En la lectura de hoy de San Marcos vemos la vida de Jesús predicando el evangelio en la ciudad de Cafarnaúm. Una ciudad que fue eventualmente maldecida por nuestro Señor, y que al día de hoy está en ruinas. Los corazones de quienes allí vivían no supieron transformarse, aunque Jesús realizó todo tipo de milagros como evidencia de su mensaje. En el pasaje de hoy (Mc 2, 1-12) podemos vernos a nosotros mismos reflejados en los ciudadanos de Cafarnaúm, específicamente en nuestra búsqueda de lo extraordinario y la rápida condena moral que tenemos al interactuar en sociedad.
Es sorprendente como es el gran “show” de los milagros lo que llama a las personas a Cristo. A pesar de que es probable que muchos de nosotros no esperemos ver milagros constantemente, sí que podemos darnos cuenta que buscamos lo extraordinario para vivir nuestra fe. Pensamos que para ser testigos de Cristo debemos esperar al momento oportuno para hacer “grandes cosas”, y por esto nos quedamos sentados esperando que alguien organice una marcha, o ir de peregrinación, hacer donaciones, cancelar la suscripción de Netflix por sus películas anticristianas…cuando la vida cristiana es más que solamente esas acciones.
La gran revolución que trajo Jesús es la nueva manera de ver el mundo, viviendo la fe dentro de las pequeñas tareas diarias. Jesús estuvo en la Tierra 33 años,tres de ellos los dedicó a su vida pública, pero 30 años estuvo viviendo el día a día, sin milagros, sin grandes sermones, sino haciendo todo bien. Por lo tanto, al leer este pasaje podemos pensar cuánto nos habría gustado asistir al “show”, pero en realidad debemos comprender que el verdadero “show” del día a día somos nosotros, viviendo en Cristo en las pequeñas tareas cotidianas.
San Marcos nos muestra también cómo reaccionaron los escribas al escuchar las palabras de Jesús al paralítico. Si nos ponemos a pensar ¡qué fácil que es sentirnos moralmente superiores y juzgar al prójimo!. A pesar de tener mucha moralidad, por intentar seguir los designios de Cristo, no somos superiores ni tampoco tenemos la potestad de juzgar a otros.
Se me viene a la mente la vida de San Vital de Gaza, quien pasó muchos años de su vida con una prostituta diferente cada noche. Fue muy criticado, perseguido y condenado por la sociedad de la época, pero al momento de su muerte, muchas ex-prostitutas asistieron y explicaron la verdadera razón de las visitas de San Vital. Pagaba a las prostitutas cada noche para que por lo menos por esas pocas horas no pecaran más, les predicaba el evangelio, las ayudaba a salir de la vida de pecado y en más de una ocasión las ayudaba a ingresar a conventos o a casarse. Esta historia de la vida de un gran santo nos puede hacer pensar que muchas veces cuando nos sentimos superiores a otros en nuestra moralidad, puede ser que no entendamos o no queramos ver otras posibilidades. Si deseas conocer más de este Santo mira este Video…
Un ejemplo más cercano sería el “cancel culture” que está apareciendo en la sociedad actual. Basta que una persona tenga una opinión distinta o quiera cuestionar lo que cree la mayoría, para que sea “cancelada” del espacio público, casi siempre por decir verdades morales que muchos no quieren escuchar o por oponerse a que la ideología dicte sobre la ciencia En nuestro caso, como cristianos, vale la pena preguntarnos ¿qué es lo que nos diría Cristo si escuchara nuestras críticas a otros? San Marcos ilustra a cada uno de nosotros en los escribas, nos muestra nuestra pequeñez al enfrentarnos a eventos que quizás no entendemos a cabalidad y nos pone de manifiesto nuestra falta de humildad, necesarísima para entender los designios de Dios.
Esta escena de Jesús recibiendo al paralítico con alegría, apiadándose de él y curándolo espiritual y corporalmente, permite analizar las reacciones de quienes estaban allí presentes. Especialmente los escribas y testigos, quienes buscaban utilizar su moralidad para criticar a Cristo o esperaban ser entretenidos por sus milagros. Nuestras realidades se pueden ver reflejadas en esas reacciones, realidades de ser buenos cristianos solo a través de grandes acciones en lugar de enfocarnos en nuestras pequeñas tareas cotidianas; o peor, la incansable necesidad de sentirnos superiores a otros, y buscar oportunidades para criticarlos sin sentarnos a pensar qué es lo que Cristo me diría si estuviese aquí.