Recuerdo que en una misa dominical hace unos tres años, durante la homilía, el Padre solicitó a los feligreses que oraran por las vocaciones sacerdotales, puesto que si no había misa se perdía la Eucaristía. Hasta ese entonces, no había caído en cuenta de este hecho y sus implicaciones.
Cuando pienso en las actividades y funciones de los sacerdotes, sé que pueden ser funciones compartidas y únicas. Las compartidas son las que realiza un párroco con sus feligreses, que en nombre de la Iglesia y a manera de contribución social ayudan a la comunidad con actos de misericordia y caridad.
La construcción de hospitales, centros de acogida, orfanatos, escuelas, universidades y muchas más podrían realizarlas la sociedad civil, personas altruistas y filántropos con buena voluntad, sin necesidad de contar con un sacerdote o apoyo de la Iglesia.
Por otro lado, están las funciones que únicamente puede hacer el sacerdote que son las más relevantes y las que nadie puede suplir, como la administración de los sacramentos, la misa, la consagración del pan y vino, es decir, la Eucaristía.
La Eucaristía fuente de fortaleza espiritual
Como católicos sabemos que la Eucaristía es nuestra fuente de fortaleza espiritual. Cuando estamos en gracia y con el corazón dispuesto, el momento del milagro en el que ocurre el sacrificio, nos preparamos para que de una forma sobrenatural recibamos el cuerpo y la sangre de Jesús.
En ese mismo instante, nos consolamos de los sufrimientos, refrescamos nuestra alma, aumentamos nuestra fe. Adicionalmente, revistiéndonos de Jesús obviamos el mundo terrenal y nos proponemos metas espirituales.
No concibo la idea de que los que buscamos reencontrarnos con Jesús en cada misa, perdamos este privilegio divino. Esto me lleva a pensar que es un acto de amor hacia Dios el orar por nuestros sacerdotes y porque haya más vocaciones sacerdotales.
Mantener la gracia santificante
Otro motivo por el que me nace rezar por los sacerdotes y por las vocaciones, es el Sacramento de la Confesión. Como preparación para recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, es importante reconciliarnos primeramente con Dios.
Estos pequeños exámenes que hacemos con el sacerdote y su guía espiritual, libera nuestro corazón de culpas, de malos sentimientos, debilita nuestras miserias y fortalece nuestras virtudes, limpia nuestra alma dejando un corazón contrito y dispuesto.
Una tradición en la Iglesia
Santa Teresita del Niño Jesús, también conocida como Teresita de Lisieux, fue una monja carmelita descalza nacida en Francia en el siglo XIX. Aunque vivió en clausura, es considerada patrona de las misiones en la Iglesia Católica. ¿Sabes por qué? Permíteme explicarte.
Teresita tenía un celo misionero excepcional. A pesar de no haber salido físicamente en misiones, su corazón ardía por la evangelización.
Una costumbre de su época era que las monjas de clausura podían ser hermanas espirituales de misioneros: Acompañaban a los misioneros desde el monasterio mediante cartas, oraciones y sacrificios. Aunque no aparecían físicamente, intercedían por ellos como un motor oculto que impulsaba su labor.
Las “monjas capellanas“ así se conocían, rezaban por los sacerdotes y sus intenciones. Ofrecían sus vidas de clausura como un regalo para el bienestar espiritual de los sacerdotes y la Iglesia en general. Es como si quisieran decir: “Nosotras oramos, ustedes actúan”.
Apadrina un Sacerdote
Somos cada vez más conscientes de que hace mucha falta esa misma ayuda. Por eso pensamos que con tu oración, puedes “apadrinar a un sacerdote”, para que Dios los haga santos, para que les de entendimiento y sabiduría, para que lleguen a los corazones de los feligreses y logren conversiones con sus mensajes y su dirección espiritual, para que imiten los pasos de Jesús, para que se mantengan fieles a su vocación.