LA VIDA TRAS BAMBALINAS
Los últimos años de María sobre la tierra han quedado un poco en nebulosa; no tenemos muchas noticias. La Escritura no dice nada y la tradición nos hace llegar alguno que otro dato un poco incierto.
La verdad es que no extraña que su vida, que sus días, hayan transcurrido de forma callada. María callada, pero trabajando, ayudando; como cuando estaba junto a Jesús, que pasó casi oculta, sin llamar la atención. Pero ahí estaba Santa María: con Jesús y luego, también, velando por la Iglesia, cuando la Iglesia daba sus primeros pasos, hasta el día en que fue asunta a los Cielos, que es la fiesta -la solemnidad- que celebramos hoy.
Tras bambalinas podríamos decir; o sea, escondida, ahí detrás, pero presente. Nuestra Madre está más presente de lo que nos imaginamos. Como cuando se te olvida saludar a la imagen de la Virgen, a una imagen ahí en tu casa, pero no por eso deja de estar ahí. O como cuando no la tuviste presente durante la Santa Misa -por más que se pronuncie su nombre dos veces-, pero ella, por supuesto, que estaba ahí. O como cuando nos hemos propuesto cosas y las hemos visto salir adelante y ella ha estado ahí, aunque a veces no nos hayamos dado cuenta.
MARÍA SIEMPRE PRESENTE
Y es cierto: Santa María, nuestra Madre, no tiene problemas con estar en segundo plano. Más que brillar ella, una buena madre, quiere ver a su Hijo brillar. Eso es lo que ella hizo en vida de Jesús; y es lo que siguió haciendo. Es lo que hace contigo y conmigo. “Gracias, Madre mía”.
Y ¡qué lecciones la de nuestra Madre! Porque no reclama nada y hace todo; pero hace todo sin hacer bulla, sin ruido. No hace todo en el sentido activista de correr de arriba a abajo. ¡No! Está donde se le necesita.
Aconseja si le piden consejo y está pendiente sin ser invasiva (si hace falta, porque Dios se lo pide, se va en cuerpo y alma a animar al apóstol Santiago en Hispania…) como lo hizo. Pero le da su espacio a cada uno: a los apóstoles.
Con lo tanto que ella sabía y con lo claro que veía las cosas, con la riqueza de su vida interior, todo lo que les hubiera podido decir, todo lo que hubiera podido hacer… Pero no se impone, no dirige, no manda; ella deja hacer. Encomienda, reza ¡seguro que reza! Y así sigue rezando por ti y por mí. “Gracias, Madre mía”.
¿QUÉ PUEDO HACER POR LA VIRGEN?
Otra lección, creo yo, que se puede sacar, es cuando vemos que pasa el tiempo y que nuestra Madre va creciendo – se va haciendo mayor- y llega el momento en el que se deja cuidar. Se deja llevar de arriba a abajo y se goza la vida de familia de la Iglesia naciente. Descansa y disfruta. Y es la Reina de todo lo creado. Pero se deja llevar.
“Vivió, sin duda alguna, junto a san Juan, porque había sido confiada a los cuidados del apóstol joven. Y san Juan, en los años que siguieron a Pentecostés, vivió en Jerusalén. En la época del viaje de san Pablo a esa ciudad, por ahí por el año 50 (cfr. Hch 15, 1-34), San Juan está en Jerusalén (Gal 2, 9). Si María estaba allí a su lado, debería rondar los 70 años, como afirman algunas tradiciones»
(José Antonio Loarte, María, una vida junto a Jesús).
La Virgen ya viejita… No sé, yo creo que nos gusta verla joven; prácticamente todos los artistas la representan joven. Nos gusta verla joven… Pero creo que también causa cierta ternura verla mayor, ya con arrugas y hacerse la ilusión de que nos necesita. Y ofrecerse a la Virgen, a nuestra Madre, estar disponible hoy, ahora, preguntarle: ¿Qué quieres? ¿Qué te gustaría? ¿Estás contenta con lo que te doy, con cómo te trato? Tener esa confianza.
Para los apóstoles era fuerte el recuerdo de María. Bueno, el cariño cuando estaban a su lado pero, luego, el recuerdo de ella. Y para nosotros puede serlo también.
Ellos se dispersaron por los cuatro puntos cardinales predicando el Evangelio. Pero dicen que cuando podían, algunos volvían a Jerusalén a pedirle consejo. Otros, por la lejanía, tal vez simplemente pensaban: ¿Qué me diría? ¿Qué me diría María? Como lo podemos hacer tú y yo siempre. Y además nos puede responder porque la tenemos siempre junto a nosotros.
Algunos de los apóstoles volvían, pero esta vez vuelven todos porque les llega la noticia que el final se acerca. Y ¿quién no quiere despedirse de ella?
“Dicen que Santiago ya había sido martirizado y Tomás no estuvo, llegó tarde porque venía desde la India. Y que, por eso, cuando sus compañeros le dijeron que María había sido llevada al Cielo en cuerpo y alma, el apóstol Tomás dicen que estuvo a punto de volver a decir: ¡Si no lo veo no lo creo! Pero antes que alcanzara a hablar, ella -María- le arrojó el cinturón con que estaba ceñida y él mostró a todos el cinturón».
(En presencia de Dios, Agosto, Pedro José María Chiesa).
Parece de chiste la cosa, pero ese cinturón está en un relicario en la Catedral de Prato, en Italia. No es dogma de fe lo del cinturón, pero sí es un dogma de fe la Asunción.
De todos modos, con cinturón o sin él, somos hijos, queremos ser hijos, que viven con la conciencia y con la confianza de tener Madre. Y por eso hoy, con los apóstoles, acudimos alrededor de su lecho. Se nos va y nos cuesta dejarla ir…
Decía san Josemaría:
“Jesús quiere tener a Su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. Y la Corte celestial despliega todo su aparato para agasajar a la Señora. (…) La Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de Dios… Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los ángeles: ¿Quién es ésta?”
(San Josemaría, Santo Rosario, Cuarto misterio glorioso, punto 14).
Ya te imaginas, aquello debe haber sido un espectáculo en el Cielo. Algún día lo veremos.
Y Jesús tiene toda la razón de hacerlo, no se lo reclamamos, por supuesto. Tiene toda la razón y nuestra Madre, santa María, tiene el derecho de ser celebrada en el Cielo.
Pero es cierto: se ha ido. Y es duro perder a alguien, separarse, despedirse… A veces a la gente le vienen los “remordimientos” o “las oportunidades perdidas”, lo que me hubiera gustado hacer y no hice. Lo que me hubiera gustado decirle y nunca me atreví…
ACERQUÉMONOS A MARÍA
La escena nos puede servir también en este sentido. Se me venían a la cabeza otras palabras de san Josemaría que comentaba:
“Al examinarme (…) descubro que si he seguido manchándome en las mismas miserias, que si he perseverado en el mal, ha sido porque he descuidado el recurso a María. Debo, pues, a imitación de aquellos que miraron su rostro de carne, intensificar mi trato con Ella, aumentar más en mí su presencia, para que en todas mis caídas me devuelva enseguida el gozo de la reconciliación con Dios”.
(San Josemaría, Crecer para adentro 15-VIII-1937, 1).
O sea, eso es lo que necesitamos; y si sentimos que se nos separa, acudir más a ella. La evidencia de nuestra pequeñez no nos puede alejar, sino acercar a la Virgen. Y hoy es una fiesta que nos anima a hacerlo por la consideración de que es nuestra Madre y que está en el Cielo.
Y también nos ayuda en este sentido, especialmente la fiesta de hoy, porque se da ese “admirable intercambio”: nosotros damos a María y el Cielo, o sea, Dios en el Cielo, nos da abundantes gracias a través de ella.
Los apóstoles tienen la sensación de que se va, de que la pierden; pero, al mismo tiempo, la sensación de que la ganan, porque cada uno la tendrá disponible. No la hemos perdido. Ahora puede estar pendiente de cada uno de nosotros, en todas nuestras cosas. Nosotros la tenemos. Está ahí presente. “Gracias Señor, por dejárnosla, por llevártela y dejárnosla. Gracias Madre nuestra”.
Y termino con unas palabras de san Josemaría, en las que también él consideraba:
“María ha subido a los cielos en cuerpo y alma, ¡los ángeles se alborozan! Pienso también en el júbilo de san José, su esposo castísimo, que la aguardaba en el paraíso”.
(San Josemaría, Es Cristo que pasa, punto 177).
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