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Oración de intercesión (IV): El inefable poder de esta oración

La oración de Intercesión

El Papa Francisco nos recuerda que hay una forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión. Miremos por un momento el interior de un gran evangelizador como san Pablo, para percibir cómo era su oración.

Esa oración estaba llena de seres humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros […] porque os llevo dentro de mi corazón» (Flp 1,4.7). Así descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño.

Llevar a todos en el corazón

Cuando me pidieron escribir este artículo pedí tiempo antes de poder entregarlo. Necesitaba reflexionar, pensar, meditar. Entonces recordé que desde que soy muy joven las personas, sobre todo las mujeres, mis hermanas, me piden en persona o por escrito : “ora por mí”.

Orar por los demás. Pedir por los otros. Interceder con amor y pasión por el mundo es a lo que estamos llamados todos los bautizados. Nos da ejemplo san Pablo. No hay apóstol más apasionado por Cristo que él, quien nos recuerda que la intercesión, es esa oración del corazón que se hace para que un alguien o los demás sean aliviados de sus cargas, enfermedades, preocupaciones y cansancios.

El intercesor es alguien que solicita a Dios que sea concedido aquello que otra persona desea o necesita. Los intercesores pues son personas con un celo apostólico intenso por las almas. Y esa persona puedes ser tú, un bautizado que con mucha humildad y devoción pide, intercede, suplica.

Cuando Dios ve que aquello que se pide o por lo que el intercesor pide, es bueno para el alma de esa persona, Dios concede. Pero en muchas ocasiones Dios también responderá de otras formas y no necesariamente en el tiempo en que la petición se hace. Este es el regalo de la fe.

Por eso el que intercede es una persona no sólo de gran fe sino alguien que ama mucho y que ama, como bien lo dijo en su día san Josemaría, ama apasionadamente al mundo. Dentro de ese mundo y en su propio mundo, amar a cada alma, preocupándose, claro está, por la suya propia; luchando por vivir con un corazón cuya intención tratará siempre de ser limpia y pura, dando en todo Gloria a Dios.

Primeros y poderosos mediadores.

Jesucristo es nuestro único mediador ante Dios, como nos cuenta san Pablo 1 Timoteo : 2,5 “Porque no hay más que un Dios; y no hay más que un hombre que pueda llevar a todos los hombres a Dios: Jesucristo”. Y Jesús mismo nos alienta y da esperanza al decir “Lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14,13) Aquí lo tienes, un Dios personal como no existe otro.

Un Dios que quiso voluntariamente encarnarse como hombre para interceder desde su humanidad por el ser humano. Este hombre Dios, sigue intercediendo por cada alma que a Él se abra, le busque, le reconozca y lo siga. Tanto nos amó que escogió a una mujer sencilla, pura de corazón para que sea Su mamá y Ella, la Virgen Santísima, se convierte gracias a Jesús en poderosa intercesora.

Los ángeles, los difuntos y los santos amigos en la batalla espiritual

Nos dice san Basilio Magno “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir la vida”.

Leemos en el Catecismo que desde su comienzo, hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. Para conectar con la iglesia purgante, por lo que están limpiando sus faltas antes de entrar en el Cielo, la Iglesia nos recuerda que nuestra oración puede no solamente ayudarles para que se vean libres de sus pecados, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

Se explica más a fondo: Por el hecho de que los del Cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad. No dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por el único mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la Tierra. Su solicitud fraterna ayuda mucho a nuestra debilidad.

Un gran intercesor: san José, Padre y Señor.

Finalmente, no podemos dejar de hacer mención de un famoso intercesor de todas las épocas, al que muchos santos acudieron a lo largo de sus vidas, y enseñaron a sus seguidores a acudir a él con mucha convicción. Es san José.

En los comienzos de la fundación de las religiosas combonianas, su fundador Daniel Comboni, pasó no pocos apuros económicos. Decía a las primeras misioneras que acudieron junto a él para trabajar por Cristo: “Queridas hijas, es el momento de arrodillarse para pedir a san José, nuestro ecónomo principal, que nos ayude”.

Las religiosas rezan pero las deudas no hacen sino subir. Comboni, consciente de la situación se dirige a san José con sencillez y le da un ultimátum: – si no me escuchas, vuelvo tu imagen hacia el muro y no te rezo más. Confía tanto que le dice esto sin ánimo de faltarle al respeto.

Después de unas horas llega alguien al monasterio preguntando por Monseñor Comboni. Esta persona pide que no le pregunte quién es y quién le envía. Le da un sobre cerrado y se retira. Al abrir el sobre, aparecen las miles de liras que hacían falta para afrontar los problemas económicos más importantes. (1)

Glorioso san José, intercede por mí ante Dios, Nuestro Padre y Creador.

Conclusión

Los grandes hombres y mujeres de Dios fueron grandes intercesores. La intercesión es como «levadura» en el seno de la Trinidad. Es un adentrarnos en el Padre y descubrir nuevas dimensiones que iluminan las situaciones concretas y las cambian.

Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo.

Mil anécdotas de virtudes. 875, Julio Eugui, Editorial Rialp

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