Reflexionando sobre la cuarentena y su impacto en la vida de los cristianos, me puse a meditar sobre ¿cómo podemos cumplir con nuestra labor evangelizadora desde el encierro en nuestros hogares?. Se me vino a la mente Santa Teresita del Niño Jesús, quien estuvo la mayor parte de su vida en un convento de claustro (algo similar a estar encuarentenados, ¿no creen?), y aun así con humildad, servicio y caridad, tocó los corazones no solo de quienes vivían con ella, sino también de muchísimas personas de todo el mundo, a las que nunca vio y con las que nunca habló… ¡ni siquiera por video llamada! Entonces, en realidad, este encierro se podría aprovechar para hacer la misión encomendada a cada cristiano en el bautismo, ser corredentores a través de nuestro testimonio de vida.
Y ser corredentores significa ofrecer la propia vida por los demás, es estar alineados con Cristo y con su mensaje de salvación. Claro, pensaríamos que es fácil decirlo, suena como a una reunión de tele-trabajo, estar alineados con la gran misión encomendada. Pero, sí que somos corredentores cuando nos enfocamos, no solo en nuestro camino de santidad, sino también en llevar almas al Señor, ¡en santificar al mundo entero!
Aunque debemos centrarnos individualmente en llegar a la santidad, es imprescindible conducir a otros al Señor. Una de las cosas que más me llaman la atención de los primeros cristianos, más que su fidelidad a Cristo aun cuando enfrentaban a la muerte, es su fuerte compromiso con el apostolado. Pensemos, que el cristianismo se esparció principalmente porque personas normales, como tú y yo, comenzaron tener vidas de humildad, de servicio y de caridad. Presentaron amistades auténticas y leales, vidas correctas de amor hacia otros y hacia todos… una auténtica revolución a las prácticas y costumbres del Imperio Romano. Sus vidas, con la gracia de Dios, mostraron que para atraer a otros a Dios no necesitamos ser grandes pensadores o ser reconocidos como personas importantes, sino que necesitamos hacer presente a Cristo en cada acción pequeña que realizamos.
Algunas maneras de hacer apostolado “encuarentenado”
Y en la cuarentena es posible que tengamos muchas oportunidades para hacer que otros se encuentren con Dios. Una de las grandes consecuencias de la pandemia ha sido el aumento de la soledad, en todos, pero especialmente en quienes se han contagiado de COVID-19. Esta enfermedad aumenta la soledad, que se va convirtiendo en una forma de percibir el mundo y puede alejar a las personas de Cristo. Está comprobado que sufrir soledad hace que las personas sean más propensas a sufrir de depresión e inclusive afecta su sistema inmune. Imaginemos por un momento ahora, los pronósticos de quienes además de tener COVID-19 están sintiendo soledad. La soledad es auténtica enemiga del cristiano, porque lo aleja del calor de Dios, pero además afecta negativamente la salud. Una alegre tarea de apostolado sería estar pendientes de las personas que conocemos que están enfermas, una llamada o un mensaje constante pueden ser suficientes para sentirse acompañados por un amigo y por Dios.
De igual manera, podemos hacer grandes obras de apostolado desde nuestro hogar. Comenzando con nuestros hijos, hermanos, padres, con quienes a través de la convivencia podemos darles testimonio de nuestra fe. Es que sí que hace mucha diferencia vivir momentos de cuarentena con alguien alegre, ¡alguien que muestra la alegría de Cristo! a vivirlos con alguien amargado, triste o molesto por no poder volver a la vida de antes.
Pensemos que los momentos de angustia siempre se hacen tolerables con un poco de humor y buena disposición, y que debemos imitar a Jesús, quien era verdaderamente alegre. El Papa Francisco nos lo recordó en 2013, cuando dijo “No estamos acostumbrados a pensar en Jesús sonriente, alegre. Jesús estaba lleno de alegría”. Hagamos un esfuerzo grande para que quienes están cerca a nosotros, en estos momentos de prueba (¡de cuarentena!), sientan el amor de Dios a través de nuestro actuar positivo y alegre. Y que sea por allí que encuentren el camino a la salvación: porque vivieron en carne propia, que la alegría de Cristo no es algo que se puede apagar con momentos de angustia, sino que hayan atestiguado en su experiencia de cuarentena, que quienes a Cristo tienen, nada más les falta.
Además, vale la pena que nosotros como cristianos, en estos momentos de angustia y desesperación, seamos calma y paz. Muchas personas están pasando momentos difíciles, de pérdida de empleo, de separación de la familia, de enfermedad… y son ellos los que más requieren de una amistad leal que guíe hacia el consuelo (y la gran verdad) de sabernos hijos de Dios.
Hacer apostolado es ponernos en los pies de los mismos discípulos de Dios, los primeros 12, y sentirnos enviados por Él para anunciar por todo el mundo la buena nueva. Así, cuando estamos compartiendo información de dudosa procedencia por WhatsApp, o cuando dejamos que el miedo del contagio le gane a la caridad, podemos poner un gran “PARE” en nuestro accionar. Debemos pensar que en realidad somos como esos 12 primeros, que, a pesar de ser hombres llenos de fallas, encontraron en Cristo la fuerza para evangelizar. Y de esta manera podemos usar el autocontrol, la serenidad para no incrementar la histeria ni el estrés, sino aumentar la confianza en Dios. Ese apostolado aparece cuando los otros ven en nuestro accionar cristiano comportamientos que valen la pena replicar, comportamientos que ilustran el camino hacia la santidad colectiva.
Ser camino para otros
Hacer apostolado es convertirnos en el camino que guía a otros a la Verdad, que es nuestro Señor. Debemos estar conscientes de que todo lo que hacemos, como personas de fe, se ve reflejado en la evaluación del cristianismo, especialmente cuando lo hacemos frente a otros. Imaginen la alegría en el cielo, cuando por nuestro comportamiento y nuestra amistad sincera, podamos convertir a una sola persona: “Os digo que, del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lucas 15-7). Pidámosle a Santa Teresita del Niño Jesús que interceda por nosotros, para que desde nuestro confinamiento podamos, al igual que ella, convertir corazones para la gloria de Dios.