Puedo empezar contándoles que hace dos años se fue alguien que era como una hermana para mí. Ella era la mujer más buena que he conocido, mi mamá espiritual y prima hermana, quien me acercó, de forma indirecta, a este maravilloso proyecto de Hablar con Jesús.
Mi prima Eli era un ser excepcional que me enseñó a perdonar desde el dolor, me dio ejemplos de fortaleza y me acompañó espiritualmente durante la pandemia. Incluso en sus últimos días, ofreció el mejor ejemplo y los mejores consejos.
En sus exequias se sintió tanta paz; el dolor era natural, pero ella me inspiró a ser una mejor persona, deseando experimentar la dicha de estar a su lado en el Cielo.
Fueron días extraños; lloraba y pensaba mucho en ella, reflexionando sobre qué haría Eli en cada situación que vivía. Tres meses después, falleció el papá de mi prima, quien representaba para nosotros una figura paterna. Nuestras familias siempre han estado muy unidas, y acompañamos a mis primos y a mi tía en ese momento. El dolor de la muerte volvió a todos, sentí que llevar dos pérdidas tan seguidas sería difícil.
Una pérdida que no esperábamos
Nuestra vida siguió, con la atención centrada en la salud de mi mamá, que había estado luchando contra un cáncer de seno. A pesar de los días difíciles, siempre estuvimos pegados a Dios y a la Virgen María.
En mayo de 2023, todos sufrimos una gripe fuerte. Primero fue mi mamá, luego yo, y finalmente mi papá; quien era un hombre muy fuerte, todos los días se ejercitaba, era conferencista motivacional, así que siempre tenía una energía que contagiaba a los demás. Esa gripe cambió nuestras vidas para siempre. El siguiente martes lo llevamos a urgencias y al día siguiente lo intubaron. Pasó 24 días en la UCI y, el 3 de junio del año pasado, el hombre que más amé en mi vida falleció.
Ese día todo cambió. El duelo se tornó insoportable. Ya no sentía la paz que había sentido con Eli; ahora solo había impotencia y rabia, mi corazón se negaba a sentir.
Mi relación con mi papá es fundamental para entender mi dolor. Soy madre soltera y él fue el primero en apoyarme cuando solo tenía 21 años. Vivíamos en una ciudad pequeña de Colombia, él nunca se preocupó por la vergüenza ante los demás. Me llevó a la catedral para que le pidiera fortaleza a Dios en esta nueva etapa de mi vida.
Siempre me decía que «los hijos son un regalo» y que Dios me amaba por ser una buena mujer. Hasta su muerte, nunca me reprochó mi situación y amó a mi hija como a nadie.
A lo largo de nuestra relación, él fue mi amigo y apoyo incondicional. Siempre me decía que me amaba y, en cada conferencia, hablaba con orgullo de su familia. Aunque nunca fuimos una familia perfecta, el amor siempre ha estado presente, gracias a mis padres.
El amor de la familia
Los primeros días tras su partida fueron confusos. Intenté aferrarme al amor fraterno, pero no lo encontré. Algunos días peleaba, otros simplemente me callaba y me perdía en mis pensamientos. Ir a misa se volvió un dolor profundo, cada imagen de la Cruz y de la Virgen traspasaba mi corazón.
Durante ese tiempo, el dolor se tornó insoportable. Pedí a Dios que endureciera mi corazón, ya no quería sentir más.
Sentí que mi corazón se destrozaba, y dejé de confiar en los demás, ya que muchos se alejaron después de las exequias y de la misa del primer mes. Para mi mamá, mis hermanos, mi hija, sobrino y cuñados, y para mí; el dolor seguía presente.
Los fines de semana se volvieron eternos. Decidimos reunirnos los diez (esposa, hijos, nietos y parejas) un día del fin de semana para llenar ese vacío que mi papá había dejado. Cada uno de nosotros tiene un recuerdo especial con él: sus nietos hablaban con él de sus proyectos y él siempre tenia algo que los impulsaba a seguir esos sueños. Siempre nos apoyó a mis hermanos y a mí en cada cosa que decidíamos hacer. Con mi mami estuvo en las buenas y en las malas durante 52 años.
Está bien no estar bien
Todo esto desató en mí ataques de pánico y ansiedad. Comprendí lo que significa sufrir de depresión. Siempre juzgué a quien la sufría, pues pensaba que eran exagerados, que solo buscaban llamar la atención; ahora entiendo que solo se quiere acabar con ese dolor.
Pasaron siete meses hasta que acepté que está bien pedir ayuda profesional. Visité a un psicólogo y a un psiquiatra, quienes me diagnosticaron con depresión pospérdida. En mi caso fue necesario medicarme para poder dormir y encontrar un poco de paz.
Quiero dirigirme a quienes no han experimentado una pérdida así: cuando sientes tanto dolor, cada cosa se magnifica. El rechazo duele más que nunca; que te digan «todo estará bien» a veces es lo menos que quieres escuchar.
Muchas veces solo necesitas un abrazo, compañía para llorar y comprensión. Cada uno vive el duelo a su ritmo y no debemos juzgar; el dolor puede revivir con un recuerdo, una canción, sin importar el tiempo transcurrido.
Mi relación con Dios en el duelo
Mil veces pregunté a algunos sacerdotes si estaba bien trabajar en la evangelización mientras mi vida espiritual estaba en un desierto. Me sentía hipócrita hablando de amar a Dios cuando yo no quería hablar con Él; y recibí de un sacerdote muy cercano la mejor respuesta:
«Ese es el verdadero amor, es ahora cuando más lo estás amando», y fue el mismo Señor diciéndome seguimos caminando juntos.
Mi relación con Dios y con la Iglesia sigue en proceso de sanación. A veces vuelven los desiertos y regreso al mismo punto que mi corazón se endurezca. Pero el Señor nunca me ha dejado sola, siempre ha estado a mi lado, incluso en mis momentos más oscuros.
Jamás he dejado de trabajar en este proyecto, porque a pesar de mí, es el mismo Señor quien no me suelta. Este medio es un recordatorio en el que Dios me dice, al igual que mi papá, todos los días: «TE AMO». Lo hace a través de una meditación en la voz de los sacerdotes de este proyecto, o cuando subo un artículo, en este caso son nuestras blogueras a quienes usa el Señor. Así mismo, cuando trabajo en Hermandar.com, nuestra nueva plataforma; o cuando ustedes, quienes siguen este proyecto, nos dicen que están orando por nosotros.
Como catequista, a través de mis alumnos, Dios me habla y me recuerda que no estoy sola. La figura paterna de mi papá jamás se ha ido, porque Dios siempre está conmigo.
Hoy quiero finalizar compartiendo un mensaje de esperanza: aunque el camino del duelo es doloroso y lleno de desafíos, también está lleno de amor y de recuerdos que nos acompañan. Cada día es una nueva oportunidad para recordar a nuestros seres queridos y seguir adelante, llevando su legado en nuestros corazones.
Que el amor que nos dejaron nos inspire a ser mejores, a vivir con gratitud y a valorar cada momento. Juntos, podemos encontrar luz en medio de la oscuridad.