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Daniel Urdaneta

Venezolano de 19 años vive Buenos Aires. Estudia Comunicación Publicitaria en la U.Católica. Recibe formación cristiana desde hace 4 años.

6 min

Dios, el mejor psicólogo

¿Por qué la Iglesia hace tanto hincapié en la culpa? ¿Por qué quieren hacerme sentir culpable de mis pecados? ¿Le tengo que hablar a un sacerdote pecador sobre mis pecados? ¿No basta con que en la oración yo le pida perdón?

Esas y algunas preguntas más son las que este artículo intenta responder, pero vamos de a poco.

El enigma de la culpa

He escuchado a algunos doctores decir que un mundo sin dolor físico sería muy difícil, pues ellos tienen que apretar donde duele: ¿te duele el estómago? Apendicitis. ¿Te duele la cabeza? Tienes migraña. Es fácil para ellos hacer un diagnóstico cuando saben qué dolor tiene el paciente. ¿Qué pasaría si alguien sufre de apendicitis, pero no tiene ningún dolor físico?

Entonces, ¿la culpa para qué sirve? Para de alguna forma identificar lo que está bien con lo que está mal. Algunos psiquiatras dicen que la culpa también resuelve problemas: un infiel que siente culpa, pone los medios para disculparse y enmendar su error. ¿Qué pasaría si no sintiera culpa? Le pondría los cuernos a su pareja y seguiría su vida como si nada.

A los cristianos de alguna forma la culpa nos viene bien, pues nos sirve para recordar que realmente somos pecadores y que Dios nos ama tanto que dio la vida por nosotros. Y que además, debemos pedirle perdón por aquellas faltas que lo ofenden.

Es importante tener en cuenta que, no nos podemos tribular por la culpa. Las tribulaciones son esos pensamientos ansiosos que nos consumen la cabeza por cada error que cometemos: “¡No le dije a mi mamá que la quiero por 5ta vez en el día! ¡Me tengo que confesar por ello! ¡Estudié solo 2 horas en lugar de 4!”

Son cosas que realmente pasan en el día a día, pero que poco a poco debemos ir educando para que no nos coman la cabeza y nos permitan aceptar el amor de Dios, aunque seamos pecadores. Para esto aconsejo pedirle a Dios la sensibilidad para reconocer que merece que nos confesemos y que es necesario dejar pasar.

El enigma de la culpa

Confesarse con un sacerdote

Acá en Argentina hay una expresión común: vamos a los bifes.

El bife es una de las carnes más ricas que se sirve en un asado. Normalmente llegas a un asado y siguen sirviendo la ensaladita, una picada, y la carne sigue asándose. Ir a los bifes significa: vamos al grano, sin rodeos. Nada de ensaladas y picadas, yo quiero carne.

Sobre este punto, vamos a los bifes: Jesucristo dijo que nos tenemos que confesar con un sacerdote.

Antiguo Testamento:

Lev 5.5 En todos estos casos el que cometió el delito confesará primero su pecado.

Sir 4.26 No te avergüences de confesar tus pecados: no nades contra la corriente.

Nuevo Testamento:

Mt 3.6 Y además de confesar sus pecados, se hacían bautizar por Juan en el río Jordán.

Mc 1.5 Toda la provincia de Judea y el pueblo de Jerusalén acudían a Juan para confesar sus pecados y ser bautizados por él en el río Jordán.

Cuando Cristo funda su Iglesia, una de las cuestiones que dispone es que nos tenemos que confesar con un sacerdote, para que él, bajo el ministerio de la Iglesia, nos conceda el perdón de nuestros pecados.

¿Hay que pedirle perdón a Dios en la oración? Sí, de hecho, es un paso imprescindible para obtener el perdón. ¿Basta con eso? No, un sacerdote nos debe administrar el sacramento, pues es él quien tiene la autoridad eclesiástica para hacerlo.

Y esa autoridad para perdonar los pecados cumple una función que Dios tenía muy bien prevista.

Imagina por un segundo que la Confesión fuese un simple acto de contrición en el oratorio, o incluso, desde tu cuarto. Haces una oración breve y le dices “Señor, te pido perdón de mis pecados”. Ahora, habiendo hecho eso: ¿Cómo sabes que Dios te perdonó? ¿Cómo sabes que esa oración fue suficiente para que Dios te perdone?

No nos llega una carta del cielo que dice: “Tu contrición del martes pasado es válida. Tus pecados son perdonados”. Lo que sucede es que, para de alguna forma “sanar” esa culpa que nos dejan los pecados, necesitamos la certeza de que Dios nos perdonó los pecados. Precisamente ese es el poder que Dios le confiere a los sacerdotes, y por eso es que son ellos quienes nos dicen “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Así es como nuestra conciencia queda tranquila, gracias a los sacerdotes que funcionan como intermediarios entre Dios y nosotros. Pero ¡ojo! No son los sacerdotes quienes perdonan los pecados. Lo escribo de vuelta para que quede claro: No son los sacerdotes quienes perdonan los pecados. Es Cristo, que lo hace a través de los sacerdotes. Y no es que el acto de contrición sea un paso nulo. Es imprescindible. Solo que tiene que estar acompañada por la confesión.

Dios entonces es experto en psicología, porque sabe que la culpa nos va a jugar en contra y nos tuvo que regalar algo para eliminar esa culpa luego de cada confesión. Ese es el papel (bueno, uno de los papeles) que juegan los sacerdotes en representación del Señor.

Siento que Dios se cansa de perdonarme…siempre caigo en el mismo pecado

Nuevamente, vamos a los bifes: Dios nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros quienes nos cansamos de buscar su misericordia.

1. Entonces, entrando Jesús en la barca, pasó al otro lado y vino a su ciudad.  2 Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.  3 Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema.

4 Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? 5 Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? 6 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. 7 Entonces él se levantó y se fue a su casa.  8 Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios, que había dado tal potestad a los hombres. (Mt 9, 1-9)

Este Evangelio es un poco confuso. Cuando leí esto en un libro, me quedó mucho más claro: Jesucristo es omnipotente. Tiene el poder para convertir el agua en vino, caminar sobre los mares, resucitar y expulsar demonios. ¿Qué es más fácil para un ser omnipotente? ¿Perdonar los pecados o curar la parálisis?

La realidad es que para alguien omnipotente, es mucho más fácil cuidar la parálisis. Basta darle la orden al universo para que el paralítico tome su camilla y camine. No requiere esfuerzo.

Ahora, para perdonar los pecados, es necesario amor. En realidad, es necesario del Amor con mayúscula, porque solo Dios es capaz de perdonar los pecados, pues las ofensas siempre son hacia Él. Así que, para Jesucristo, Dios omnipotente, es más fácil curar la parálisis que perdonar los pecados. El perdón viene del Amor, no de la omnipotencia.

¿Dios puede o no puede perdonar los pecados? Sí puede, porque en realidad ha logrado cosas más difíciles gracias a su omnipotencia. La pregunta es más parecida a: ¿Dios está o no está dispuesto a perdonar los pecados?

En ese sentido, Dios nos quiso dejar muy claro que sí está dispuesto y lo hizo a través de la Cruz. El perdón de nuestros pecados solo es posible gracias a Cristo que derramó su sangre por nosotros. Y cada uno de nosotros vale la sangre de Cristo. Por lo tanto, si sientes que “Dios se cansó de perdonarte”, piensa en la Cruz. ¿Crees que alguien que murió en una cruz por tí, se cansaría de que le pidas perdón?

¡Ánimo! El sacramento de la Confesión deja mucha alegría luego de buscarlo. Te invito a no descuidarlo


Escrito por

Daniel Urdaneta

Venezolano de 19 años vive Buenos Aires. Estudia Comunicación Publicitaria en la U.Católica. Recibe formación cristiana desde hace 4 años.

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