabía lo que iba a hacer Judas y aun así decide continuar dándole su confianza.
Y obviamente, aquí no falta escarmentar tampoco en cabeza ajena, porque hemos sentido tantas veces que Jesús sigue confiando en nosotros, incluso sabiendo cómo somos.
Y las veces que vamos a seguirle traicionando, cuántas veces hemos sido nosotros, otros Judas, la tradición.
NO NOS DEJA DE AMAR
Nuestras tradiciones, nos recuerdan que somos frágiles, que tenemos una capacidad asombrosa para el mal, pero también nos invita a mirar a Jesús, quien, a pesar de la tradición, no deja de amar.
¡Esto sí que es asombroso! Nos admiramos de que el Señor lo sabía todo, pero pudiendo delatar al traidor delante de todos. Decide manifestarle aún más su confianza.
El gesto del trozo del pan manifiesta eso precisamente una gran intimidad. ¿No sé si te acuerdas? Pero uno de los mandamientos de la Iglesia es: – Confesar los pecados graves, al menos una vez al año.
Y la Cuaresma suele ser una ocasión de oro para vivir esto.
Acaso no es la confesión una asombrosa oportunidad que nos extiende Dios, a pesar de saber que somos débiles, de que tenemos una facilidad asombrosa también para tropezarnos.
Bueno, le pedimos al Señor ahora, que no abusemos de esa confianza que Dios nos da.
Que aceptemos esta oportunidad de la Cuaresma y de cada confesión en general, en la que nos manifiesta su misericordia. Porque no sabemos si va a ser la última oportunidad que tendremos.
PROPÓSITO DE ENMIENDA
Cuenta la Beata Ana Catalina Emmerick en sus visiones de la última cena, que ella vio un pequeño monstruo en los pies de Judas, que a veces le subía hasta el corazón.
Tal vez por eso no quiso aceptar el amor de Jesús, la última oportunidad que le dio, antes de ejecutar lo que tenía que hacer.
Nosotros, en cambio, que hagamos un excelente, un muy buen examen de conciencia, acompañado de un verdadero dolor por nuestros pecados.
De un sincero propósito de enmienda, en ese momento de recibir el perdón de Dios, a través del sacerdote en la confesión.
Y hablando de propósito de enmienda. En el Evangelio de hoy, hay otra lección que podemos también aprender, al escuchar a Jesús hablando de una tradición, Pedro, que siempre así impulsivo, se siente incapaz de hacer algo semejante.
Nuevamente tú y yo sabemos lo que se viene y Jesús lo sabía también. Por eso le dice: -Antes que el gallo cante, me negarás 3 veces.
Bueno, lo que no podemos negar nosotros, es que Pedro está movido por su inmenso amor al maestro, y por eso dice lo que dice.
También sabemos que ese amor es ahora imperfecto, que se va a perfeccionar a través de la gracia que va a recibir con la efusión del Espíritu Santo, en Pentecostés. Y así, Pedro, como nosotros, se cree fuerte, se cree capaz de cualquier cosa e incapaz de las peores atrocidades.
CON LA AYUDA DE “LA GRACIA”
Pero la fe no es solo entusiasmo, es también la humildad para reconocer que somos débiles que, si nos soltamos de la mano del Señor, nos caemos muy fácilmente.
Reza el dicho popular: “que el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones”, como para decir; que las intenciones no bastan. ¡Hay que concretar!
Hay que contar, sobre todo con “la gracia”, para poder continuar en el camino del Señor.
Ojalá que esta Semana Santa, nos ayude a nosotros a reconocer cuáles son esos gallos, que cuando cantan, nos dejan totalmente al descubierto.
Esos momentos en los que negamos a Jesús con nuestras acciones, con nuestra indiferencia.
Ojalá que esta Semana Santa sea una oportunidad para amar más, para perdonar más, para tener más paciencia, porque Dios la ha tenido de un modo inmenso con nosotros.
¡Que seamos, con la ayuda de la gracia, cada vez más como Jesús!
Al acercarse la Semana Santa, también se hace urgente, recordar que Jesús nos ama a pesar de nuestras traiciones y de nuestras negaciones.
Ojalá que su amor nos transforme, que nos haga más compasivos, más serviciales, más pacientes, porque Dios lo sigue siendo con cada uno de nosotros.
UNA ENORME DEUDA CON JESÚS
Este año vamos a contemplar una vez más, a Jesús subiendo con su Cruz, a pesar de saber, cómo íbamos a responder cada uno de nosotros, hasta el final de los tiempos.
Solo con la oración, solo con la penitencia, con la frecuencia de los sacramentos, nuestro pobre corazón, se va a ir ablandando ante tanto amor de Dios.
No queremos que el sacrificio de Cristo sea en vano. Nos vamos a sentir en una enorme deuda con Jesús; que podremos saldar en comodísimas cuotas a lo largo de nuestra vida, si tenemos un corazón generoso.
Siempre y cuando, nos decidamos a pagar con amor, a un Dios que nos amó primero y que nos amó hasta el extremo.
Se acerca la Semana Santa, se acerca la hora del amor, porque allí se hace patente, ¡Cuánto nos ama Dios, hasta el extremo, hasta la última gota!
Te pedimos, Señor, llegar con las mejores disposiciones para conmovernos ante tu Cruz, para no pasar distraídamente. Para no dejarnos llevar por la presión social, para no dejarnos llevar por el egoísmo.
Y así prometerte nuestra renuncia absoluta al mal. Ya no más traiciones, ¡Señor, ya no más!
Deja una respuesta