En el constante caminar que representa la vida no estamos exentos de dolor, ni caídas que nos lastiman y que, en principio, nos debilitan el ánimo.
Hoy te vengo a decir que «no te desesperes», pues el mismo Dios es quien nos ofrece una luz para salir adelante, salir mejores que antes del dolor.
Nos lo encontramos entre los clásicos, que guardan los tesoros de la experiencia humana, Shakespeare dijo, “dulces son los frutos de la adversidad”. Los momentos duros se presentan “como el sapo feo y venenoso”, nos duelen y molestan y es difícil afrontarlos. Pero traen consigo una joya: la experiencia y el aprendizaje que obtienes tras haberlos superado.
Ante los acontecimientos adversos, nuestra primera reacción suele ser de queja. No queremos sufrir y siempre nos va a parecer injusto el dolor. Reclamamos a la vida, a Dios por no considerar nuestras buenas obras y permitir el sufrimiento que consideramos inmerecido.
Pueden incluso, aparecer sentimientos de frustración, de ira y de depresión que, lejos de solucionar el problema, lo agravan aún más.
Hoy te vengo a decir que no te desesperes ante el dolor, pues el mismo Dios es quien nos ofrece una luz para salir adelante, salir mejores que antes.
¿Qué nos dice el Evangelio?
En el Capítulo 19 del Evangelio según San Mateo se nos relata el episodio de un joven rico, quien había guardado los mandamientos, y que pregunta a Jesús sobre que más debe hacer para conseguir la vida eterna. Jesús, como Dios hecho hombre, sabía que al joven rico le iba a costar mucho desprenderse de sus riquezas materiales y es por eso que le dijo:
«Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme.» (Mateo 19:21).
Las Escrituras cuentan que el joven se fue entristecido y perdió nada menos que la oportunidad de seguir a Jesús. No pudo renunciar a su comodidad y sacrificarse. Jesús ya lo había dicho antes a sus apóstoles:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mateo 16: 24).
El dolor es un camino de salvación y el mismo
Cristo nos lo demostraría muriendo brutalmente en el Calvario, clavado en la Cruz y pidiéndole a Dios Padre perdón por nuestros pecados: Todo un Dios hecho hombre, humillado y flagelado por nuestra redención.
¿Por qué Dios permite nuestro sufrimiento, nuestro dolor?
Para encontrar la respuesta debemos entender algunas cosas.
Dios no quiere que suframos pero algunas veces lo permite porque el bien producido con ese dolor es mucho más que lo que podemos sufrir. Dicho de otra manera, nuestro dolor es una puerta de bendiciones para nuestra vida y quizá para la de mucha gente involucrada en esta situación.
Encontraremos respuestas, fuerza, sabiduría y, además, sentiremos el abrazo cálido de nuestro Padre del Cielo de quien terminaremos enamorándonos.
La importancia de la oración
Para poder vivir el proceso la oración es fundamental, pues es la que nos acerca a Dios y nos permite pedirle lo que necesitemos. Empieza por pedirle fe, un don otorgado por Él que nos va a dar la capacidad de soportar el momento. La fe es un eje transversal en la vida, que nos sostiene siempre.
También es importante invocar al Espíritu Santo, el Consolador como lo llamó Jesús (Juan, 16: 7). El Espíritu Santo, que vive en nosotros cuando estamos en gracia, tiene como frutos precisamente la sabiduría, la fortaleza y muchas virtudes necesarias en la vida y, sobre todo en las épocas de sufrimiento.
Nos dará revelación para conocer, entender y aceptar la Voluntad Perfecta de Dios y lo que quiere de nosotros a través de esa experiencia.
El dolor: ¿Podemos ser corredentores?
Si el dolor nos salva, y si viviéndolo con fe nos acercamos a Dios, estaremos compartiendo la Pasión del mismo Cristo (“alter Christus, ipse Christus”, “otro Cristo, el mismo Cristo”). A pesar de nuestra naturaleza pecadora podemos ser corredentores y ganarnos un sitio en la eternidad junto a Dios.
Te animo a que si estás experimentando un sufrimiento te abras en oración y en meditación sobre estos temas pues te aseguro que no tardarás en encontrar las respuestas, y junto con ellas, la fuerza y la paz que tanto necesitas.
Por muy extraño que te parezca, llegarás a sentirte alegre, porque así se siente encontrar tu propósito, uno que viene desde lo más alto, desde el Amor mismo.
“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:7).
Te invitamos a que veas esta entrevista con Estéfani Espín que te ayudará mucho
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