El mundo ha cambiado, en un angustioso instante:
la humanidad se recluye en sus hogares,
las calles se han vuelto silenciosas y desiertas,
y no se ven tan grandes, las grandes capitales.
Una corona de espinas ciñe su cabeza,
una corona de espinas ciñe al planeta.
Ni se ve tan grandes a los hombres,
ni la grandeza se ve tan grande:
Cristo despreciado y crucificado
agoniza también,
jadeando en un hospital desbordado.
Ha llegado la cuaresma al mundo,
ha llegado un tiempo de reflexión, silencio y penitencia:
un tiempo de conversión,
un tiempo de oración.
Dios te invita a cerrar la puerta de tu habitación,
vivir un tiempo recogido, silencioso…
Silencio… portero de la vida interior.
Crecer para adentro,
como crecen las plantas en el invierno.
Ya hubo un profundo silencio en el mundo:
un sábado reinó el silencio…
Un silencio azul, como el azul del mar profundo.
Un sábado silencioso: Cristo descansando
en la soledad del sepulcro.
Y un domingo amaneció el Sol,
disipó las tinieblas,
revestido de la luz de la Resurrección.
Hay un tiempo de conversión,
porque hay Esperanza.
Preparándonos para la Cuaresma
A las puertas de comenzar Cuaresma, se nos viene inmediatamente a la cabeza la Semana Santa. Y es que precisamente para eso son los próximos cuarenta días, para preparar nuestro corazón para vivir los días más cruciales de la vida cristiana… la Pasión de Nuestro Señor, su muerte en la Cruz y luego, lo más importante: su Resurrección. Porque es a la luz de ella que todo el dolor y sufrimiento de Jesús cobra sentido. Sin resurrección habría sido un profeta más, pero no, Él es el Hijo de Dios, el Mesías , el Señor. (Monseñor Arregui)