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EL DULCE CRISTO EN LA TIERRA

Hoy, en un mundo donde las “murmuraciones” suelen ser chismes destructivos, Catalina nos invita a una murmuración santa: hablar con franqueza, con amor, para edificar la Iglesia. Que su ejemplo nos inspire a amar al Papa, a orar por él y a trabajar por la unidad de la Iglesia, sabiendo que, como ella, somos instrumentos en las manos de Dios.

RENACER DE LO ALTO

Hoy nos encontramos con el texto de San Juan en la liturgia del día de hoy. Y leemos que

«Jesús dijo a Nicodemo: —Ustedes tienen que renacer de lo alto». 

Y luego le explica algo más profundo:

«El viento sopla donde quiere, tú oyes su voz pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo lo que ha nacido del espíritu, o sea que no sabemos de dónde viene ni a dónde va».

Y me parece que es suficiente para empezar también esta meditación, hablando Contigo Señor, de una santa que es especialmente llamativa, Santa Catalina de Siena, la contemplativa que, por así decir, mandaba a Papas y reyes.

 Tuvo una vida realmente sobrenatural que tocó, pese a que era una mujer de poca importancia, por así decir, la vida de los más importantes de su tiempo. porque así lo hace Dios.

Y ahora que estamos en este tiempo de espera para la elección del Papa, ya sabemos que será el cónclave desde el 7 de mayo, pero ¿qué cosas nos puede decir esta santa?…

CATALINA DE SIENA

Y estaba haciendo memoria cuando hace, no sé, debe ser ya unos 20 años, entré por primera vez a la basílica de Santa María Sopra Minerva en Roma, vivía allá en esa ciudad.

Recuerdo que el bullicio de la plaza que estaba antes, que se llama Piazza della Minerva, se desvaneció al cruzar el umbral, porque esa basílica, que es una basílica muy larga, alargadísima, guarda debajo del altar mayor, reposan los restos de Santa Catalina de Siena.

Y recuerdo que el eco de los pasos, el arte gótico, la cantidad de obras de arte que hay ahí, sobre todo llaman la atención la presencia de esta mujer, que parecía casi como susurrar desde el siglo XIV, que estaba ahí por amor al Papa.

No era sólo una tumba, era el testimonio de una vida que, contra todo pronóstico, cambió la historia de la iglesia. 

San Josemaría, que la admiraba profundamente, la llamaba la gran murmuradora, porque no era un apodo cualquiera.

Catalina sabía decir la verdad, pero decirla siempre con un amor ardiente por Cristo y por su iglesia, especialmente por el papa, al que le llamaba “il dolce Cristo in terra”, el dulce Cristo en la Tierra.

Y señor, nosotros queremos tener este mismo amor por el romano pontífice, sea el que sea, que también sea para nosotros el dulce Cristo en la Tierra, tu representante aquí, Señor. 

EN UNA ÉPOCA DIFÍCIL

Pero veamos un poco de la vida de Santa Catalina y el tiempo que le tocó vivir. Catalina nació en 1347 en Siena, dentro de una Italia que todavía no era un estado, que era un montón de reinos que estaban fracturados por guerras, pestes y divisiones políticas.

Ella fue la vigésimo cuarta hija de una familia de tintoreros, una mujer sin educación formal, en un mundo dominado por los hombres. 

Recordemos que en esa época la peste negra había diezmado Europa y la iglesia, lejos de ser un faro de estabilidad, estaba también sumida en una crisis profunda. 

El papa Clemente V había trasladado la Sede Papal a Avignon en 1309, o sea que ya llevaban 40 años ahí, bajo la influencia de la corona francesa y allí permaneció durante siete décadas, o sea que duró mucho más, en lo que se conoce como el cautiverio de Avignon.

Roma, la ciudad de Pedro, estaba en ruinas y el prestigio del papado se desmoronaba. Ser mujer en ese contexto también era un obstáculo inmenso. 

Las mujeres raramente eran consideradas interlocutoras válidas en los asuntos de teología y, sin embargo, Dios eligió a Catalina, una joven mística, analfabeta, hasta los 20 años, era analfabeta, para una misión que parecía imposible, devolver al Papa a Roma.

CONSEJERA DE PODEROSOS

Con su fe inquebrantable, su don de profecías y una audacia que sólo puede venir del Espíritu Santo, Catalina se convirtió en consejera de Papas, príncipes y obispos, escribió cartas incendiarias, viajó incansablemente y habló con una autoridad que desarmaba a sus interlocutores. 

«Dios suele elegir lo débil del mundo para confundir a los fuertes»,

se lee en San Pablo, en la primera carta de los Corintios, y esto es una cosa que se confirmó en la vida de Santa Catalina. 

Y Señor, Tú nos escoges para eso siempre, para hacer el bien ahí donde estemos, aunque parezca que seamos pequeños o que no tenemos injerencia, o cuando incluso, por ejemplo, ahora que estamos pidiendo por el Santo Padre, pues nuestra oración es importante.

Por eso es importante también que le pidamos al Señor la gracia de que tengamos un buen Papa, siempre, como fue el Papa Francisco.

Y esa oración, cada uno en su casa, no hace falta que hagamos cartas incendiarias, pero sí que incendiemos el amor de Dios en nuestros corazones y en los demás, rezando. 

¡SEA HOMBRE!

Sabemos que la tarea de Catalina fue titánica, porque el Papa de Aviñón estaba muy cómodo, estaba rodeado de lujos y bajo la sombra del rey de Francia. 

Los cardenales franceses dominaban la Curia, y la idea de regresar a Roma, una ciudad empobrecida y peligrosa, era impensable para muchos.

Además, las tensiones políticas entre las ciudades estado-italianas y las ambiciones de Francia complicaba cualquier movimiento. El Papa Gregorio XI, un hombre piadoso, pero indeciso, estaba atrapado en ese torbellino. 

Catalina no se amilanó, y en 1376 viajó a Avignon enfrentándose a un entorno hostil, y sus cartas eran un equilibrio perfecto entre reverencia y audacia.

«¡Sea hombre!»,

le escribió, urgiéndole a cumplir su deber como vicario de Cristo. 

Con sus visiones místicas y su capacidad de discernir corazones, Catalina fue ganándose la confianza del Papa, y Gregorio regresó a Roma porque vio que era la voluntad de Dios, que venía de esta chica. 

En 1377, contra todo pronóstico, el Papa volvió a la ciudad eterna, y aunque el sisma de Occidente estalló poco después, la acción de Catalina marcó un punto de inflexión. 

Como decía San Josemaría,

«ella murmuró la verdad, con amor, sin temor a las consecuencias».

DEFENSORES DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA

La vida de Catalina nos interpela hoy. Vivimos en una época de polarización, donde la Iglesia no está exenta de críticas, y los Papas, como hombres, no están libres de errores. Pero Catalina nos enseña una lección eterna. 

El Papa con sus virtudes y sus defectos, es «il dolce Cristo en terra», el dulce Cristo en la tierra, no lo amamos por su infalibilidad personal, sino por su oficio, instituido por el mismo Cristo cuando dijo a Pedro,

«Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».

La fe no es un contrato con hombres perfectos, sino un pacto con un Dios que actúa a través de lo humano. 

Santa Catalina lo entendió, criticó con claridad y con caridad, exhortó con valentía, pero siempre con un amor profundo y un respeto por el Papa como cabeza visible de la Iglesia.

Nosotros, como cristianos, estamos llamados a imitarla, a rezar por el Santo Padre, a sostenerlo en medio de las tormentas, a defender la unidad de la Iglesia, incluso cuando las debilidades humanas nos duelan decir la verdad sin dobleces. 

Hoy, en un mundo donde las murmuraciones parecen ser chismes destructivos, Catalina nos invita a una murmuración santa, a hablar con franqueza, con amor para edificar la Iglesia.

SEGUIR SU EJEMPLO

Que su ejemplo nos inspire a amar al Papa, a orar por él y a trabajar por la unidad de la Iglesia, sabiendo que, como ella, somos instrumentos en las manos de Dios. 

Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen María. Ella nos ayudará a confirmar este amor por el Papa, rezando por el cónclave y teniendo mucho cariño por el resultado que salga de él, amando al Papa desde ya, el Papa que sea.

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Citas Utilizadas

Hch 4, 23-31

Sal 2

Jn 3, 1-8

Reflexiones

Señor, que tenga la discreción de callar lo debido y hacerme escuchar cuando sea tu voluntad. 

Que mis palabras sean asertivas y verdaderas como las de Santa Catalina.

 

Predicado por:

P. Juan Carlos

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